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Felicitaciones a los jugadores juveniles y al DT Fabián Coito




Jaime Baéz se agarra la cabeza. No puede creer que su remate se estrellara en el palo luego de la perfecta definición de la jugada peligrosa a favor de Uruguay. Los imponderables que siempre existen en el fútbol y en la vida de todos los seres humanos, impidieron que Uruguay venciera a Colombia. Pero, en definitiva, para los celestes ganar era lo mismo que empatar. Lo vital en la ocasión, resultaba no perder...


6 febrero, 2015
Pelota al medio

Reflexiones a raíz del empate sin goles de Uruguay frente a Colombia y la disputa del gran clásico del Río de la Plata, que es el más antiguo del mundo y el que más ediciones aún tiene, enfrentando en la historia a dos países de Estados diferentes.

Jaime Baéz se agarra la cabeza. No puede creer que su remate se estrellara en el palo luego de la perfecta definición de la jugada peligrosa a favor de Uruguay. Los imponderables que siempre existen en el fútbol y en la vida de todos los seres humanos, impidieron que Uruguay venciera a Colombia. Pero, en definitiva, para los celestes ganar era lo mismo que empatar. Lo vital en la ocasión, resultaba no perder...

Jaime Baéz se agarra la cabeza. No puede creer que su remate se estrellara en el palo luego de la perfecta definición de la jugada peligrosa a favor de Uruguay. Los imponderables que siempre existen en el fútbol y en la vida de todos los seres humanos, impidieron que Uruguay venciera a Colombia. Pero, en definitiva, para los celestes ganar era lo mismo que empatar. Lo vital en la ocasión, resultaba no perder…

En el fútbol de todos los tiempos el resultado manda. Esta es una realidad innegable. Desde su creación por los ingleses en 1863 como football moderno hasta el presente, el rey de un partido es el tanteador final del mismo. Conseguir la victoria es el objetivo. Ganar, siempre ha sido la meta. En la época del romanticismo, del amateurismo, del profesionalismo encubierto, de la época rentada y de la presente supermillonaria, el éxito es determinante. Los triunfos llevan de la mano a los equipos a la conquista de los títulos, que en definitiva es lo que recoge la historia.

Es tan fuerte este mandamiento, que mirando hacia el pasado, apenas dos equipos que no se coronaron campeones, son recordados por el fútbol que regalaron a los espectadores. Uno es el famoso conjunto de Hungría que apareció goleando a los ingleses en Wembley en 1953 y al año siguiente descolló en la Copa del Mundo de Suiza, guiado por Ferenec Puskas. El otro, la “Naranja mecánica” de Holanda de 1974 conducida por Johan Cruyf. Los demás recorrieron la lógica que impone esa perfecta definición que sostiene aquello de que “jugamos como nunca, perdimos como siempre”.

Tuve la suerte de ver jugar y convivir con la Selección Uruguaya juvenil que conquistó para nuestro país en 1981 en Ecuador, el último título de Campeón Sudamericano a ese nivel. Aquel plantel armado, conducido y guiado por el Prof. Aníbal Gutiérrez Ponce –según palabras de Enzo Francescoli el mejor director técnico que conoció en toda su carrera exitosa-, está en el Olimpo del fútbol celeste. La fotografía de aquellos muchachos que le hicieron cinco goles a los argentinos, está colgada en las paredes del Museo del Fútbol. ¡Ganaron, son campeones y entraron en la eternidad!

Sin embargo, ese mismo grupo, con cambio de conductor (Raúl Bentancor sustituyó al recordado Profe Gutiérrez) y el aporte de otros jugadores que lo potenciaron (nada menos que el “Patito” Aguilera con 17 años), perdió un partido increíble ante Rumania en Australia y no pudo consagrarse Campeón del Mundo a ese nivel, cuando tenía todo para lograr uno de los poquitos títulos que falta en la gloriosa foja de servicios de la celeste. ¿Alguien recuerda, hoy, aquella insólita tarde de Melbourne donde la derrota 2:1 truncó el camino? ¿Tienen en la memoria ese equipo y el desarrollo del partido? Se me ocurre que no.Los once orientales actuaron con Arias, Gutiérrez y Peña en el triángulo final; “Chupete” Vázquez, Berrueta y Melián en el medio; Aguilera, López Baéz, “Polilla” Da Silva, Francescoli y Villazán en el ataque. Vestidos de blanco, el equipo uruguayo voló aquella tarde bajo un caliente sol australiano. Jugó de manera espectacular. Regaló 120 minutos de fútbol sensacional. Generó quince situaciones de gol. Los rumanos no pasaban la mitad de la cancha. No dispusieron de una sola incidencia de peligro. En dos tiros libres, dos errores del golero Arias y… ¡adiós al sueño! El llanto final de los 15.000 compatriotas emigrantes residentes en Melbourne, que llenaron las tribunas y acompañaron a los botijas después del partido, nunca morirá en mis retinas.

