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Cuarenta años que engrandecen

El autor evoca la gesta tricolor de 1980, que, pese a ser gloriosa, comenzó venciendo adversidades y demostró el valor de los veteranos, de Iocco como dirigente y de la dupla técnica Mugica-Gesto.




Con Rodolfo como arquero, "Chico" como lateral por antonomasia, "Cascarilla" encarnando velocidad y fundamentos, Victorino definiendo, los toques de elegancia de De la Peña, la experiencia de Blanco y la clase y la versatilidad del capitán Víctor Espárrago, esta oncena tricolor hizo historia y no será olvidada fácilmente.


6 agosto, 2020
Recuerdos

Escribe: Juan Carlos Scelza

 

Preferí hacer la nota acá, en este entorno natural donde todas las mañanas salgo a trotar. Un bellísimo prado limeño que rodea una serie de complejos privados, no lujosos pero sí extremadamente seguros. “Tuve la suerte de dirigir cinco finales y de ser asistente en otras dos. La primera, como línea, fue la del 70 que ganó Estudiantes contra Nacional, y las dos últimas entre los grandes de Uruguay y Porto Alegre. La del 83, que Gremio le gano a Peñarol, y la que Nacional le gano a Inter. Era otra época, yo era un juez de diálogo con los jugadores. Los planteles se mantenían, nos conocíamos mucho”. Descontracturado, como todo aquel que habla de un pasado lejano, llenó aquel mediodía de anécdotas sabrosas en el capítulo de “Fanáticos”. Se levantó del asiento, tomó unas fotos y algunos recortes sobre su trayectoria, con los que había cruzado desde su apartamento, y lejos de tomar el sendero más largo, subió una pronunciada rampa de césped, demostrando que sus 84 años no le pesan en absoluto. Edison Pérez, el más emblemático juez peruano de la historia, fue uno de los protagonistas de aquella tormentosa noche de intenso frío y neblina cerrada del 6 de agosto de 1980.

 

Nunca hubiese habido agosto triunfal sin el puntapié inicial del 4 de febrero. Para que Víctor Espárrago alzara la Copa Libertadores en el palco del Centenario sobre las once de la noche de aquel invierno hubo que pasar el filtro de una primera fase ante Defensor y los bolivianos de The Strongest (único rival que venció a Nacional en la altura, 3 a 0) y Oriente Petrolero. Luego, una ronda semifinal en la que el inmenso relato de Víctor Hugo Morales para Radio Oriental inmortalizó el remate de Eduardo de La Peña -¡“De volea, de volea”!-, que valió un angustioso empate ante Olimpia de Asunción (monarca vigente), el pasaje a la final ante los brasileños y dos formidables apariciones de Dardo Pérez en el exterior, para la más trascendente victoria en el Defensores del Chaco después de un genial pase de taco de Julio César Morales y ante O’Higgins, para también ganar en el Nacional de Santiago.

 

Todo ese rápido y exitoso camino tuvo ribetes espectaculares, y mucho más valor cobra al analizar las circunstancias en las que comenzó. La Liguilla de 1979 se juega en enero de 1980, y se reitera el éxito taquillero de un campeonato que por lo corto emparejaba la chance deportiva. Además de los grandes, Defensor, Fénix, Danubio y River Plate conformaban el hexagonal. El 28 de ese mes, a los tricolores les alcanzaba con empatar el clásico para coronarse campeones y meterse en la Libertadores. Sin embargo, después de igualar 1 a 1 y quedar con dos hombres más tras la expulsiones de Domingo Cáceres y de Rubén Paz, un gol sobre el final de Venancio Ramos le dio la victoria a Peñarol y desencadenó una final entre Defensor y los albos. El desempate lo ganaron los violetas 1 a 0 con gol de Rodolfo Rodríguez, homónimo del gran golero de Nacional, y Juan Carlos Ocampo malogró un penal a falta de 9 minutos.

 

Recién asumido Dante Iocco, tomó la determinación de cesar al argentino Pedro Dellacha, ex zaguero de la selección albiceleste, mundialista de 1958, quien había conquistado el torneo de 1977 y y contaba en su historial con los títulos de Libertadores de 1972 y 1974 con Independiente. Teniendo por delante un nuevo clásico en pocas horas, y tras las dos dolorosas derrotas consecutivas, apostó por Juan Martín Mugica junto al profesor Esteban Gesto. Buscando un revulsivo, recurrió a los veteranos del 71 que estaban en el plantel, no jugaban y habían tenido una destacada actuación en el exterior: “Cacho” Blanco y “Cascarilla” Morales, a los que para la Copa le sumó a Espárrago, quien a su vez había adquirido mayor jerarquía en el fútbol español. Salieron del equipo Raúl y Möller y Nelson Agreta.

