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El fútbol, los huaicos y el drama




Imagen de una de la cientos de laderas que rodean a la ciudad de Lima. Solo de tierra, sin vegetación, cuando llueve de forma inusual -como lo hizo aquí últimamente-, se generan los huaicos, que se descuelga hacia abajo por las laderas arrastrando todo lo que se opone a su paso.


28 marzo, 2017
Selección Sin Categoría

Imagen de una de la cientos de laderas que rodean a la ciudad de Lima. Solo de tierra, sin vegetación, cuando llueve de forma inusual -como lo hizo aquí últimamente-, se generan los huaicos, que se descuelga hacia abajo por las laderas arrastrando todo lo que se opone a su paso.

Imagen de una de la cientos de laderas que rodean a la ciudad de Lima. Solo de tierra, sin vegetación, cuando llueve de forma inusual -como lo hizo aquí últimamente-, se generan los huaicos, que se descuelga hacia abajo por las laderas arrastrando todo lo que se opone a su paso.

Escribe Atilio Garrido / Fotografía Fernando González

“Un triunfo que cure las heridas de un país con las venas abiertas. Muchachos, hay que ganar por el Perú de todos. Sobre todo por la batalladora familia Flores del parque Santa Rosa en el inundado Huarmey de Áncash. Por los valerosos Cueva de Virú que han resistido siete huaicos en la última semana en La Libertad. Por la fuerza que muestran los Carrillo de Cayualtí que siguen durmiendo a la intemperie en Lambayeque. Por la resistencia de los Guerrero del Centro Histórico de Piura que hace dos días perdieron la casa. Por los incansables Tapia que no podrán vivir más al borde del río Rímac en Chaclacayo. Por los resistentes Rodríguez que tuvieron que ser evacuados desde Morropón tras las 15 hora seguidas de lluvia. Y por el aguante de los Araujo que esperan que el agua llegue pronto hasta Antioquía en Huarochirí. Urge un triunfo que no solo mire la tabla de posiciones, sino a los peruanos que no tienen luz y escucharán el partido alrededor de una radio a pilas. Un triunfo que nos abrace como país al menos por noventa minutos más”.

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El texto transcripto apareció en la mañana de hoy, en una nota que tiene un título singular, conmovedor, que apunta al corazón por rogar por una victoria esta noche: “Háganlo por todo el Perú”. Su autor, Jassoncurichang, resume luego la realidad que enfrenta la selección peruana ante Uruguay, en noventa minutos que definirán su destino. “El triunfo permitirá darnos un respiro y seguir buscando el boleto a Rusia 2018. Si es empate hoy en el Nacional habrá que comenzar a encender las velitas misioneras hasta setiembre próximo. Y si caemos derrotados, pues será tiempo para analizar con precisión y justicia el futuro de la selección y sus seleccionados”.

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Más allá de si es válida o no, unir la tremenda realidad humana que vive gran parte de la población de Perú, con lo que pueda acontecer sobre la gramilla del estadio Nacional, es cierto que el fútbol apaciguará durante noventa minutos el drama que viven miles y miles de familias en la tierra que fue de los Incas, que conquistaron los españoles y que Chabuca Granda eternizó en esa hermosa “Flor de la Canela”. Inolvidable vals peruano cuenta el amor de la Pirricholi, la indígena curvilínea de flores en el pelo y jazmines en la cara, que cautivó y enloqueció el corazón del virrey Amat. El amor y la locura. El viejo español canoso entrado en años y la jovencita inca, hermosa y cautivante, con su piel del color de la canela.

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La imágenes que vimos por televisión cuando las garras del calentamiento global se posaron sobre la tierra peruana, son apenas grajeas de un drama atroz, que un día sí y otro también, documentan los diarios peruanos y testimonian con dolor y crueldad las pantallas de televisión. En el interior, especialmente al norte, las lluvias no cesan, el agua de las ciudades inundadas –Piura es una de ellas- llega a los techos de las casas. No hay luz, ni agua, con el drama que ello conlleva y el peligro de las enfermedades que acechan. Acá, en Lima, también pegaron fuertes las lluvias que llevan en su vientre la amenaza de los “huaicos”. Este término peruano (wayq’u) que proviene de la lengua de los indígenas quechua , identifica a esa masa de lodo y piedras enormes que se desprende de las estribaciones de la Cordillera de los Andes como consecuencia de las lluvias torrenciales. Al caer en los ríos, ocasionan desbordes que bajan desde lo alto por las laderas de las montañas, llevándose todo lo que encuentra a su paso. También afectaron a la ciudad de Lima, en las zonas altas, donde viven millones de peruanos desposeídos, que cuelgan sus modestas viviendas como si estuvieran prendidas con alfileres, en las laderas de tierra y piedra, sin vegetación por la carencia de agua. Los huaicos con toda su fuerza culminaron incrementando el caudal del río Rimac, que corta al medio a la ciudad de Lima, causando daños por derrumbes de puentes y las laderas monañosas. En Lima llovió durante diez horas seguidas. Pero… ¡en Lima no llueve nunca! No hay fábrica de paraguas, ni se venden en los supermercados y tiendas, porque no se necesitan. Ciudad construida en un desierto de tierra, no conocen aquí temperaturas superiores a los 30 grados, ni menores a diez. Es muy difícil, casi imposible ver el sol pleno, rotundo, como esa bola de fuego que cae cada tarde en Punta Ballena, para transformar a Páez Vilaró en millonario en soles, que caen en la alcancía del horizonte. Sí, acá en Lima no se ve el sol. La corriente de Humbolt, que pega sobre sus cuarenta quilómetros de costa, genera un clima de condiciones particulares. Siempre una delgada película gris recubre el cielo, impidiendo que el sol aparezca. Es como el robe de chambre o el viejo y querido beibidol, que usaban las jovencitas de mi tiempo, que impedían ver la belleza femenina que se escondía detrás de esas prendas. ¡Salulte!

 


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