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Dante Cocito, el kinesiólogo galvanizador




Dante Cocito, el kinesiólogo eterno de Aguada, de Peñarol y de La Celeste, falleció este sábado a los 94 años de edad.


4 octubre, 2014
Columnistas

“En el fútbol de antes, el psicólogo era el masajista; Cocito, por ejemplo, era Freud” me han dicho jugadores que pasaron por sus manos, pero Dante Cocito lo negaba. Sólo aceptaba los títulos de masajista, fisioterapeuta, kinesiólogo, galvanizador y confesor. Eso sí, fue kinesiólogo galvanizador de Racing, de Aguada, de Peñarol y de La Celeste y uno de los tipos más geniales que conocí en el fútbol, que es decir bastante.

“Yo siempre digo –decía– que en muchas cosas la planificación a veces sale o no sale, pero cómo planificó el partido Roque contra el Real de Madrid en Madrid, fue perfecto. Salió bien todo. Se aplicaron bien en la marca. Cortés se jugaba y se marcaba todo. Aunque integraba el ataque: Abadie, Rocha, Cortés, Spencer y Joya. Hubo una pelota que fue a sacar Luis Varela y venía Cortés; la sacaba Luis pero vino de atrás Cortés a sacarle la pelota al del Real y le dio una patada en la rodilla a Varela que anduvimos con él hasta las seis y pico de la mañana, con el Doctor Benavides en un hospital, cosiéndole la rodilla. Se jugaban”.

Dante Cocito, el kinesiólogo eterno de Aguada, de Peñarol y de La Celeste, falleció este sábado a los 94 años de edad.

Dante Cocito, el kinesiólogo eterno de Aguada, de Peñarol y de La Celeste, falleció este sábado a los 94 años de edad.

Dante Cocito entró a la mitología con la valija de kinesiólogo en una mano y el bidón de agua en la otra. Pero cuenta la leyenda que en determinados partidos, los bidones eran dos: agua dulce para los suyos y salada para ofrecer a los contrarios. Otra leyenda, la del Santo Sepulcro, es calificada por Dante de apócrifa.

Yo conozco muchas anécdotas tuyas, a través del Pepe Sasía –le dije una noche en el bar Yamandú–. Por ejemplo, ¿cómo fue aquel sermón que les hiciste a los jugadores para que volvieran al Santo Sepulcro?

Ah, de eso no me acuerdo, en serio. Lo único que había era una vela encendida. La apagaron. Le apagaron la vela a Mariela. Eso fue todo.

¿Dónde fue exactamente?

En Jerusalem. En el sepulcro, abajo. Pero no me acuerdo. ¿Te la contó el Pepe?

Y la del agua salada en Villa Belmiro. ¿Cómo fue?

A ellos les gustaba así.

¿Salada?

Les gustaba salada.

Y a los de Peñarol dulce… ¿Es cierto que Paco Casal se hizo hincha de Peñarol por culpa tuya?

Vos sabés que uno de los muchachos que estaba de gerente en el Jopito, me decía yo le tengo mucha simpatía a usted, porque él era alcanzapelotas en el estadio en la época que yo estaba en Peñarol y Paquito Casal también, alcanzaba pelotas. Cuando nosotros le pedíamos agua al de Nacional, no nos daba nunca y usted sí nos daba y nos decía: ‘Mirá que es agua mineral’se acordaba el gerente de Jopito. Yo entraba con un bidón con agua mineral. Y les daba y dicen que una de las causas que Paco se hizo hincha de Peñarol fue por mí. Yo me acuerdo de eso.

Pero vos eras de Nacional. Te inscribiste en los menores de Nacional.

No. Mi hermano estaba en Wanderers de masajista, yo tenía 17 años y entonces un muchacho amigo fue a Nacional y se inscribió él y me inscribió a mí. Pero el gerente de Wanderers vio mi nombre citado para jugar en Nacional en las menores y me llamó y me dijo estás en Wanderers, tu hermano está en Wanderers. Vos tenés que jugar al fútbol acá en las Menores de Wanderers. Y empecé a jugar en las Menores de Wanderers. Ahí empezó mi trabajo. Porque con lo alto que sos, tenés que jugar de back –me dijeron–, y yo siempre había jugado de entreala. Me pusieron de back y jugué menos de dos partidos. Al segundo partido, contra Central, me sacaron. Y ya al otro domingo estaba con la valijita en la cancha. Ya no jugué más al fútbol.

