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Nacional y sus dos caminos




scelza


5 noviembre, 2012
Columnistas

 

Aquellos días el hombre andaba mal.

Lo sentía, se daba cuenta que las cosas no salían como deseaba.

Nunca faltan un par de esos amigos inseparables, que pongan el oído y aporten soluciones.

Y así fue.

La mesa del bar los espero, y café de por medio, empezó la charla.

–          Vos no tenés la culpa de lo que te pasa….Es lógico estás agotado.

Es razonable, te exigen demasiado. Los chiquilines que están en una edad brava.

Tu mujer, que te pone de mal carácter porque siempre esta pidiéndote más.

Y en el trabajo te pasa lo mismo. Con la dedicación que vos le ponés a todo lo que haces, no pueden estar reclamándote que llegaste unos minutos tarde, o diciéndote que tenes que mejorar o poniendo en duda tus condiciones. Eso es la envidia de tu éxito….

En su afán de cooperar, aquel amigo del costado derecho de la mesa, proponía una suerte de persecución. Todos estaban en contra de aquel hombre, que según él, todo lo hacía bien y con eficacia.

Los compañeros de trabajo lo celaban, sus jefes lo envidiaban, y la familia era la gran responsable del momento que atravesaban.

Cuando aquel personaje empezaba a tomar coraje, y aquel razonamiento lo satisfacía, apuntando a que sus actitudes eran las correctas y que el resto estaba contra él, surgió la voz, del otro amigo, que con la misma intensidad de cariño pero con frialdad y serenidad,  abordó la problemática desde otro ángulo totalmente diferente.

–          Tenés que revisar tu comportamiento. Quizás sea hora de aflojar el ritmo que traes y que genera que no rindas de la manera adecuada, ni en tu casa ni en el trabajo.

Le dedicas muy poco tiempo a todo y es así que llegan los reclamos, de tu familia primero y luego de tu trabajo donde no estas cumpliendo.

Vos sos inteligente y debés analizar la situación para salir del paso, porque tu capacidad sigue siendo la misma pero tendrás que corrgir tu actitud….

Era más sencillo lo que proponía el discurso anterior, la culpa era de los demás, pero era más sensato lo que acababa de escuchar. Aquel hombre era el verdadero responsable de lo que le estaba sucediendo.

El vestuario de Nacional, estaba cargado de enojo y sarcasmo.

Ya desde el final del primer tiempo, donde todo se justificaba en una presunta mano intencional de Porras en el arranque de una jugada en la mita de la cancha que después de tres pases y gruesos errores defensivos tricolores había puesto en ganancia a River.

El final de partido, generó voces contrarias a la actuación arbitral, reclamando intolerancia para con la reacción inadecuada de Bueno.

Olvidaban que Falce y el primer asistente fueron determinantes para continuar un partido que por uno pocos inadaptados que arrojaban cosas a la cancha pudo haberse suspendido.

Lo cierto es que como en el caso de aquellos amigos, es mucho más fácil echarle la culpa a los demás que analizar  los propios errores.

No fue Falce el que provoca esta debacle tricolor.

Es la ausencia de liderazgo futbolístico si Recoba esta ausente, es la carencia de ideas que tiene el equipo en el medio campo, es la constitución de una oncena incapaz de generar más allá que el técnico coloque tres delanteros netos. Son los enormes yerros defensivos que le brindan facilidades de todo tipo a equipos que atacándolo poco, le marcaron cinco goles en los últimos ciento ochenta minutos de fútbol.

Si Nacional no razona y analiza en su interna, difícilmente pueda solucionar sus problemas y corregirlos.

Nervioso, perturbado, sin ideas, así se muestra en la cancha.

¿Esto lo descarta para acceder al campeonato, o lo priva de una victoria clásica?

No, en absoluto, pero deberá sobreponerse a las ausencias obligadas, y a este pésimo momento futbolístico y sera capaz de hacerlo, solo si analiza sus errores, se da cuenta de los mismos y cambia el rumbo en busca de soluciones.

Es como aquellos amigos que se juntaron en el bar.

Ambos, desde el corazón aportaron los consejos que entendían adecuados, y Nacional deberá optar, por el pasional que todo lo justifica en la persecución de los demás para que no salga campeón o el racional, que interpreta que son muchos y demasiado importantes los errores cometidos y que solo en la autocrítica podrá establecerse la mejoría.