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1973




Arriba: Enrique Núñez, Daniel Carámbula, Hugo Bukowski, Ney Castillo, Juan Ma. Vanrell, Rafael Villazán. Abajo: Roberto Moreno, Mateo Infantozzi, Hebert Revetria, José Ma. Nin y Alejandro Nin


31 mayo, 2018
Columnistas

“La historia se puede cambiar los recuerdos no, se puede adaptar de acuerdo a su manera de ver, o de sus intereses. Recordar y escribir es parte de mi historia y también la de  los muchachos que hicimos juntos el viaje. El recuerdo es personal, es lo vivido y sentido. El resto es el hombre. En ese salto brutal, desesperado del ser humano que un día siente un frío especial en las piernas huesudas y ve demasiado corto su pantaloncito de todos los días. De ese ser humano que no puede disimular la picazón de un pantalón largo, que a veces se vuelve demasiado largo. Una palabra para definir: Adolescencia.  Es difícil asimilarlo a lo nuestro. Al fútbol y a ese mundo salvaje. Lleno de astucia, de dolores, de cosas prefabricadas, de intereses, de entretelones, de extraños valores humanos. Difícil verlos hombres, aunque muchos estén esperando ver a un hombre que suplante a otro hombre”.

1973

Un niño en el mundo de los hombres, fue un título del Diario de la noche, estaba en el liceo y estudiaba por la noche, porque durante el día entrenaba, y lógicamente cambiaban los horarios  de los mismos, a veces en cuarta división y otra veces en los Céspedes para tener jugadores de sparring para el primer equipo de Nacional, que fue unos de los mejores de la década del los 70.

Me levantaba temprano, y caminaba mis 7 u 8 cuadras desde Industria y Túnez hasta Centenario,  me tomaba el 330 con destino a Instrucciones y Mendoza, o si pasaban los jugadores de primera nos llevaban, nos ahorrábamos el boleto, y quedaba para los bizcochos a la vuelta. Así pasaba mi vida, mi novia desde los 15 años, el liceo y el fútbol. Había perdido a mi madre a los 11 años y la vida se te hace cuesta arriba, uno pierde también la niñez, la adolescencia… por eso el titulo que empecé mi historia. Tenía que triunfar, había muchos sueños que cumplir, tenía que formar una familia, darles lo que la vida me quitó. Aún siento rabia.

Al primer jugador que pasaba en su coche le hacía señas y me paraba, ya con algunos muchachos que había levantado en 8 de Octubre y Centenario, antes que yo. Sólo había uno que no te paraba y era Juan Duarte ¡qué “sorete” que era! Así lo identificamos todos los juveniles cuando lo nombrábamos. Recuerdo una práctica en los Céspedes, en la primera cancha, del arco que da a los vestuarios, estaba disputando un balón con Duarte y le gano con empujón válido con el hombro la posición de la pelota, el “Pulpa” dice, “bien metido el cuerpo Hebert, así se hace”, yo feliz porque uno también maduraba aprendiendo junto a ellos. Después vino un corner, y yo estaba parado esperando la ejecución, y cuando voy a saltar siento un golpe en la espalda fuertísimo, entre la columna vertebral y el omoplato, un codazo. Quedé sin respiración, miro y veo a Duarte sonreír y siento también la recriminación de sus compañeros que eso no se hacía y menos con juveniles, se había vengado de un simple empujón dentro de la validez del mismo. También están los señores jugadores como Luis Artime, que paraba su coche y siempre hablábamos mucho.Me decía, “Hebert cuando yo me vaya, vas a representarme en  Nacional como “Artimito”, sos mí legado futbolístico”. -Ojala- le decía, todo entusiasmado, viendo las fotos en los diarios en mi mente, como veía las de Luis, convirtiendo goles de todos colores. Así que cuando entrenábamos, él estaba siempre dándome indicaciones constantemente. “¡Hebert! Acostúmbrate a no parar las pelotas en el área, pegale de primera aunque le pegues mal, el golero nunca la espera, desvíala con cualquier parte del cuerpo, lo importante es que sea dentro de los 3 palos”.