¿Ya quedaste de kinesiólogo?

Sí. Empecé a trabajar con los menores de Wanderers cuando Gambetta jugaba de centrejás en los Menores de Independiente. Si viviera, Gambetta tendría mi misma edad (Dante murió en 2014 con 94 años. Y Luis Ernesto (Castro) también.

¿Y te pagaron?

¿En Wanderers? No, qué me iban a pagar. Después a los 20 años me recibí. Y al primer cuadro que fui, fue a Aguada. También sin cobrar nada. Honorario. Yo siempre fui honorario. Pero me lo reconocieron. Cuando había cinco socios honorarios en Aguada, uno era yo. Me habían nombrado socio honorario porque trabajé más de veinte años sin cobrar un peso. Qué voy a cobrar si soy hincha a muerte. Nací prácticamente en La Aguada, El Reducto, quedaba a poquitas cuadras, en la calle Abayubá, frente a un campo de la calle Vilardebó, por aquellos lados, Vilardebó y Abayubá. Le llamaban el campo Dante porque vivían los Roberto, presidentes de Racing y había uno que se llamaba Dante. Todo abierto era en aquella época. Jugábamos al fútbol todo el tiempo.

¿Y dónde empezaste a estudiar?

Empecé a estudiar, pero particular. Con mi cuñado, el Dr. Juan Caritat.

Te recibiste a los 20 años.

A los 20 y después hice un curso de fisioterapia en la facultad, cuando ya tenía 35 años. 20 años fui kinesiólogo en Aguada. Y después en Racing, del 42 al 50. Y después Peñarol.

¿Quién te llevó a Peñarol?

(Emérico) Hirsch. Fijate vos, ya consideraba que los masajistas que tenía Peñarol tenían mucha edad. Claro, el trabajo de ellos era pausado, yo necesito un hombre joven, dijo y había un escribano que estuvo en Peñarol y se conectó, mirá qué casualidad, con Caritat, que estaba en el Pereyra Rosell, que me recomendó a mí. En el 50 entré. Pero lo que más fuerza hizo para que entrara fue que yo era masajista de (Atilio) François, que corrió por Peñarol.

Cómo llegaste a François.

Estando yo en Racing, me dijeron que François quería un muchacho particular, un tipo joven y me llevaron a mí. Miguelito García, que era compañero de él, de toda la vida, me llevó a las mil millas de Argentina que las ganó Francois, en el año 48.

Y después seguiste con François, ¿fuiste a la Olimpíada?

No, a la Olimpíada fui en el 56 con el básquetbol a Melbourne y en el 60 a Roma.

Dante logró algún título que otro. Con Peñarol trece veces campeón uruguayo, tres de América, dos del Mundo y una Supercopa. Con Aguada el tetra, el 48 y muchos inviernos.

“Con Aguada ganamos cuatro años seguidos. Entré en el 40 y Aguada venía de una escisión. Se habían ido unos cuantos jugadores de Aguada en el 38. Se le fue todo el equipo y quedó solo Aníbal Gardone. En el 39 ya quedaron con los muchachos que venían de abajo y se ganó un campeonato en la cancha de Sporting. En el 39, se ganó y en el 40, que fue el año que empecé yo, empezó el Campeonato Invierno. Aguada ganó el Campeonato Invierno del 40 invicto. Después vino el Federal, ganó el Federal en el 40, después en el 41 ganó el Federal, 42 ganó el Federal, 43 ganó el Federal. Cuatro años seguidos campeones del Federal en aquella época, que lo viene a igualar Welcome ahora, pero por la plata que ellos tienen, porque en aquella época era imposible comprar. Eran todos jugadores de abajo de Aguada. El más viejo era Gardone, murió el año pasado, amigo mío. Gardone, Medrano, el Bebe Ruiz que después fue a Olimpia;  que si no se va el Bebe Ruiz, en el 44 salimos cinco años campeones. Y después salió en el 48 campeón otra vez. En los de Invierno ganó muchos campeonatos. Y ya te digo, en el 48 yo seguí con Aguada. Cuando entré en Peñarol, Aguada no quería que yo dejara. Peñarol tenía básquetbol en esa época. Al Presidente de Peñarol, que era Jaume, gran persona, yo le dije “mire don Eduardo, en Aguada me piden que siga; yo en Peñarol no actúo con el básquetbol”. Usted siga tranquilo, con Aguada y con Peñarol de fútbol. No hay ningún problema. Pero hubo gente que empezó a dar manija por atrás. Y entonces empezaron a presionar y llegó un momento en que cuando jugaba Peñarol y Aguada no iba. No iba porque iba gente a ver si yo iba a los partidos y por quién hinchaba, porque yo era muy hincha de Aguada, era muy apasionado. Me ponía como loco.

