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A 54 años de la epopeya de Santiago

Peñarol celebra el 54° aniversario de la gesta de Santiago de Chile. Tras remontar un 0:2, venció por 4:2 a River Plate en Santiago de Chile, para conquistar por tercera vez la Copa Libertadores.




Néstor "Tito" Gonçalves, capitán de capitanes de Peñarol.


20 mayo, 2020
Peñarol

20 de mayo de 1966: fecha emblemática en la historia mirasol, quizás la más importante en lo estrictamente futbolístico. En una noche cargada de gloria, Peñarol conquistaba su tercera Copa Libertadores, venciendo por 4:2 a River Plate de Argentina -donde jugaban los uruguayos Roberto Matosas y Luis Cubilla- en el Estadio Nacional de Santiago. Fue la tercera final, y el aurinegro la dio vuelta en memorable hazaña. Así, en su década dorada, se convertía en el primer club del continente en coronarse Tricampeón de América.

 

“TITO”, EL CAPITÁN DE LA VICTORIA

 

El periodista e historiador Atilio Garrido, en la sección “Pelota al medio” de Tenfield.com, narró la vida deportiva de Néstor “Tito” Gonçalves en quince capítulos. En el noveno, incluyó el último reportaje que se le realizó al capitán aurinegro, donde él mismo relató la epopeya de Santiago de Chile.

 

Lo transcribimos a continuación.

 

MAYO DE 1966, UN MES INOLVIDABLE PARA PEÑAROL

 

-Vienen las finales con River Plate. Lo escucho…

 -Le voy a ser sincero. Para mí no puede existir la mínima duda de que la emoción más grande de mi trayectoria deportiva fue aquella jornada de 1966 en Santiago de Chile. No hay palabras para definirlo en toda su magnitud, y de sólo recordarlo vuelvo a emocionarme. Al otro día del partido estábamos en el aeropuerto para venirnos, cuando llegaron los de River. El trato fue frío por ambos lados. De repente, alguien –que hasta hoy no sabemos quién fue-, por los parlantes donde anuncian la llegada y salida de aviones, hizo esta pregunta: ¿Quién es el padre de River? Y una voz finita contestó: ¡Peñarol! Yo tenía enfrente a varios muchachos de River y me dio vergüenza. Tenemos temperamentos distintos. Ellos no reaccionaron. Si a nosotros nos hacían una cosa así, no quedaba ahí. Los salíamos a buscar para pegarles.

 

-Empezó contándome por el final de la historia. Antes de seguir por el principio, déjeme que recuerde a aquellos 24 jugadores que actuaron en la gran final del 20 de mayo de 1966. River Plate alineó a Carrizo, Matosas y Grispo; Sainz (44’ Lallana), Sarnari y Vieitez; Cubilla, Solari, Daniel y Ermindo Onega, y Más. Peñarol integró el equipo con Mazurkiewciz; Lezcano y Nelson Díaz (44’ Tabaré González); Forlán, Gonçalves y Caetano; Abbadie, Rocha Spencer, Cortés y Joya. Ahora, adelante, Tito.

 -Bueno. ¿A ver? Hay algo que pocos recuerdan. Claro: son tantas las cosas que uno vivió. En la última práctica antes de la primera final, Rocha le pega un pelotazo en el estómago a Luis Varela, y le provoca peritonitis. Lo tuvieron que operar de urgencia. Entró “Quito” Díaz en su lugar, que venía de Wanderers. Lo había recomendado el “Cholo” Ledesma, que había actuado con él en ese club. Acá ganamos 2 a 0 y ellos protestaron por el primer gol del “Pardo” (Abbadie). Reclamaron orsay. Fíjese una cosa propia de aquel tiempo que, creo yo, no era mala. El juez del partido de acá era argentino. O sea que en Montevideo arbitró un porteño. Era Goicoechea. Así que no se pueden ver fantasmas. Vamos a jugar la revancha al Monumental y nos hacen cualquier cosa. River quería salir campeón de cualquier manera. La primera jugadita que nos hicieron fue no cumplir lo acordado con los dirigentes de Peñarol. Acá el club los trató muy bien, y acordaron que el ómnibus para trasladar a la delegación desde el aeropuerto y por acá, por Montevideo, lo ponía Peñarol, y allá ellos. Incluía, claro, llevarlos al estadio. En Buenos Aires nosotros estábamos alojados en el Hotel Alvear, el mejor de Buenos Aires, un lujo bárbaro. Cuando vamos a salir para la cancha, a la hora convenida… ¡El ómnibus no estaba! Pasaban los minutos y no llegaba. No había celular, ni nada de eso. ¿Qué hacemos? Empezamos a parar taxis, y de a cuatro nos fuimos a la cancha. Cargaron la ropa en otros taxímetros: así llegamos al Monumental. ¿Se imagina? Entramos en medio de la gente, que también ingresaba a las tribunas. Algunos nos conocían por la ropa y nos relajaban. En medio de ese estado de nervios, porque nos cambiamos a las apuradas, sin tiempo para calentar, salimos a jugar. El partido fue de hacha y tiza. El juez uruguayo era Codesal. Cobró un penal a favor nuestro, cerca del final del primer tiempo. Lo patea Rocha, Carrizo lo ataja, da rebote y Pedro lo mete. Nos empatan enseguida, sin tiempo para disfrutar nada. Pocos minutos después de comenzar el segundo tiempo, Alberto -como siempre- en una carrera larga nos pone arriba en el marcador. La cancha estaba llena de gente. Miles de personas. Se nos vienen arriba y otra vez igualan a los poquitos minutos. Y se nos vienen y convierten el tercero. Los policías festejaban adentro de la cancha los goles, se abrazaban con los jugadores. Quedaron las fotos de esto, que afirmo y no es cuento. A los uruguayos que fueron a ver el partido, en las tribunas, les hicieron de todo. De todo, le digo… Llegamos al hotel y nos estaban esperando unos 200 hinchas para pegarnos. Nosotros éramos treinta. Flor de lío en la calle, todos a las trompadas, rompimos las vidrieras del Alvear, que está en una zona muy coqueta. ¡Aquello fue tremendo! Cuando estábamos cenando, pasada la medianoche, vienen los dirigentes y nos preguntan a los jugadores que mandábamos, que teníamos más predicamento: “¿Cuándo quieren jugar el tercer partido?”. Y los dijimos a coro: “Mañana mismo”. “¿Están seguros?”, nos preguntan? “¡Sí, mañana mismo!”. Era miércoles de noche. Jueves de madrugada. Nos fuimos a dormir y, cuando los despertamos cerca del mediodía, vinieron los dirigentes y nos dijeron que en la tarde nos iríamos para Santiago, porque River había aceptado la propuesta de Peñarol. Se juega mañana, viernes. ¿Qué pasó? Como nosotros teníamos varios muchachos veteranos, entre ellos el “Pardo”, y ellos eran más jóvenes, cuando Peñarol les planteó jugar inmediatamente, los porteños dijeron: “A estos viejitos les ganamos corriendo”.