Tenía 17 años. Como alternaba entre la cuarta y tercera de Nacional, los domingos que no jugaba  el Presidente de Nacional Universitario, Rafael Anavitarte, me pedía para jugar en la Liga Universitaria. Recuerdo que nos pasaba a buscar por cada casa, tocaba el timbre y después una sarta de puteadas, “Levantate, dale que llegamos tarde y la cancha queda lejos, ¡Hebert! La puta que te parió, ¡Levantate!” ¡Que lindos despertares! Los domingos de mañana, venía Rafael en un BMW 2002. Me encantaba ese coche, origen alemán, entrabamos muchos en él, imagínate cuando llegábamos a la cancha parecía una “bañadera”, salíamos como 11 jugadores del coche, ahora sería una Van, “tudo mais chiquen”, como dicen los brasileros.

Tanto jugar en la liga que me sentía uno más de los universitarios, también había que ganar todos los domingos de mañana, cuando no podía ir estaba al tanto de los resultados. Todos los años el equipo de Nacional Universitario viajaba a diferentes países del mundo, jugando y también paseando.

Nacional Universitario vistiendo la celeste, como “Uruguay B”, disputó la Copa Afro Latinoamericana en Guadalajara. Arriba: Rafael Anavitarte, Enrique Núñez, Daniel Carámbula, Elbio Paolillo, Rafael Villazán, Daniel Obes, Hugo “Ruso” Burowski, Juan Ma. Vanrell. Abajo: Roberto Moreno, José Ma. Nin, Hebert Revetria, Álvaro Ribas y Alejandro Nin.

Corría el año 1973, y se venía el viaje anual, nunca pensé que viajaría con ellos, así que ni pasaporte tenía, pero ocurrió una deserción de unos de los que acompañaba, no era jugador, y tenía el préstamo del banco, así que me preguntaron si quería viajar y tomar ese préstamo para acompañarlos. Anavitarte que tenía contactos en Nacional, pidió si podíamos viajar Rafael Villazán y yo como refuerzos del plantel y los directivos nos autorizaron sabiendo que sería una experiencia enriquecedora y también para madurar como jugadores..

Salimos de Montevideo rumbo a México, éramos unas 50 personas o más. Que personajes viajaban, el Técnico era el “tarta” Vanrell, un fenómeno, tenia mas salidas que el “chicho”. Viajaba con nosotros el que sería después el vicepresidente de la República Oriental del Uruguay, Gonzalo Aguirre, para nosotros el “Oso”. Nuestra primer parada fue la ciudad de Guadalajara, íbamos a los juegos Afro Latinoamericanos. Habían invitado al seleccionado de Uruguay, como no podía ir, Rafael Anavitarte hablo con la AUF y representamos a la selección B de Uruguay, un invento, pero como nos quedaba de pasada a USA, nos venía bárbaro, teníamos todo pago, hotel, comida y traslados, mejor imposible. Llegamos al aeropuerto y nos esperaban los Mariachis, con sus guitarras y las bailarinas tradicionales, la primera vez que África y Latinoamérica se unían con todos sus mejores atletas, competíamos en todas las disciplinas, era hermoso ver la alegría de los africanos, era contagiante, bailaban en todo momento, cantaban, no se hacían problema por nada. Las mujeres vestían sus trajes típicos, caminaban con ritmo y nos regalaban collares hechos de madera, posaban con nosotros para las fotos, era todo como si fuera una gran fantasía…

GUADALAJARA

Llegó nuestro primer partido ante la selección Africana, teníamos jugadores muy  buenos: Roberto Moreno, Mateo Infantozzi, José María Nin, Alejandro Nin, Rafael Villazán, Daniel Obes, Ney Castillo, el “Ruso” Bukowski, Alvaro Rivas, de los que me recuerdo. Empatamos a 0 y fui expulsado, mal expulsado a los 30’ del primer tiempo, no llegue ni a calentar que estaba en los vestuarios. También echaron al lateral que era unos de los mejores del equipo africano. Me sancionaron por 2 juegos que era el resto del torneo, una lástima, pero todo fue raro. Después jugamos ante México, nos empataron 1 a 1 y cerramos ante Guatemala, también con un 1 a 1, pero en resumen nos quedamos afuera de las finales, que fueron México vs. Guatemala. Ganó México, pero Guatemala dejó una grata impresión por el juego desplegado. Tanto que pactamos una revancha con ellos, en su país. Arreglamos los pasajes para viajar porque nuestro destino era USA.

También teníamos el boxeo representado por el “sapito” Álvarez, gran valor, y el basketball estaba presente, con Germán Haller a la cabeza de las figuras de Uruguay.

