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Hacer tiempo





28 agosto, 2015
Columnistas

En el Musaraña Fúbol Clú el ídolo máximo de la hinchada no era el goleador, ni el 10 habilidoso ni el zaguero Capitán con quince años en el club ni el golero ni ningún jugador titular del equipo. Era José Yagoberto Béker, el mayor especialista en hacer tiempo que se haya conocido.

Con la dinámica que tiene el fútbol actual, José Yagoberto Béker no podía entrar de titular, porque lo suyo era todo lo contrario a la dinámica. Era un jugador hierático, pasmoso, de un aspecto tan antiguo que no salía en las fotografías, los portales de Internet tenían que reproducir su imagen en daguerrotipos, pero el Musaraña Fúbol Clú tenía una estrategia de juego que encontró en José Yagoberto Béker su más célebre ejecutor.

Cuando al Musaraña el resultado que estaba obteniendo le servía -ganaba o empataba un partido imposible de ganar-, promediado el segundo tiempo, el técnico musarañero metía dos cambios. Mandaba a calentar a Rocco D’Anunzzio, un triple 5 para reforzar la marca en zona central y mandaba a enfriar a José Yagoberto Béker para que entrara a hacer tiempo.

JyB (como por sus iniciales le llamaban algunos hinchas con especial aprecio porque les evocaba Justerini & Brooks) enfriaba igual que éste: con hielo; había echado tres cubitos en una sustancia no prohibida por el antidopaje y la bebía, entregaba el vaso vacío al asistente técnico, se quitaba el sobretodo -no usaba equipo deportivo-, lo dejaba correctamente plegado sobre su banco de suplente y, para saludar al punta que el técnico había sacrificado en el reemplazo; le daba la mano, cordial pero circunspecto, desde su altura -José Yagoberto Béker era alto, flaco pero corpulento y un poco desgarbado aunque elegante-, para de entrada nomás marcar las diferencias.

Él no entraba sólo a cambiarle el ritmo al partido, sino además la época.

Entraba a juntarse con el 10 habilidoso, ya un poco cansado, para jugar de pelota parada los últimos veinte minutos del partido, haciendo tiempo.

Sin embargo, no era de esos jugadores que hacen tiempo estando más horas tirados en el piso que de pie, o que sin ser goleros tienen más la pelota en las manos que en los pies, o que hablan más que hacen, o que amagan cinco veces a sacar el óbol y después se la dan a un compañero para que lo saque, o que se caen de la camilla dentro de la cancha cuando los sacan lesionados, o que acomodan tres o cuatro veces la pelota antes de patear un tiro libre, aunque sea desde el área propia o que siempre están distraídos cuando se las da el alcanzapelotas y después tienen que ir a buscarla lejos caminando lento. No, para nada. José Yagoberto Béker hacía tiempo haciendo memoria futbolística.

Sólo una vez algunos pensaron que el gran Yagoberto Béker había recurrido a un ardid de ese estilo, cuando un rival iba a efectuar un córner y él, desde un vértice de su área gritó “¡zapato!” y llevó una rodilla al césped para atarse los cordones.

El partido se detuvo unos instantes porque todos lo miraron sorprendidos, hasta que el juez comprendió la situación y gritó a su vez: “¡ma’ qué zapato!” y le hizo una seña a la esquina para que se hiciese el córner, mientras Béker seguía atando.

Lo que el juez no comprendió es que el tiempo que hizo Béker con su grito, no fue el de los dos o tres segundos que duró la sorpresa. Fue el del recuerdo de que en otra época un partido se paraba para que un jugador se atara los cordones. Ese tipo de recuerdos surgían a montones del fútbol que jugaba Yagoberto y hasta de su caminar la cancha, de tal manera que parecía tener un fumigador de bromuro en cada pie, que a cada toque y a cada paso creaba un clima de pasado irresistible.

Con él en cancha, los partidos primero se hacían más lentos, para enseguida cambiar los colores y diseños y texturas en los vestuarios, con tintas menos definidas en casacas de tela con botones y pantalones hasta la rodilla, la pelota se hacía más pesada, mostraba al fin sus costuras e iba mutando, primero a gajos que las pisadas de Béker despegaban, luego a tiento y al final el partido se detenía sin que el juez lo diese por terminado y lo único que se movía a nivel de cancha, eran las estáticas (¿viste que ahora se mueven las estáticas?).

Claro es que toda esa memoria José Yagoberto Béker la practicaba. Él iba a los entrenamientos a recordar y se esforzaba a la par de sus compañeros que ensayaban “espacio reducido”, porque no es fácil recordarlo todo y él necesitaba, para volcar el domingo en la cancha, todos los recuerdos de un fútbol que los periodistas llamaron “atildado” cuando ese adjetivo refería a algo que realmente ocurría en el juego. Los cronistas deportivos tenían ahora cada día una frase segura para agregar en el informe diario del Musaraña Fúbol Clú, “hoy Yagoberto Béker entrenó diferenciado”.

Hasta que una tarde no se lo vio más.

Yagoberto hacía tiempo de todo: también de sí mismo.

Terminaba los partidos siendo apenas una sombra del que había entrado promediado el segundo tiempo.

Fue en una final. Tuvieron que ir al alargue y de Béker no quedó ni la sombra, pero tanto había hecho, que, en vez de ir a penales, el juez lo definió tirando al aire una moneda con la cara de Artigas y por cruz, 2 vintenes.

De José Yagoberto Béker, los hinchas del Musaraña Fúbol Clú afirman, sin faltar a la verdad, que en su corta carrera de tanto hacer tiempo hizo historia.

 

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