 

AMADEO CARRIZO PARA LA PELOTA CON EL PECHO

 

-Y en el primer tiempo fue así  -me atrevo a interrumpirlo-, las crónicas dicen que River Plate les pasó por encima…

 -Sí, claro, ahí está. Se pusieron 2 a 0 arriba. Y ahí ellos creyeron que el partido estaba seguro. Nosotros en los vestuarios tuvimos un intenso diálogo, y nos juramentamos para dejar el alma en la cancha, para no fallarle a toda una hinchada que es fuera de serie y para prestigiar el nombre de Uruguay.

 

-Antes de que siga, a mí Tabaré González me cuenta siempre una anécdota con usted cuando a él le toca entrar…

 -Bueno, ja, ja, ja… El “Canario” agranda las cosas. Primero, le voy a contar lo que yo me enteré después. El reglamento permitía que se hiciera un cambio antes de que terminara el primer tiempo. Después no se podían hacer modificaciones. Estaban en el foso el técnico Máspoli, el “Tano” Zeni, que era el dirigente que siempre estaba con nosotros, y los jugadores. En eso Roque le dice a Tabaré que vaya a la cancha. Y salta Zeni, que se metía a hacer el cuadro, que quede claro. Y empieza a gritar: “¡No, Roque, no podés poner a este gurí que no está fogueado!”. Y el “Canario” Tabaré se calienta y le dice al dirigente: “Entonces no entro, váyase al ….”. Ahí intercede el “Cholo” Ledesma, que le dice a Tabáre, que era muy joven y recién había llegado desde Tacuarembó: “¿Te c……, ‘Canario?’ ¿No vas a entrar por lo que dice un dirigente?”. Y ahí Tabaré entra de apuro a los 44 minutos por Nelson Díaz, como indicó el técnico Máspoli. Pasa corriendo al lado mío y me pregunta: “Tito, ¿qué hago?” Y yo, que estaba a mil, caliente como un chivo, le grito: “¡Botija, al primero que pase cerca tuyo lo matás de una patada!”.

 

-Yo conocía la anécdota, pero vale más en su relato…

 -¡Y así fue desde que arrancó el segundo tiempo! Meta y meta. Venía un argentino dominando la pelota y pam, pum… Y las cosas no se dieron de pique nomás. Los argentinos se tiraron atrás, comenzaron a quedarse estáticos, sin la movilidad que habían tenido. Pero aguantaban bien en el fondo. El primer gol nos costó bastante: llegó algo así como a los veinte minutos. Pero antes, en una pelota boba que va al área de River, viene la tan comentada jugada de Carrizo que paró la pelota con el pecho. Hoy es común, normal, que un golero haga eso, salga a jugar con el pie y esas cosas. Pero antes, si un golero paraba una pelota con el pecho, era una sobrada para el rival. Te estaba cargando. Y Carrizo lo hace ante Spencer, que llegaba a la carrera al área, pero tarde. Eso fue el colmo, la gota que derramó el vaso. Porque empezamos a gritarle a Alberto, a motivarlo: “¡Te sobró ese porteño! ¡No puede ser!”. Los suplentes nuestros, que estaban detrás del arco de Carrizo para devolver rápido las pelotas que se iban afuera, también empezaron a gritarle. El “Lito” Silva fue uno de ellos: “¡Vamo’ Alberto, siga metiendo que no pasa nada!” Y cosas por el estilo. Y Alberto se enloqueció. Se puso furioso. A mi juicio ese error incomprensible, en un jugador de tan dilatada actividad como Carrizo, terminó por convertirnos en un huracán. Empatamos el partido, y en el alargue les pasamos por arriba. El gol de cabeza de Alberto fue una locura. Si seguíamos jugando, les hacíamos dos o tres goles más. El segundo tiempo del alargue lo jugamos llorando, con los dientes apretados, como una furia. Siempre dije que cuando Alberto se enojaba, podía pasar cualquier cosa. Y así fue. Alberto jugó enojado desde la actitud de Carrizo, y se convirtió en uno de los factores claves de ese triunfo sensacional. La vuelta olímpica la dimos en medio de los aplausos de todo el estadio. El público chileno nos alentó en forma permanente cuando remontamos el score, sacando un triunfo que, aún ahora, resulta casi increíble para muchos.