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El adiós al “Cata” Roque un ser humano excepcional




Walter Roque en Atlanta en 1959. Arriba, desde la izquierda, De Sanzo, el luego famoso DT Carlos Griguol, el también posteriormente importante golero Errea que jugó en Peñarol en 1967, Claría y Bettinoti. Abajo, en igual sentido, Mario Griguol, Luis Artime muy joven, Calvanesse, Osvaldo Zubeldía en el final de su carrera y listo para sobresalir como entrenador, haciendo ala con el "Cata".


1 enero, 2015
Pelota al medio

El 31 de diciembre de 2014 falleció en Caracas, donde residía desde hace varias décadas, alternando con etapas de permanencia en Montevideo, José Walter Roque. Campeón Sudamericano con Uruguay en 1956, debutó en Bella Vista con 17 años. Fue un gran protagonista de la rica historia del fútbol uruguayo, por la que pasó con el sello de su personalidad sin estridencias, siempre sereno y alejado de todo tipo de bullicios.

Walter Roque en Atlanta en 1959. Arriba, desde la izquierda, De Sanzo, el luego famoso DT Carlos Griguol, el también posteriormente importante golero Errea que jugó en Peñarol en 1967, Claría y Bettinoti. Abajo, en igual sentido, Mario Griguol,   Luis Artime muy joven, Calvanesse, Osvaldo Zubeldía en el final de su carrera y listo para sobresalir como entrenador, haciendo ala con el "Cata".

Walter Roque en Atlanta en 1959. Arriba, desde la izquierda, De Sanzo, el luego famoso DT Carlos Griguol, el también posteriormente importante golero Errea que jugó en Peñarol en 1967, Claría y Bettinoti. Abajo, en igual sentido, Mario Griguol, Luis Artime muy joven (luego pasará a River y llegará a Nacional en 1971 para cubrirse de gloria), Calvanesse, Osvaldo Zubeldía en el final de su carrera y listo para sobresalir como entrenador, haciendo ala con el “Cata”.

Escribe: Atilio Garrido / Fotografías: colección AG

La madrugada del último día del año trajo desde Venezuela la mala noticia. Falleció José Walter Roque. Simple y grandemente el “Cata”, para quienes tuvimos la suerte de conocerlo en profundidad. Por encima de virtudes futbolísticas, títulos conquistados, extensa trayectoria como jugador y el aporte que realizó, después, desarrollando la función de entrenador con primordial sentido de docencia, la muerte dio vuelta la última página de la vida de un excepcional ser humano. Amigo entrañable, siempre bondadoso con la mano extendida, su tránsito por este mundo lo deslizó sin estridencias. Su carácter afable, su sencillez y su humildad bien entendida lo llevó a dejar de lado el bullicio de los primeros planos, las polémicas o los enfrentamientos, tan cotidianos en el mundo del fútbol. Quienes lo conocieron constataron esa realidad. ¡Era imposible pelearse con el “Cata”.

CON 17 AÑOS DEBUTÓ EN EL PRIMER EQUIPO DE BELLA VISTA

Botija de barrio de aquel Uruguay de la década del treinta sacudido por la crisis de Wall Street, nació el 6 de mayo de 1932 en el corazón de La Teja y Pueblo Victoria, esos barrios que son uno sólo, que se abrazan hermanados desde aquel lejano 1842, cuando el británico emprendedor que fue Samuel Lafone, estableció allí uno de los primeros saladeros modelos del país y en sus terrenos desarrollaban su actividad los ingleses del Victoria Cricket Club. El fútbol no sólo fue su pasión, fue el camino que el “Cata” encontró en la vida para subir la difícil escalera de las clases sociales. De chico, cuando iniciaba en la adolescencia la inevitable pelea contra la postergación, su padre le dio un consejo que fue, de ahí en mas, su guía: “nunca te juntés con los bobos; siempre tenés que estar del lado de los vivos, porque de ellos vas a aprender todas las cosas. Las malas y las buenas”. Lo contó una noche, mano a mano, allá en el Paso Molino, filosofando sobre la existencia.

