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El humor perdido por las barras





19 enero, 2015
Columnistas

Se suceden los clásicos del verano, llegamos a los últimos y los cantos de las barras siguen igual, insultantes, macabros, sin humor. Me consta que casi lo mismo ocurre en las canchas chicas, porque he cubierto partidos en ellas cada fin de semana. Aburren y cansan. Se aburren y se cansan además.

No pido mojigatería ni pacatería. Al contrario, un poco de ingenio y si es subido de tono que al menos tenga humor. Hace más de veinte años en un partido de la C, entre un equipo con poca hinchada, de origen universitario y otro con mucha hinchada para la divisional y origen periférico, la hinchada del universitario se enojó con el juez y llegó a saturarnos a todos con sus insultos, especialmente de mujeres (sorpresivo y divertido, porque se trata de una hinchada normalmente muy correcta, pero esa tarde se había sacado y saturó). Entonces, en determinado momento, la del periférico, que estaba bastante silenciosa pero también tenía alguna mujer, empezó a cantar: “ahí están, ésas son, las que cogen sin condón”. No las trataban de putas sino de señoras con relaciones estables que por un momento se habían desubicado. Reímos todos sin ofensa, hasta la hinchada del universitario.

El tribunal de penas sancionó con cierres de cancha a Bohemios, Goes y Biguá, por cantos racistas o por insultos en distinto encuentros de la LUB

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Es que los cantos antes recurrían más a lo particular de la situación y al ingenio, porque se cantaba menos y se miraba más el partido; no había moldes de cantos tan preestablecidos. La idea del canto no era agredir y salir a matar sino reír y divertirse.

Me contaron lo de “cinco minutos y nada más” cantado en el Parque Central. Ese sería un ejemplo de que bajando la agresividad aparece la gracia, pero no encontré bastantes en las últimas décadas. Capaz que con la normativa que se implantó ahora en el básquetbol, sancionando con suspensión de cancha por seis partidos “cantos racistas, xenófobos, sexistas o que hagan apología al consumo de estupefacientes”,  aparece de nuevo el humor de las hinchadas.

Claro es que todo depende del contexto. Una noche de hace algunos años, vi salir del estadio a un señor llevando de la mano a una niña de cinco o seis años, que, sin la menor intensión sexista, instaba a tomar la leche para ser de la barra. Los semiólogos llaman a eso resignificación semántica. Si los sacamos de contexto, literalmente, muchos de los cantos de las barras tendrían cabida congruente en las marchas del orgullo gay. No lo juzgo, lo constato.