Con Peñarol, hicimos un viaje muy lindo en el 50. Hubo elecciones nacionales. El húngaro Hirsch dijo la semana que viene va a haber elecciones y no va a haber partido de fútbol, entonces yo lo que quiero es que los jugadores vayan una semana a Piriápolis. Todos los que quieran ir con su señora que lo hagan. En ese momento era auge de Peñarol, en el 49 campeones, 50 venían de Maracaná, entonces hacemos un festejo en Piriápolis. Y yo hacía poco que había entrado, había entrado en junio y esto era en noviembre. Era ayudante de mi hermano mayor (Héctor). Así que pregunté si a mí también me tocaba. Sí, usted tiene que venir conmigo –dijo el húngaro– y va con su señora y marché con mi señora a Piriápolis, al hotel Colonial. Schiaffino, Hobberg, Vidal, todos con la señora. Una semana divina, nos vinimos el sábado antes de las elecciones. Eso lo hacía Hirsch porque era Dios para Peñarol. Ya te digo, pasamos bien ahí. Y después ya se fue Hirsh en el 51, que salimos campeones y salimos en el 53, 54, el quinquenio del 58 al 62, 64, 65, 67, 68, 73… Trece veces campeones uruguayos, tres de América, dos del Mundo y una Supercopa, hasta que me fui en el 73.

¿Fuiste ayudante de Matucho hasta qué año?

Matucho, sabés que murió él y murió Roberto (su hermano) con seis meses de diferencia. Creo que Matucho murió en el 51, murió al año de Maracaná. Porque a Maracaná fueron Matucho (Fígoli), (Carlos) Abate y (Juan) Kirschberg. Murió en el año 51 y a los seis meses murió Roberto. Y ahí quedamos en Peñarol, mi hermano (Héctor) y yo y nos tocó viajar a Río a darles la revancha a los brasileños. Fue una locura.

LA REVANCHA DE MARACANÁ

“En el 52 teníamos la base del equipo campeón mundial. Yo te cuento lo que tenía Peñarol en ese momento y era todo el seleccionado uruguayo. No sé si te acordás. Era Maspoli, Juan Carlos González, Obdulio Varela, Rodríguez Andrade, que ya había venido a Peñarol (desde Central), lo había traído Juan López. Ghiggia, Míguez, Schiaffino y Vidal. Andá viendo. Y yo siempre cuento eso. Me acuerdo de un detalle. Con Obdulio éramos muy amigos. Nos llevábamos muy bien. Entonces me decía “socio” a mí. Socio me vas a tener que acompañar a una zapatería, que me quiero comprar unos zapatos trenzados. Porque él había entrado en el casino a trabajar. Dice, unos zapatos trenzados que son muy buenos para descansar los pies y acá, en Brasil, hay unos zapatos negros buenísimos. “Bueno –le digo–, vamos”. Una tarde salimos a caminar por Río de Janeiro. De repente miro para atrás: lo menos veinte personas nos seguían. “Y esto qué es”. Y empiezo a escuchar: Obidulio… Obidulio… Pero con respeto ¿vos sabés? Lo seguían, nomás.  “Mirá, Obdulio, los que te están siguiendo”. Ah, estos japoneses. Y entramos a la zapatería. Quiero un par de zapatos. El muchacho lo miró, vocé e Obdulio le dijo. No, no, yo no soy Obdulio. Pero el muchacho insistía. Vocé e Obdulio. Le trajo los zapatos y fue a llamar al dueño. Él era un empleado. Vocé e Obdulio, dijo el dueño. Sí, sí. Vengo a comprar un par de zapatos y voy a llevar un par más porque son muy lindos, voy a llevar estos marrones y unos negros. Todo muy bien. Pero cuando fue a pagar el tipo le dijo Un presente de la casa. Y se los regaló. Los dos pares de zapatos.