Se inició en 1947 en Uruguay Montevideo, el club del barrio, jugando en los puestos de ataque. De baja estatura estaba adornado de dos condiciones que siempre –en el fútbol de todas las épocas- resultan desequilibrantes. La velocidad y el dominio perfecto de la pierna zurda. En aquel tiempo de fútbol posicional, en el que los jugadores ocupaban “el puesto”, esas virtudes lo transformaron inmediatamente en puntero izquierdo. Al año siguiente ingresó a Bella Vista, por entonces animador de la Primera B desde la fundación de este sector de la AUF, en 1942.

El equipo de Bella Vista que se consagró Campeón de la Primera B, logrando el ascenso. Allí está, en la punta izquierda, con  cara de chiquilín, el botija de 17 años, titular indiscutido.

El equipo de Bella Vista que se consagró Campeón de la Primera B, logrando el ascenso. Allí está, en la punta izquierda, con cara de chiquilín, el botija de 17 años, titular indiscutido.

En 1949, con apenas 17 años cumplidos, allí está el “Cata” en la fotografía del Campeón de la divisional que logró el ascenso a primera división.  El registro gráfico nos muestra a un chiquilín, en medio de aquellos grandotes que llevaban años en la institución (Rivoira, Villar, Costa) y los que llegaron para ese año triunfal (Paulino Silva, Grosso y Payeiro). Titular indiscutido durante toda esa exitosa temporada, a pesar de su extremada juventud, el “Cata” se mantuvo en los “papales”, siempre en el primer plano hasta 1954. En 1949 y en el año del “Maracanazo”, Bella Vista jugó en la Primera División, siempre ocupando la titularidad en la extrema izquierda. En 1950 vivió la amargura de las tres finales empatadas con Wanderers en los partidos para determinar quién descendía. Finalmente, un sorteo en la AUF que entró en la historia como el  de la “bolilla” fría, condenó a los “papales” al descenso. Aquellos eran tiempos de un fútbol totalmente distinto al actual. Hoy, lamentablemente por imperiosas razones económicas, los jugadores son ave de paso vistiendo la camiseta de los clubes. Penosamente se alquilan por semestres, manejados por empresarios que los ponen aquí y los sacan de allá, como si fueran simples artículos comerciales que se venden, se usan mientras dan jugo y luego de exprimirlos se tiran. Surge un muchacho que se transforma en promesa y… en un par de meses recorre el camino de la emigración. No es una crítica. Es una constatación de una realidad mundial, impuesta por el triunfo total y definitivo del capitalismo que impulsa el libre mercado y el consumismo permanente. No sólo ocurre en el deporte. En cualquier manifestación en que se expresan las sociedades, la imposición indirecta de la necesidad de “consumir,” construyó este mundo en el que hoy transitamos.

CAMPEÓN DEL TORNEO COMPETENCIA EN 1955 CON RAMPLA JR.

1955, Rampla Jr. Campeón del Torneo Competencia. Arriba desde la izquierda, Piñeiro, Ubire Durán, Cancela, Pedro Rodríguez, Cerruti y Brazzionis. Abajo, en idéntico sentido, "Cabecita" Puente, Guzmán González, Omarini, Ruben Rodríguez y Walter Roque. Al igual que en Bella Vista, en su primer año con la camiseta rojiverde volvió a titularse campeón.

1955, Rampla Jr. Campeón del Torneo Competencia. Arriba desde la izquierda, Piñeiro, Ubire Durán, Cancela, Pedro Rodríguez, Cerruti y Brazzionis. Abajo, en idéntico sentido, “Cabecita” Puente, Guzmán González, Omarini, Ruben Rodríguez y Walter Roque. Al igual que en Bella Vista, en su primer año con la camiseta rojiverde volvió a titularse campeón.

Antes todo era diferente. En el fútbol, los jugadores se arraigan al club al que pertenecían, se identificaban con la camiseta a la que defendían durante varios años. Los botijas recitábamos los equipos de memoria. A ese tiempo perteneció el “Cata”. En 1955, cuando ya era figura indiscutida en Bella Vista, pasó a Rampla Jr. junto con Carlos Cámpora en un trueque con Sabatel y Techera. En aquel momento, los rojiverdes peleaban su derecho a ser  “el tercer grande” , según la definición del periodismo que buscaba y alentaba el surgimiento de una institución que se emparejara con Nacional y Peñarol. ¡Y Rampla Jr. se codeaba mano a mano con tricolores y aurinegros metiéndose en esa pelea!

