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LOS TENGO EN EL PLAY…




Diego Forlán, autor de los dos goles de Uruguay frente a Japón.


6 noviembre, 2012
Columnistas

 

Para ver a los cracks había que ir, si o si, al estadio, esperar alguna nota  excepcional de alguna cadena internacional si mi ídolo era extranjero, y si tenía la dicha de que mi ídolo fuese nacional , con ir al estadio o cruzármelo en algún shopping, feria  o parque de diversiones , bastaba para sentirme feliz y esperar con ansias el próximo domingo para gritar con orgullo, “con EL me saque una foto y me dio un autógrafo”.

Hoy por hoy, los avances tecnológicos, el bombardeo televisivo, los juegos electrónicos y la diversidad de torneos, hacen a los ídolos de carne y hueso.

Lionel Messi, estrella argentina.

Puedo jugar con Messi en el Play y decirle que haga una u otra cosa, y hasta me doy el lujo de sacarlo del Barca si “anda mal”. Puedo mirar las mil y una jugadas extraordinarias de Cristiano en vivo y en directo, y hasta puedo, si tengo suerte, ver jugar a Forlán y a Neymar en el estadio centenario. Y como si fuera poco tengo a mi disposición toda una lista detallada y pormenorizada de su vida intima. Digo “puedo” por no decir “pueden” los niños de hoy en día. Ellos pueden edificar en sus cabecitas ídolos palpables, modelos copiables y estilos bien determinados según cual fuese la elección.

Así en Baby Fútbol ya los niños entienden con tan solo seis años, lo que es un pase al vacío, una pared, una simulación, jugar “pa la hinchada”, protestar, “conversar al juez” y hasta  entienden que la destreza física no es el único elemento determinante de una posible carrera como deportista. Entienden o les hicimos entender que hace falta algo más, que ni siquiera nosotros podemos saber con certeza que es, pero exigimos. Ya no juegan, o nunca jugaron,  con el instinto del “jugar”, ahora lo hacen pendientes de modelos que adaptaron quizás sin querer.

Así también los padres que hacen de hinchada aportan la cuota de realismo profesional a un juego, definido por la Rae, como ejercicio recreativo sometido a reglas en el cual se gana o se pierde y que nadie está obligado a realizar porque es una actividad voluntaria.

A veces la vehemencia de los pregones hacia los jugadores, (que no olvidemos que son niños) convierten un escenario recreativo en una caldera de 30 grados donde la derrota se torna vergonzosa para los adultos y las reglas y las buenas costumbres se desdibujan desde las tribunas al campo de juego, transformando todo en una batalla, por y para algo, que a veces los propios chiquilines no entienden.

Basta con ir a cualquier canchita de Baby para corroborar lo que les cuento… después pretendemos que esos mismos niños vayan a un estadio, o se crucen en una terminal de ómnibus y se comporten como hombres civilizados y respetuosos de la diversidad que permite un juego: El fútbol!