Eso afuera de la cancha. En la cancha era tremendo. Le querían ganar a Peñarol de cualquier manera. Una noche en San Pablo, ¡se armó un lío…! Un juez alemán nos estaba robando el partido, cobraba cualquier cosa. A Míguez le dieron una patada en el suelo. Se armó un lío de trompadas, hasta balazos hubo. Se suspende el partido. Se suspendió de noche, imaginate lo que fue aquello. Estábamos empatados, pero una de trompadas adentro de la cancha y afuera nos esperaban con todo. Subimos al ómnibus. Para que te hagas una idea, había que pasar por unas montañas grandes como las del Parque Rodó y dicen los de las motos, ustedes salgan y nosotros con las motos los vamos a custodiar. Pero qué hicieron los de la hinchada del Corintians, cuando llegamos a esas montañas, se descolgaban por las rocas, bajaban como si fueran monos, se tiraban de las montañas y reventaron a pedradas el ómnibus. Las motos tiraron para atrás. Nos dejaron solos. Las piedras deshicieron el parabrisas del ómnibus, el chofer le puso una segunda y llegamos en segunda al hotel. Hervía el ómnibus. Entramos al hotel de casualidad. Allá como a las cuatro de la mañana, el Ingeniero Bucetti, que era el Presidente de Peñarol, dice el asunto ya quedó arreglado. No habíamos dormido ninguno, estaba muy fea la cosa, había señoras de dirigentes que venían en el ómnibus ese día, incluso la señora de Schiaffino, había varias señoras. Y dice, el partido, ya lo arreglé con los dirigentes del Corintians de San Pablo, se va a seguir esta noche. Obdulio lo mira y le dice ¿cómo que el partido se va a seguir esta noche. Jugará usted esta noche, porque yo no juego y mis compañeros tampoco. Nosotros nos vamos de acá. Nos fuimos, nos vinimos de vuelta.  ¿Vos podrás creer que a los quince días viene a jugar acá el Botafogo, todo de blanco, me acuerdo, y se arma lío también? Botafogo era de Río, no tenía nada que ver con el Corintians pero nosotros ya estábamos cabreados. Y se armó una de trompadas que ¡mamma mía! Y mirá qué detalle, en la Ámsterdam salta a pelear, a pegarle a los brasileños, un negro que vendía diarios en la esquina de Comercio y Rivera, el negro Pitito, era un fortachón, un físico divino. El Negro en pleno invierno andaba con una remera sin mangas y entró corriendo a la cancha a pegarle a un brasilero y ¿quién lo ve entrar? Ortuño. Ve un negro vestido de blanco y ¡pumba! le dio a él creyendo que era de Botafogo. Peñarol hizo un sumario de eso, a nosotros, los kinesiólogos, también nos sumariaron, porque sacaron fotos y nos vieron que estábamos metidos. Un sumario cuando casi nos mataron en San Pablo. Es lo que tenía el fútbol acá. Siempre estábamos respetando y a nosotros nada. No reaccionaron ellos en el 50 porque los sorprendimos y no tuvieron tiempo, si no nos matan a todos. Y en Villa Belmiro le tiraron un botellazo a Robles. Yo lo atendí y vi que estaba bien. Pero venía tan fea la cosa, que agarró y dijo suspendo el partido y cuando fue a los vestuarios, hasta revólveres sacaron los brasileros, le sacaron un revolver a Guelfi. Entonces Robles dijo vamos a seguir. Pero le dijo a Cataldi mandara una nota a la Confederación, diciendo que lo tuvo que seguir por la presión que hubo tan violenta, pero oficialmente el partido estaba terminado. Y Cataldi la mandó. El técnico nuestro era el húngaro Bela Gutman. Cuando le avisé que Peñarol ya había ganado, se fue de la cancha. Claro, donde estábamos nosotros había un tejido, nos estaban escupiendo y se siguió 45 minutos más. Entonces el húngaro se puso el sombrero y se fue.

