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Goncálvez y la desprogramación de la obsolescencia




El "Tito" y, etrás suyo, el reloj que rescató de la antigua sede de Peñarol.


29 diciembre, 2016
Columnistas

Un día, en el pueblo de Cabellos, a Tito Goncálvez y a su amigo Aguilera, les dio por fundar un cuadro, porque les había llamado la atención la camiseta de Boca que aparecía en el catálogo del London París que llegaba a las casas de Cabellos con la guía del teléfono, cuando recién se había instalado el teléfono, año 1949. Los precios del catálogo se mantenían todo el año y había que encargar por carta a Montevideo, al London París, eligiendo por número de catálogo. Llegaba la encomienda por el tren y se pagaba contra reembolso. Las diez camisetas con el buzo de arquero salían once pesos.

Empezaron la colecta por el almacén de ramos generales del Turco Ciriaco.

–Don Ciriaco, queremos hacer un cuadro y precisamos para las camisetas…

–¿Y cuánto salen?

–Once pesos.

Justo estaba en el almacén Walter Castillo, que era un hacendado de la zona.

–Bueno, Castillo –le dice don Ciriaco–. Poné cinco cincuenta y yo pongo cinco cincuenta.

“Ya teníamos las camisetas.

Debutamos contra el Estudiantil de Artigas y le ganamos tres a uno en Artigas. Fue el primer partido que jugué once contra once y con camisetas. Pero no había pelota de cuero. No porque no tuviéramos la posibilidad económica de adquirirla. Porque no había y no venía en el catálogo del London París. Competíamos a ver quién hacía la mejor de trapo, la que picara más.

Eran dificultades lindas, que lo hacían crecer a uno aprendiendo a hacer cosas. Porque mi padre era pudiente. Pero hoy, ¿qué le regala usted a un niño de familia pudiente? Están empachados. Yo tengo dos nietas y les regalo plata, que se la administren los padres, porque ya tienen todas las muñecas y todos los juegos. Juegan dos minutos con un juguete y lo dejan. Antes el juguete se lo tenía que fabricar uno… y conseguir un rulemán para hacerte un carrito era difícil, pero lindo y gustoso.

Hoy la gente no le toma cariño a lo que tiene porque se aburre en seguida, ya quiere otro techo, ya quiere otro fondo. Por superarse se va perdiendo todo y el fútbol no está lejos de eso.

No se le toma cariño al cuadro donde uno está jugando porque se está con la cabeza en otro lado, con ofrecimientos constantes que perturban a los muchachos y eso reduce la capacidad de entrega.

Pero no es un problema que surja del fútbol. Es que estamos viviendo en una sociedad que no le toma cariño a nada. A tal punto, que hoy en día es difícil conseguir amigos. Es todo un interés tras otro interés y yo concibo la amistad de otra manera”.

Esto me dijo en una de tantas entrevistas el gran Néstor Goncálvez (“El Tito viejo”) y es una preocupación que ha tomado forma de organización ciudadana en todo el mundo. Se conoce como obsolescencia programada o planificada a la programación del fin de la vida útil de un producto, para que se vuelva viejo, no funcional, inútil o inservible, después de un tiempo de vida calculado de antemano por el fabricante durante su fase de diseño.

El producto va a fallar en algún momento, obligando al consumidor a comprar otro para reemplazarlo y comenzar nuevamente el ciclo. El concepto se desarrolló por primera vez entre 1920 y 1930, y se corresponde con un nuevo modelo de mercado, el de fabricación de productos que se vuelven obsoletos de manera premeditada. Su objetivo fue y es, el lucro económico inmediato, sin que tengan ningún valor el cuidado y respeto del medio ambiente ni del ser humano, porque cada producto que se vuelve obsoleto, supone contaminación al deshacerse de él. O sea, que el actual sistema económico y de producción no se ajusta nada a la armonía ni al equilibrio.

En el norte del Pacífico, se ha localizado una gigantesca isla flotante de basura, compuesta sobre todo de plásticos y cuya extensión de 1,4 millones de kilómetros cuadrados es ocho veces la superficie de Uruguay.

Generalmente la obsolescencia la planifica el fabricante, estudiando el tiempo óptimo para que el producto deje de funcionar correctamente y necesite reparaciones o su sustitución, sin que el consumidor pierda confianza en la marca. Otras veces crean un producto determinado, que más adelante se vende (exactamente el mismo) únicamente cambiando su diseño. Esto se hace evidente en la moda… Un año se llevan las rayas y al siguiente los cuadros, para que el usuario se vea “obligado” a cambiar sus vestidos, perfectamente correctos y en buen uso.

Alguna vez me he puesto a pensar si el que nos fabrica a nosotros, los humanos (si es que existe) no fue el primero en programar la obsolescencia de sus criaturas. Lo cierto es que estamos programados para la obsolescencia física final y, con cuidados propios y ajenos, podemos variar un poco el diseño genético en cuanto al término del “use y tírelo”, que para el cuerpo del Tito -hoy lo sabemos-, fueron ochenta años, pero él, Nèsto “Tito Viejo” Goncàlvez, desprogramó la obsolescencia de su entorno y con eso la obsolescencia de sus propios valores y de su ejemplo.

Por si todo lo que hizo en el fútbol no bastara,  quiso a las cosas y a los seres de tal manera que nos enseñó a querer y a permanecer, porque desprogramar la obsolescencia es una necesidad de la especie humana para seguir existiendo en el único planeta que habita, que es, además, el único que puede habitar.

El "Tito" y, etrás suyo, el reloj que rescató de la antigua sede de Peñarol.

El “Tito” y, detrás suyo, el reloj que rescató de la antigua sede de Peñarol.


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