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¿Y yo pensé que era pobre?. (Primera parte)





10 diciembre, 2017
Columnistas

 

Hebert Revetria. Columnista

Diciembre del ’85. Viaje con Peñarol a la India, ciudad Calcuta.

Era un torneo que se jugaba todos los años. Uruguay a nivel de selección lo había ganado tres años con el Profe Borrás como entrenador.

Me invitaron a reforzar el equipo B de Peñarol y con mi usual curiosidad de conocer países y culturas diferentes acepté.

La primera parada del largo viaje fue Holanda, la ciudad de Ámsterdam, estuvimos 2 días hasta tomar la conexión a nuestro destino final.

Conocida la ciudad, por su parecido a Venecia, en sus canales y puentes, pero con finalidades diferentes.

Nos impactaba ver a mujeres vendiendo sus cuerpos en vitrinas como si fueran artículos de ropa o mercadería de paso, unas al lado de las otras.

Llegamos a Bombay, estuvimos varias horas por problemas de documentación,  Ernesto “Pinocho” Vargas  detenido por tomar unas fotos en el aeropuerto.

Una vez solucionado los temas, nos tomamos el avión hacia nuestra nueva aventura deportiva.

Llegamos por la tarde y tomamos el bus hacia el hotel, en el recorrido veíamos mucha pobreza, diría pobreza extrema, eso hacía que todos fuéramos en silencio captando todo en nuestras mentes y haciendo comparaciones con nuestro estilo de vida.

De pronto Héctor Correa, un joven zaguero, dijo en voz alta; sus palabras quedarían por siempre en mi memoria; ¿¿”Y YO PENSÉ QUE ERA POBRE”??.

Llegamos al hotel con temor de que el alojamiento no fuera adecuado a una delegación deportiva. Gran error, era espectacular, el personal femenino, con  vestidos tradicionales del país,  un inglés perfecto y a todo lujo.

Frente al hotel había un gran mercado que vendía desde comida, hasta vestidos tradicionales de seda y alfombras hermosísimas.

En esos momentos recordé las palabras de la Hermana Teresa de Calcuta,  “pobres entre los pobres”, así la Hermana pedía sus donaciones y quiénes eran los destinatarios de sus rezos.

¿Si era pobre como puede ser más pobre? Pobre era yo de mente, que no veía más allá de mis narices.

Cuando teníamos libre salíamos a caminar, íbamos con un policía armado con una vara de bambú, no nos dejaba en ningún momento. Se nos acercaban las personas a pedirnos y él los alejaba muy enojado, amenazando con su vara.

Todo novedoso, las personas nos seguían por cuadras y no había manera de poder perderlas, quise sacarles unas fotos para tenerlas como recuerdo de lo vivido y de pronto esa fue la solución, se tapaban la cara y maldecían, pensaban que perdían el alma y por eso se negaban a ser fotografiados.

Siguiendo por las diferentes calles de la ciudad, vimos de pronto una persona fallecida y su “cajón” era una cama, sería primera y última vez que la usaba.

Mientras nuestra caminata se hacía más larga de lo pensado, la cantidad de autos y personas era cada vez más densa, vimos unos carros para dos personas llevados por hombres de todas las edades, ofreciendo el servicio como taxi.

Éramos en total unos seis muchachos, precisaríamos 3 carros, así lo hicimos y regateando los precios llegamos a un acuerdo.

Ellos corrían al trote trasladándonos y el carro tenía en los costados la forma de flechas hechas en hierro, con unas campanitas colgadas en  las puntas alertando a los transeúntes y cuando las personas los veían se apartaran rápidamente.

Saludo de capitanes.

Entramos al mercado porque el paseo estaba muy complicado ante todos los acontecimientos vistos. No sin antes reflexionar de lo que habíamos hecho, el profe. Oscar Ortega, me dijo: “ Hebert!!, viste lo que hicimos??,  nos hicimos llevar por personas como si fueran animales tirando del carro.” Quedé pensando y le dije: “sí, tenes razón, pensé que les hacíamos un favor ya que ellos están trabajando y es lo que hacen para vivir” el profe me respondió “¡¡ me cago en lo que están haciendo!!,  somos nosotros las basuras, cómo podemos permitirnos usar a personas que nos trasladen como si fueran caballos”. No tuve respuesta, sí vergüenza.

Varios muchachos compraron souvenires, algunos seguíamos viendo precios y que podíamos comprar, hasta que de pronto sentí varias voces llamándome, “Hebert.!! Hebert!!” y corrieron hasta alcanzarme, “¿Qué pasó? Tranquilos, cuéntenme”

Luis Güelmo había comprado unas remeras y pagado con U$S 100 y no querían devolverle el cambio, lo estaban robando, como hablo inglés viajero recurrían a mí,  era el capitán, así que tenía mayor responsabilidad.

Llegamos junto con el policía que nos acompañaba,  con cara de pocos amigos y en la mano la vara pronta para la acción. No entendía nada de lo que hablaban así que mi inglés estaba de más, de pronto nuestro policía le tomo las manos y con las palmas hacia arriba le pegaba muy fuerte, hasta yo sentía los golpes, el comerciante gritaba de dolor arrodillándose y suplicando que no le golpeara más, así lo entendía por sus gestos.

Le dije que parara y me entendió, fuimos a la comisaria y el capitán era más malo que el agente policial, pensé “¿en qué me metí?”, no tenía como hacerme entender, ahí hablaban la lengua del país  (Hindi).

Mientras Güelmo y el comerciante se arreglaban (le devolvió la diferencia, unos U$S 80), se me ocurrió la gran idea de ver un poco más adentro de la comisaría, recuerdo que mientras nuestro problema se desarrollaba en el mostrador, que era a la izquierda de la puerta principal, más adelante había una pared en curva que tenía por ambos lados entradas, así que no me costó mucho “entrar” y ver donde encerraban a las personas que detenían.

La visión me hizo pensar en el infierno de Dante. En dos metros cuadrados había un centenar de personas; hombres, mujeres con bebes y niños con apariencias desgarradoras, suplicando perdón, de quienes han cometido sus peores y atroces crímenes, gente sin esperanza, con dolor inimaginable. Pensé otra vez, “¡¡Pobres entre los pobres!!. ¿Y yo me creía pobre?”

Esa escena aún la sigo viendo, me persigue, quizás sea un Karma en mi vida.

La semana que viene continúo con la segunda parte…