Recuerdo la primer pelea del “Sapo” Alvarez, todavía peleaba como amateur, iba invicto, peleaba contra el local mexicano Navarrete. Los boxeadores de México siempre fueron muy buenos, estábamos todos los integrantes de Nacional Universitario y también los jugadores del basketball, en el Arena Coliseo de Guadalajara, alentábamos continuamente a nuestro púgil, los gritos se hacían sentir muy fuertes, ya por naturaleza cuando vemos la camiseta celeste en cualquier deporte gritamos a veces sin saber nada, pero lo importante que presionamos a los jueces.

Los primeros round iban parejos, ambos muy buenos, rápidos, eran un peso liviano así que se daban muchas trompadas. Al iniciar el 3er round y último, porque esas peleas son a 3 rounds, golpean al “Sapo”. Fue una trompada o un cabezazo que le hizo sangrar la frente arriba de las cejas. El juez para la pelea y entra el doctor a ver la herida, después de constatar, hace un ademán que no va más, el “Sapo” Álvarez le decía que podía continuar y nosotros como locos queríamos que siguiera, sino de ahí seguía para el aeropuerto y destino Uruguay, lo eliminaban del torneo. Seguíamos gritando como locos, subimos al ring, yo fui uno de ellos, le pegamos al juez, al boxeador, a lo que se nos paraba enfrente, imaginate que estábamos junto a los jugadores de basketball, cada uno medía 2 metros, eran gigantes en el cuadrilátero, había poca gente de México y estaban arriba en las tribunas, nos tiraban aguas, nos decían de todo, tuvimos que salir a los empujones y corriendo.Había llegado la policía.

Recorte del periódico “El Diario” de México. Así como hoy llaman a los uruguayos charrúas, en esos tiempos se referían a nosotros como “Tupamaros”.

Al otro día en los diarios, los títulos “BANDA DE TUPAMAROS INVADIÓ LA ARENA COLISEO”. No saben perder…  Vi una foto entre medio de gigantes y apenas se me veía mi cara tapada con el pelo, pero había que hilar muy fino para reconocerme. Regresamos al hotel y cuando subo al ascensor entran los jugadores de basketball. Nunca me sentí tan chico de estatura al lado de ellos, tocaban con la cabeza el techo del elevador, miraba y pensaba soy un enano, pese a mi 1,80 de estatura.

GUATEMALA

Arriba: Enrique Núñez, Alvaro Ribas, Daniel Carámbula, Hugo Bukowski, Ney Castillo, Juan Ma. Vanrell, Rafael Villazán. Abajo: Roberto Moreno, Mateo Infantozzi, Hebert Revetria, José Ma. Nin y Alejandro Nin

Guatemala. Ciudad histórica, eran tiempos muy tranquilos aquellos, acogedora, nos hicieron conocer ciudad Antigua, hermosa bajo el volcán de Agua, sus calles con adoquines del siglo pasado… si estuviéramos los uruguayos los vendíamos todos, flor de negocio hacíamos. No hay caso, nacimos con una pelota y una valija bajo el brazo, aparte empresarios con miles de  proyectos, eso sí, siempre con el dinero de los demás, no arriesgamos nunca, como en el fútbol, bien cerrados atrás y matamos de contragolpe.

Llegamos y en todas las entrevistas, elogiamos de verdad el juego del seleccionado local, para nosotros y ellos, jugaríamos la verdadera final. Realmente fue un presagio de lo que se vendría.

Comenzó el juego y fuimos superiores durante los minutos jugados, pasamos a ganar, gol mío a los 40’, un centro de la derecha cerca del corner, la cabeceé muy fuerte, después convirtió Alejandro Nin desde un tiro de esquina a favor nuestro, el golero dio rebote y Alejandro lo fusiló . Ellos al verse ya perdidos y con su gente, levantaron, sus ataques empezaron a sentirse, nos convierten un gol y emparejó el juego. En una jugada por el medio campo, sale con mucha vehemencia Daniel Obes, zaguero de Nacional, lo partió en dos, al delantero guatemalteco. No era una roja, había que

Recorte del diario guatemalteco. Fue tan imponente la gresca que titulaban “Batalla Campal”. El resultado, una anécdota.