¿A qué viene este preámbulo? Lo engancho con lo ocurrido el miércoles en el Estadio Centenario, para brindar mi felicitación a los jugadores de Uruguay y al director técnico Fabián Coito, por la excepcional demostración que brindaron ante Colombia. El equipo oriental jugó un partido perfecto, ante uno de los rivales más enjundiosos que se observó en el Campeonato que culmina mañana. Con el resultado a la vista del triunfo de Argentina por tres goles ante Paraguay, era evidente que para los celestes lo primordial ante los colombianos, resultaba no perder. Una derrota significaba la catástrofe. La pérdida del sueño de lograr el título de campeones. Un empate equivalía a un triunfo, considerando la realidad y el potencial actual de nuestro fútbol, al que le resulta muy difícil conseguir goleadas como la obtenida ante Chile. Se dan muy de tanto en tanto…

El técnico Fabián Coito apura un trago de agua. ¡Ojalá mañana pueda cambiarlo, al final del partido, por champagne!

El técnico Fabián Coito apura un trago de agua. ¡Ojalá mañana pueda cambiarlo, al final del partido, por champagne!

Mentalizados de esa forma, donde se advertía una gran tarea docente del técnico Coito para inculcarle a los jóvenes esta realidad, el equipo uruguayo brindó –a mi juicio- una excelente demostración táctica, un perfecto dominio de la estrategia y desplegó un notable juego equilibrado de defensa y ataque. ¿Cómo se advierte esto? Con la simpleza del frío y estadístico análisis de los noventa minutos. Los colombianos generaron una sola situación de peligro real frente al arco oriental, en las postrimerías de la brega, resuelta magníficamente por el golero Guruceaga. Como contrapartida, Uruguay construyó con habilidad, superando la férrea defensa enemiga, cinco, seis, siete incidencias similares a la única que dispuso Colombia. No alcanzó el triunfo. Es cierto. Pero en esta ocasión empatar equivalía a ganar. Y la igualdad del 0:0 del miércoles, a mi juicio, dejó en la mentalidad de los jugadores uruguayos, la misma sensación  que si hubieran conquistado la victoria. ¿Por qué? Porque a cualquier edad, nadie mejor que cada uno de los futbolistas, en la soledad posterior de su conciencia, sabe leer -como ahora escriben y hablan los periodistas actuales- lo que ocurrió en la cancha. Y en esta ocasión, desde el verde césped emanó la clara y rotunda certeza de que Uruguay jugó muy bien, mantuvo la cohesión defensiva y atacó en forma permanente y correcta –sin regalarse nunca en la última zona- buscando llegar al gol, que no logró por imponderables que no sólo aparecen en el fútbol, sino que también están presentes, cada día, en la vida de todos los seres humanos.

Me entusiasmó el orden táctico exhibido por el equipo; la solidaridad de cada uno de los jugadores para mantener el sentido de bloque y la permanente línea final de cuatro hombres bien concentrados, donde existió un solo error, en el primer tiempo, del zaguero Erick Cabaco en una mala entrega de la pelota, inmediatamente reprendido por el técnico Coito desde la línea de cal.

En la antesala de la disputa a nivel juvenil del primer gran clásico del mundo disputado oficialmente entre países diferentes desde 1901–los partidos entre británicos son más antiguos pero se trata de enfrentamientos entre equipos de una misma nación que es Gran Bretaña-, necesité dejar constancia de esta opinión. Repitiendo ante Argentina lo realizado frente a Colombia (jugar sin “regalarse”, mantener el orden defensivo para asegurar, primero que nada, el arco celeste sin goles), pienso que el fotógrafo puede ir preparando la imagen del equipo para ser colgada en el Museo del Fútbol…