EN EL 73 LA COSA SE PUSO FEA Y NOS FUIMOS A MÉXICO

“Jugamos una final con Peñarol contra Independiente en Chile. Nos ganó Independiente. Fue la terminación de Sasía en Peñarol. Porque en Avellaneda le había echado la famosa tierrita en los ojos a Santoro y en la tercera final, estaba Resnik de centrofobal o Sasía y Maspoli, al final, faltando un cuarto de hora para ir al campo, puso a Resnik. Estaba ganando 2 a 0 Independiente y el cambio se podía hacer faltando un minuto para los 45 primeros. Después, por reglamento, no había cambios en el segundo tiempo. Tenías que hacer el cambio en los primeros 45 minutos. Entonces no marchaba Resnik. Nos estaba ganando 2 a 0 Independiente y me dice Maspoli, calentá al Pepe Sasía que lo voy a poner. Le digo “vamos Pepe”. ¿Qué? ¿Ahora me va a poner? Le digo “dejate de joder”. Urgía, porque tenía que hacer el cambio antes que pitara el juez. Mirá lo que son las cosas, venía corriendo con la pelota por la punta izquierda Juan Joya. Tenía que tirar la pelota afuera para que entrara Sasía. Le pego el grito, tirala afuera, Juan, así entra el Pepe. Tiró al gol y metió el gol, podrás creer. Terminó 2 a 1 el primer tiempo. Y entró el Pepe. ¡Unos líos en el vestuario! Lo encaró a Máspoli. Nos ganaron 4 a 1. Y lo marcaron al Pepe y se tuvo que ir.

¿Después de Peñarol?

En el 73 que me llamó Hobberg desde México, por teléfono, y me dijo mirá, queremos que vengas para acá a trabajar conmigo. Estaban Hobberg y Roberto Matosas. Hobberg dirigía en el San Luis de Potosí y Roberto Matosas jugaba y me entusiasmó, no tanto a mí, sino a mis hijos. El 73 estaba medio fea la cosa acá para la juventud, entonces me dicen, viejo, vámonos, ya que te sale eso, vamos y marchamos todos. Después fui a otro equipo, al Atlético Español del Distrito Federal y ahí sí, cobraba por partido ganado y todo. Pero realmente fue un salto que me vino bien sentirlo, de irnos de acá en ese momento.

¿Y después?

Después fue cuando se enfermó mi señora, que la operaron allá y me vine para acá y ya dejé. En el 77 falleció. Mis dos hijos quedaron en Estados Unidos. En el 80 me volví a casar con la señora que tengo actualmente y en ese ínterin que me estaba por casar, vino un ex jugador del Atlético Español, contador ahora, Benito Padua, que era presidente del Puebla. Vino a buscar a Dino Sani que estaba en Peñarol y preguntó por mí y me ubicó. ¿Qué tal, cómo está Dante?, vine a buscar a Dino Sani pero quiero que usted se venga conmigo a Puebla y yo no tenía nada, no trabajaba, mi señora sí trabajaba en secundaria. Le digo, “mirá, me pasa tal cosa, Benito”. Me pagaron el pasaje para que fuera a firmar el contrato. Diez días en México y vine para acá, me casé y me fui para allá y estuve dos años en Puebla. En el 83, cuando vine, volví a Racing, con Cascarilla Morales y Mazurkiewicz. Y después me llevaron a Cerro, siete meses estuve en Cerro. Ahí terminó mi carrera deportiva. Y aquí estamos.

Y seguiste como kinesiólogo particular, ¿te acordás cuando vine por la rodilla?

Tengo la ficha. Las tengo todas. Una vez me llama un hombre que era gerente del Casino. Me dice mire, señor, yo lo llamo a usted porque quisiera que me volviera a atender “¿Cómo se llama usted?” Busqué una agenda que tengo ahí con abecedario, “bueno sí, usted tuvo un esguince de rodilla, así y así en tal año”. ¿Y cómo se acuerda? “Y son esas cosas…” y yo lo estaba leyendo.

En el 96 me hice un esguince de rodilla de puro chambón, tratando de alcanzar una pelota que se me iba. Pero feo, dos meses de yeso y después todavía se me salía. Así que recurrí a Dante. En resumen fue una lesión afortunada. Porque hoy puedo decir que me recuperaron la rodilla las mismas manos que recuperaron las manos de Máspoli, de Ladislao, las rodillas de Obdulio, las de Schiaffino, las de Míguez, las de Ghiggia, las de Hobberg, las de Rocha, las del Pepe, las de Spencer, las de Joya, las de Cascarilla Morales, las de Atilio Francois, las de Oscar Moglia…

Gracias, Dante, te llevaste el santuario entero en buena ley.