llevarlo preso, lo mínimo 10 años. Me acerco y como siempre, “no fue nada, apenas lo toco”, la de siempre, tarjeta roja. Le digo a Daniel, “Llevate uno contigo”, quedábamos con 10 y encima el rival atacando, había que emparejar la situación. ¡Para qué le dije! El primero que paso, Daniel le mete una trompada que lo aterrizó, su nombre MacDonald. Fue de repente una catástrofe, empezó la primera de las muchas que nos esperaría esta odisea futbolística. Yo miro y veo a Daniel que se le colgaban de los hombros, todos lo atacaban, ya era de carácter fuerte, y lo veía en su salsa, lo peor era que iba a donde estaban más jugadores de Guatemala… o estaba ciego o le gustaba más que jugar al fútbol las trompadas. Miro y veo que por detrás de él, un jugador contrario se saca los zapatos y hace una especie de boleadoras, comienza a revolear tomando más fuerza el “arma” ocasional,  y viendo esa situación empecé a correr para que no le golpearan desde atrás. Llego justito, ni paré, le di un derechazo en la mandíbula del lado derecho, lo noqueé, sigo trotando y me dirijo a los vestuarios.La trompada era de pasada nomás. Cuando giro hacia atrás mi cabeza, veo que el técnico era el primero de todos los jugadores que me corrían, hasta los suplentes, lo recuerdo clarito, el túnel estaba donde sería el tiro de esquina de nuestro arco. Hice un cambio de ritmo tremendo, pasé de segunda a quinta en un segundo, entre resbalones y caídas llegué, porque estaba con zapatos de tapones para la lluvia y lo pequeño del lugar que no había espacio para esconderme. Fueron llegando nuestros compañeros y el “tarta” Vanrell, que no le salía ninguna palabra, entre la corrida y algún golpe que se llevó solo hacía ademanes…  Afuera llovían las piedras, yo miraba por una pequeña ventana hacia afuera y estaban los hinchas en una loma arrojando de todo. Nos pudimos retirar después de 2 horas del estadio, quedaban pocos pero buenos, nos rompieron los vidrios del ómnibus, pero al cerrar las cortinas no hubo otras consecuencias. ¡Qué final! Teníamos razón, esa era la verdadera… final Afro Latinoamericana.

 

LOS ANGELES

 

Los Ángeles, partidos ante la Universidad de Loyola, después de llegar a la ciudad del cine, ver Hollywood, el teatro chino con las huellas de diferentes actores que supimos admirar por la pantalla grande.

Eran tiempo felices, dentro del hotel hacíamos batallas campales de bromas, en una de ellas vino hasta la policía. Era tanto el relajo que hicimos que nos pasamos de rosca. Cada vez que abríamos la puerta nos caía un balde de agua, o si salíamos de la pieza afuera nos esperaban con baldes llenos de agua que nos bañaban por completo. Tanto era así que si alguien golpeaba la puerta ya nos poníamos en guardia, a la defensiva. Una vez nos golpearon la puerta y hablaban en inglés, pero nosotros no íbamos a caer en esa broma, éramos muy “inteligentes”, la sabíamos todas… pero seguían  insistiendo y cada vez golpeaban más fuerte, ¡No abrimos, váyanse!, “Police, open the door!”, “¡jajaja váyanse boludos, tu ingles es malo jajaja!” “POLICE, OPEN!”  Así varias veces, miramos por el ojo de buey de la puerta, y ¡Oh sorpresa! ¿O estaban todos disfrazados o era la policía de verdad?… “¿Bo. Qué hacemos?” Abrimos y había policías de Los Ángeles, los que veíamos por TV, el hotel nos había denunciado por ruidos molestos, ¡menos mal que no sabían lo que hacíamos! Nos dieron un aviso que te asustaba, cuando se fueron enseguida corrimos la voz y paramos nuestras “bromas”.  ¿Open the door?, ¡ni sabíamos la traducción!

Fuimos a ver el juego de nuestro primer rival en USA, eran la mayoría jamaiquinos, muy rápidos. Vimos como goleaban al equipo de turno, pero yo miré y me quedé observando al lateral izquierdo de la Universidad de Loyola, alto moreno muy atlético, vi que le daba mucho espacio al puntero derecho, le dejaba recibir el balón y que comenzara su carrera hacia el arco que el defendía. De pronto y desde la mitad del campo el lateral salía como una flecha, te derribaba de una forma que no volvías a jugar, con suerte que no te quebrara. Me quedé con esa jugada, pensé ¿y si me pasa a mí, cómo resuelvo esa situación? Lo mejor sería no andar por ese lado del campo, era muy rápido, ágil y muy fuerte. Pero tenía que tener un plan rápido si me encontrara igual que mi antecesor colega, para que no me lastime. Me quedaban aún muchos días de viaje y con yeso no podría seguir. Aparte tenía mi futuro como jugador profesional. Muchas cosas pasaron por mi mente, sinceramente estaba preocupado, le comente a Roberto Moreno, que jugaba de puntero derecho, “ojo si lo viste es un asesino y no mide las consecuencias”. “Sí”, me dice Roberto, “es un hijo de puta”.

