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Santiago, ciudad del “primer mundo” y “al tiro”…




El curso del Mapocho parece de plata. Una escultura en primer plano y atrás una de los giganstecos edificios modernos de Santiago.


26 marzo, 2013
Pelota al medio

Segundo diario de viaje. Sensaciones recogidas en esta mañana, a pleno sol en un día hermoso. Hoy, la ciudad que fundó don Pedro de Valdivia el 12 de febrero de 1541 y a la que llamó Santiago del Nuevo Extremo en honor al Apóstol Santiago, puede catalogarse que es del “primer mundo”. Aunque todo siga siendo “al tiro”…

El curso del Mapocho parece de plata. Una escultura en primer plano y atrás una de los giganstecos edificios modernos de Santiago.

El curso del Mapocho parece de plata. Una escultura en primer plano y atrás una de los giganstecos edificios modernos de Santiago.

Escribe: Atilio Garrido / Fotos: Fernando González (enviados especiales a Santiago)

Otro día luminoso ha transcurrido en Santiago de Chile. Una mañana fresca que comenzó a calentarse pualatinamente, con un sol grandote y pleno colgado como una cometa remontada al cielo por la tierna mano de un botija. Y un celeste como la gloriosa camiseta de Uruguay. ¡Lo qué son las cosas, cuando los países piensan en grande, apuestan a crecer y pelean para vencer a las dificultades naturales! No es fácil la vida para el santiaguino. Con la ciudad metida en el amplísimo valle surcado por las Cordilleras de los Andes y la de la Costa, la mano de Dios les deja a sus habitantes, el verano y parte del otoño y la primavera, para disfrutar del sol y el cielo celeste a pleno. Después, desde mediados del otoño, todo el invierno y mediados de la primavera, la ausencia de vientos determina que se produzca algo así como un colchón de smog que queda atrapado entre los altos picos de ambas Cordilleras. Entonces, el sol se ve traslúcido y el cielo pierde el celeste para transformarse un grisaseo que bajonea el espíritu. En ese tiempo, el sol -cuando aparezce-, lo hace como una  hermosa señora cuarentona recién levantada, envuelta en los finos tules de su robe de chambre. En ese tiempo de frío seco y ausencia de viento, los santiaguinos miran para arriba rogando que llueva, porque las gotas perforan el colchón de smog y entonces, por unos pocos días, aparece el cielo y el sol límpidos. Las autoridades han tomado todo tipo de medidas para evitar que los gases tóxicos de los vehículos, camiones y ainda más, aumente durante esas estaciones del año. Durante cada semana de ese período, cuatro números finales de la matrícula tienen prohibido andar por la ciudad.

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Un funcionario municipal riega, esa mañana de lunes, los jardines del Mapocho.

Un funcionario municipal riega, esa mañana de lunes, los jardines del Mapocho.

Esta mañana, después del desayuno salimos del telo caminando hacia Providencia. El trayecto lo hicimos por las amplias márrgenes del río Mapocho, el que corta a la ciudad como una afilada cuchilla metiéndose en las entradas de la tierra para formar el cauce por el corre el hoy caudaloso río. ¡Y allí, caminando por el espectacular césped verde, más verde por el luminoso sol, descubrimos esto triunfo de los santiaguinos sobre la naturaleza! Falta el agua en la ciudad atrapada por las Cordilleras. El clima es seco, bastante árido, lo que dificulta el cuidado y el crecimiento de la vegetación. Sin embargo, los enormes jardines que se extienden por un largo trecho en los bordes del Mapocho, son una belleza. Cortado prolijamente el césped. Regado por potentes aspersores perfectamente colocados para que rieguen sin mojar a los peatones que pasan caminando por los perfectos senderos delimitados. ¡Y los funcionarios municipales con prolijos y pulcros uniformes, regando con potentes mangueras aquellas plantas y arbustos que requieren cuidado especial! Y la decoración del paisaje, embellecido por modernas esculturas, estratégicamente colocadas, aportan lo suyo. No quiero exagerar -de pronto la belleza del día, el sol y el cielo aportaban lo suyo-, pero por momentos, junto al Gallego González, no sabíamos si caminábamos por Santiago o París.

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Para que esa imágen fuera completa, el panorama del río Mapocho aportaba lo suyo. En el pasado, allá abajo por donde corre su cauce, aquello era un “mugrero”. Chilcas y pastos tapándolo todo; desechos de basura por doquier -especialmente envases de plástico–, traídos por el torrente de agua “estacionados” en sus márgenes; malvivientes ocupando esos espacios. ¡Hoy todo aquello ya no existe! Han cortado la maleza y colocado amplias piedras, dejando en el medio el lugar para el paso del cauce. ¡Y los puentes que surcan las márgenes! La mayoría antiguos, con sus hierros pesados y los bulones cerrando los ángulos. Pero también los hay modernos, de acero y vidrio, aportando su belleza que se suma a los enormes y altos edificios que se han levantado también en las proximidades del curso del Mapocho.

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Después caminar por Providencia, una zona normal, céntrica, lejos de la “paquetería” de nuestro Carrasco, por ejemplo, nos muestra una ciudad de “primer mundo”. Por la limpieza de sus calles. Por la pulcra vestimenta de los transeúntes, sean éstos varones o damas, que dejan a su paso el perfume de una fragancia francesa. ¡Y los Caribineros! Hombres y mujeres que sirven para los Carabineros, esos policías vestidos de marrón, tan prolija y pulcramente vestidos que parecen recién salidos de la sastrerías. Y allí están ellos y ellas. Dos o tres por cada esquina, mirándolo todo, observándolo todo y… caminando por las calles, imponiendo seguridad a través de la prevención. Porque van munidos de perros amaestrados, mastines dispuestos prontamente a correr y detener a un “punguista” o un “descuidista” que metió los garfios en los bolsillos de un hombre o arrebató la cartera de una mujer.

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Impactados por esa visión y esas sensaciones recogidas en el trayecto, retornamos al Hotel Sheraton. Compartimos la charla con Rafael Fernández, el dirigente de Peñarol que viaja como delegado del club con la delegación de Uruguay. También él, en su recorrida por otras zonas de Santiago, recogió idénticas sensaciones y experiencias. Y no hacemos referencias al moderno metro que anda por las entrañas de la tierra; las nuevas autopistas que aquí llaman “costaneras” porque han sido construidas ganándole metros a los costados de la montaña y el modernísimo sistema de peajes electrónicos, con ausencia de casillas como en nuestro país, donde los autos deben hacer cola y apiñarse para poder pagar con billetes o moneditas. Y lo más interesante, es que en Santiago se siguen manteniendo como permanentes, la calidad humana de su gente, ahora vestida con finas prendas y calzado. La simpatía de aquellos viejos “rotos” convertidos en ciudadanos de primer mundo, para quienes -como siempre-, todo sigue siendo “al tiro”. Le solicitas algo al taxista, al funcionario de una tienda o del supermercado y te dice… “al tiro”. Y te lo trae rápidamente. Salute.