Home   »   Columnistas  »  Pelota al medio

Los zapatos celestes de Godín y Pablo Forlán




Luis Suárez encimado por Diego Godín.


26 enero, 2015
Columnistas Pelota al medio

Observando el segundo partido entre Atlético de Madrid y el Real, en el Estadio de Chamartín, por los octavos de final de la Copa del Rey, advertí que Diego Godín utilizó zapatos de color celeste. La misma actitud adoptó en el partido de ida ante el Barcelona, por el mismo torneo, en el Nou Camp.

Godin marca a Suarez EFE

Diego Godin, líder indiscutido del Aleti -como le decían antes a los “colchoneros” madridistas- jugó ante el Real Madrid y Barcelona con zapatos de color celeste. En la incidencia, el Capitán de la Selección uruguaya marcando a presión a Luis Suárez.

El hecho me llamó la atención. El uso multifacético de colores en los botines de los jugadores, es una moda que ha ingresado al fútbol, como tantas otras, de la mano de la tecnología. Atrás quedaron en el tiempo aquellos años en que los “tarros de fóbal” –como le llamaban- los mandaban a confeccionar los propios jugadores con zapateros barriales. Tenían tres tapones en la parte del taco y tres barras (les decían “agarraderas”)- en la zona de la planta del pie. Se confeccionaban con trocitos de la misma suela a la que se afirmaban con clavitos. Aquellos botines, siempre de cuero negro, pesaban un quilo y medio cada uno. ¡Y guarda cuando algún tapón se desclavaba porque se quedaba prendido al barro, y el jugador seguía actuando con esos clavitos al aire que eran como cuchillos para las canillas adversarias!

Los propios futbolistas se encargaban de cuidar y mantener sus zapatos. El “Tito” Goncalvez cuenta que a él, quién le enseñó la importancia de que sus herramientas de trabajo permanecieran impecables, fue el inmenso “Güiyan” Martínez. En 1957, cuando el “Tito” llegó directamente del Universitario de Salto a la selección uruguaya que participó del Campeonato Sudamericano de Lima y luego se enroló en Peñarol, allí se encontró con el “Güiyan”. Back derecho tradicional que venía desde el “Maracanazo”, protegía sus botines con betún negro, los cepillaba para sacarle lustre y los arreglaba utilizando el famoso “tres pies” de zapatero, para cambiarle tapones o afirmar las agarraderas de la suela.

El avance de la tecnología ha cambiado, también, el elemento más importante para un futbolista. Hoy los botines tienen el peso de una pluma; el cuero es anécdota del pasado, la suela dejó de usarse y la alta gama de colores agregó otro matiz novedoso al fútbol.

Que Godín haya escogido para estos trascendentes partidos el color celeste para su “tarros”, se me antoja un símbolo. ¡Seguramente pensó en la camiseta color cielo, talismán de victoria que identifica la gloriosa historia de nuestro fútbol! Y es bueno que –en caso de ser así- un jugador símbolo como lo es Godín en el equipo de todos, apele a pisar el césped protegido y empujado por esa fuerza sobrenatural que para todos los orientales o uruguayos, representa ese color que lucen nuestras selecciones desde aquel lejano 15 de agosto de 1910.

Reitero que no conozco el pensamiento de este rosarino, con cara de buen botija, quién próximo a cumplir los 29 años, siente la satisfacción de haber escrito páginas imborrables de gloria con la camiseta albirroja del Aleti –como le decían antiguamente al club que hoy defiende- y la selección oriental. No sé si haber elegido los zapatos color celeste tiene, en su mente, el significado que describo en líneas anteriores. De ser así, sería reconfortante saberlo. Confirmaría que el valor del color de esa camiseta amada sigue siendo un elemento casi metafísico.

Resulta bueno e interesante recordar que en el pasado, el valor de la celeste se trasladaba de generación en generación, por vía oral, a través de gestos y actitudes de personajes elevados, que comprendían el valor intrínseco de ese color y esa camiseta que forman parte sustancial de la identidad uruguaya. Uno de ellos fue Juan López. Y vale una anécdota para resaltar esta virtud que adornó siempre, al bueno de Juancito.

Próximo a cumplir los setenta años, Pablo no puede impedir que las lágrimas afloren en sus ojos cuando recuerdo su debut con la camiseta celeste.

Próximo a cumplir los setenta años, Pablo no puede impedir que las lágrimas afloren en sus ojos cuando recuerdo su debut con la camiseta celeste.

Después del “Maracanazo”, aquel grandote bonachón que tuvo la virtud de contemporizar con el grupo de jugadores  que lograron la hazaña, fue número puesto en cada proceso futuro que se puso en marcha. Al llegar la Copa del Mundo de Inglaterra’66, Juancito colaboró con Ondino Viera y el Prof. Omar Borrás, que dirigían al seleccionado. En la desgastante gira  por Europa, previa al certamen, el 19 de junio de 1966 en Bucarest, los uruguayos enfrentaron a Rumania. ¡Ese día próximo a cumplir los 21 años, Pablo Forlán debutó en Uruguay! Antes del partido, en los vestuarios, el “Boniato” se encontró con la manopla enorme de Juancito apoyada sobre su espalda. La cédula de identidad le cantaba 58 lunas. Caminando mansamente llevó a Pablito hacia un costado. En la otra mano sostenía la camiseta celeste perfectamente doblada. Se la entregó y comenzó a hablar de su significado; de lo que valía como identidad de un país pequeño pero –en aquel tiempo- aún glorioso como ninguno en el fútbol. De lo que en el pasado realizaron muchachos que como él, llegado de Mercedes, entregaron en la defensa de ese color. Pablito no aguantó las lágrimas, le dio un abrazo fuerte y se colocó por primera vez en su trayectoria la celeste sobre el pecho.

El partido terminó empatado uno a uno. Pablo ni se acuerda del resultado. Pero aún hoy, próximo a cumplir los setenta, no puede aguantar las lágrimas cuando recuerda el episodio…