Comenzó el partido y lógicamente eran lo que esperábamos: rápidos, fuertes y no medían las consecuencias de las faltas que cometían. Igual poco a poco fuimos tomando el control del partido, llegaron los goles, nos pusimos adelante en el marcador y jugábamos con mayor tranquilidad.  Roberto muy vivo, jugaba al toque y cambiaba de punta, o se metía en el medio conmigo. De lo que teníamos que cuidarnos, era no estar por la punta derecha. Faltando poco para que termine el primer tiempo, me lanzan una pelota justo donde yo no quería, hacia la punta derecha. Como era de esperar, recibo solo sin marca, de reojo lo veo, como una pantera, esperando cazar a su presa.  Recordé los tiempos con mi padre, que me contaba una jugada, creo que de Rodríguez Andrade, que amagaba ir a buscar la pelota, luego retrocedía, y la paraba con el pecho de forma muy elegante. Era cuestión de engaño, en el fútbol siempre es engaño, que el rival piense que vas a realizar una jugada y uno termina haciendo otra. Tomé el balón y dejé que pensara que haría lo mismo que cualquiera, que tiene ese callejón vacío para llegar al arco, corrí rápido llevando el balón pegado al botín, y él empezó su carrera mortal hacia su presa. Cuando llego con sus dos piernas hacia adelante, frené de golpe y dejé el balón seguir su carrera, es cuestión de tener los tiempos exactos, así fue en mi caso, pasó por delante mío como una huracán pero la pelota lo hizo rodar con más fuerza, no lo frenó el pasto, siguió dando vueltas enredado con sus piernas y rebotando con la pelota por debajo, como eran canchas de futbol americano había una zanja enorme después de la línea de cal, fue peor, cayó y ahí quedó, quebrado uno de sus tobillos, y no sé cuántos huesos más. Sus gritos aún los recuerdo, no le entendía nada, serían de algún dialecto jamaiquino. Terminó el primer tiempo y otra vez lo vi en el pasillo que daba a los vestuarios, en una camilla junto a la ambulancia que lo llevaría directo al hospital, salió el uruguayo de pasada, aunque no me entendió nada, habrá pensado que le habría dicho algo como, “¡Arriba que no pasa nada!”, solo gemía y se le veía la cara de dolor. También le vi algo que con el tiempo lo usaríamos nosotros, como profesionales, el leukoplast, solo en los equipos que eran fuertes o en la selección, salían muy caras esas cintas que hacía como una venda, es mucho mejor y te mantiene el tobillo mucho más firme, era un adelantado el jugador de la Universidad de Loyola. Siempre pienso menos mal que fuimos a ver el rival antes de enfrentarlo, nunca lo hacíamos, salíamos a conocer  las ciudades que visitábamos, en vez de ir a ver fútbol…

-Y el viaje sigue, ese avión que tomamos en 1973, alrededor de 50 personas vuela, su destino infinito, pero nosotros lo seguimos viviendo, fue el viaje de nuestras vidas. Muchos nos conocimos en ese momento, único, irrepetible, para algunos nuestros sueños se convirtieron en realidad, para otros, el destino era más corto, pero todo gira, volvemos al principio, somos los jóvenes que salimos a jugar el partido de la vida, todos en nuestras memorias estamos ahí, alentando el juego del compañero que le tocó jugar. Salimos a dar pelea, unos estudiando, otros ya recibidos, pero el fútbol nos une, dejamos de ser, para no ser, cambiamos el mío por lo nuestro, la soledad por la solidaridad, donde todos somos uno,

“ Vine, Vidi , Vici. ¡Salve Cesar los que van  a morir te saludan!” Así éramos, los Césares de nuestra “Roma”.

El “Chino” Izuibejeres, el Cr. Dardo Savio…