 

Nacional, como segundo de la Liguilla, y Peñarol, por haber sido Campeón Uruguayo, definían el segundo cupo copero. Tácticamente, el posterior héroe continental sorprendió con un líbero y tres marcadores al hombre en todos los sectores. Y fue uno de los excampeones de América a los que había recurrido el técnico quien se consagraría durante aquella noche. Una pegada sutil hizo estéril el vuelo de Jorge Fosatti y, de penal, el veloz, potente y siempre eficaz Morales consolidó el triunfo y la clasificación, 2 a 0, con dos tantos suyos.

 

Motivado por la campaña y consustanciada con el equipo, la hinchada tricolor se volcó mucho más tarde en masa a la cercana Porto Alegre. Veinte mil aficionados acompañaron un desempeño que por méritos debió finalizar con victoria como visitante en el Beira Río. “En Porto Alegre jugamos un gran partido. Tuvimos un par de chances, una muy clara de Alberto Bica, pero se nos escapó un triunfo que merecimos. El equipo era fuerte, una mezcla justa entre jóvenes y veteranos, y estábamos muy bien entrenados”. A esas palabras de Rodolfo Rodríguez, pieza clave en las dos finales, con atajadas memorables en la revancha en Montevideo y una soberbia actuación para alcanzar la Intercontinental ante el Nottingham Forest en Tokio, le siguió la reflexión de Waldemar Victorino: “1980 fue mi año. Gané todos los torneos que jugué y fui goleador en todos. Además de marcar goles en las tres finales, las dos con Nacional y la de la Copa de Oro con Uruguay”. No fue desde la arrogancia sino desde la sinceridad que el ex centrodelantero, letal en aquellas definiciones esenciales, recordaba con emoción lo que habían significado esos seis o siete meses tan inusuales como extraordinarios.

 

La euforia desatada por la segunda final colocó una pausa en el agitado panorama político de la época. La propaganda oficial invadía los medios y las calles, proponiéndole a la población la reforma a la Constitución pretendida por el gobierno de facto. Pero, pese a tener todos los medios del Estado a favor, no prosperó  ante la firme determinación de la ciudadanía en las urnas que, fiel a la tradición republicana, en el mes de noviembre se inclinó por el NO con una abrumadora mayoría de 945176 votos sobre 707118, la cual significó la gran puerta de salida de hecho hacia una democracia que se consolidaría dos años después con las elecciones internas partidarias y, en 1984, con las elecciones nacionales que, acaso sin las condiciones ideales pero en paz, transformaron al doctor Julio María Sanguinetti en presidente.

 

En su camino Inter, había perdido solo un partido: 2 a 1 en Caracas ante el Galicia, en la primera ronda obtenida por encima de Vasco da Gama. En la fase semifinal, le ganó los dos partidos al Vélez de Julio César Jiménez, y empató 0 a 0 frente al América de Cali de Ladislao Mazurkiewicz, que terminó invicto sin goles en contra, aunque sin poder llegar a la final.

 

Falcão se hizo figura entre el barro. Líder, cabeza levantada, intentó hasta el final, pero las manos de Rodolfo Rodríguez pudieron más. Mauro Sergio probó por derecha y por izquierda, Jair descargó su potencia y no pudo, y Batista batalló pero Nacional resistió en un segundo tiempo en el que trató de controlar. La victoria tuvo mayor relevancia por la jerarquía del rival. Todo se resolvió cerca del final del primer tiempo, cuando la pelota quieta le dio rédito al salto de Victorino, quien le ganó a Mauro Galvão y batió a Gasparín, después del pizarrón de Morales que puso en carrera por afuera a “Chico” Moreira para que éste conectara el centro tan preciso como estudiado.

 

Dante Iocco abrazó la Copa y observó hacia la tribuna enloquecida, Y Espárrago, con la camiseta del rival puesta sonrió y levantó el trofeo, seguramente recordando aquel gol en Lima que nueve años antes le había dado el primer título a la institución, al vencer a Estudiantes en el tercer partido. Se inició así la vuelta olímpica del equipo de las trepadas de Moreira y los piques de Alberto Bica, de la pegada de Arsenio Luzardo y la pausa de De La Peña, de la firmeza de Washington González y la maestría del “Cascarilla” Morales, de los goles de Victorino y la categoría de De León, la experiencia de Blanco, la voz de mando de Espárrago y la solvencia de la “Pantera” Rodríguez, al que además le aportaban soluciones, y con goles importantes, el argentino José Cabrera y el inquietante Dardo Pérez.

 

La fila de autos se hacía interminable y, aunque la medianoche era cercana y al otro día había que “laburar”, para los hinchas de todo el país el festejo recién comenzaba. Y las calles, sensibles a aquel equipo que por ser pragmático no se privaba de jugar bien al fútbol, se abarrotaban de banderas y cantos que retumbaban en un continente que observaba una nueva conquista tricolor. En seis meses, en medio año, las derrotas más dolorosas y pesadas se habían transformado en la victoria más soñada y esperada. La convulsionada política interna encontró calma, serenidad y determinación, y la firmeza de conducción que permitió un vuelco oportuno, audaz y preciso que culminó el 6 de agosto del 80, con la segunda conquista continental.