El “Cata” llegó y al igual que ocurrió en Bella Vista, en su primera temporada se consagró Campeón del torneo Competencia, en aquellos años donde era muy difícil que un equipo “chico” alcanzara semejante distinción. Los rojiverdes armaron esa temporada un equipo estupendo, con Pedro Rodríguez en el arco; la pareja de back de hierro con Miguel Piñeiro y el gigante Ladislao Bazionis; Roque Fernández, Ubire Durán y Cancela en la línea medía, y adelante un quintento de ataque de temer: “Cabecita” Puente, Guzmán González, Angel Omarini, Ruben Rodríguez y el “Cata”.

Con 23 años conoció en ese equipo al legendario “Manco” Castro, entrenador exitosamente vinculado a Rampla Jr. Siempre recordaba el “Cata” la forma de ser del temperamental Campeón del Mundo de 1928 y 1930.

En el verano de 1956 llegó la cita del Campeonato Sudamericano que se llevó a cabo en el Estadio Centenario de Montevideo. Clausurada la inicial etapa de Juan López en la selección, la AUF designó a Hugo Bagnulo para conducir al equipo celeste. “El Hugo” venía en ascenso. La celeste había dejado escapar en Suiza la obtención en propiedad de la Copa Jules Rimet y la partida del “Pepe” Schiaffino a Italia, dejaba el vacío enorme de la camiseta No. 10 del equipo de todos.

1956 CAMPEON SUDAMERICANO CON URUGUAY, PRECURSOR COMO “PUNTERO VENTILADOR”

El lápiz de Héctor Mancini dibujo en "El Diario"

El lápiz de Héctor Mancini dibujo en “El Diario” la selección de Uruguay Campeón Sudamericano en 1956. Arriba, desde la izquierda, Víctor Rodríguez Andrade, Carranza, William Martínez, Leopardi y Miramontes. Abajo, Carlos Boges, Ambrois, Míguez, Escalada y “Cata” Roque

Bagnulo armó un equipo nuevo, recurriendo –tal vez por primer vez en la historia del “combinado”- a una cantidad de jugadores de equipos “chicos” con los que formó la base de la selección. Observador y conocedor del fútbol como poco, “El Hugo” descubrió en aquel Walter Roque, ahora un muchacho de 24 años, pero con siete de actividad en el primer nivel, a un jugador que podía aportarle al conjunto algo nuevo. La velocidad del “Cata”, su apego a escuchar y obedecer y su capacidad de jugar “para el equipo” –terminología hoy fuera de moda y antes muy común-, determinaron que Bagnulo le otorgara la propiedad de la camiseta No. 11. Si fue sorpresa la titularidad del “Cata”, la colocación de Guillermo Escalada con el No. 10 del “Pepe” en la espalda, despertó toda clase de críticas. Algunos lo apodaron “el Schiaffino negro”. Sin embargo, el invento de Bagnulo descubrió al “Cata” como uno de los primeros “punteros ventiladores”. Lo ubicó varios metros atrás en la cancha, en tanto Escalada más adelantado y casi en punta con Míguez, estaba lejos de ocupar la posición de entreala zurdo, que en el terreno de juego cumplía Roque.

Uruguay le ganó a Paraguay 4:2, a Perú 2:0, a Chile 2:1, empató con Brasil sin goles y llegó al último partido ante Argentina -transformado en final-con la obligación, para los celestes, de ganar en la búsqueda de obtener el título debido al punto perdido ante los brasileños.  Bagnulo fue realizando cambios en el equipo, alguno obligado como la lesión de Escalada. Sin embargo, el “Cata” fue inamovible, anotando un gol en el debut ante los guaraníes. Aquel 15 de febrero de 1956, ante tribunas repletas de público, Uruguay se consagró Campeón Sudamericano por novena vez, venciendo a los albicelestes 1:0 con gol de Ambrois, convertido en el mítico arco de la Colombes. Maceiras, William Martínez y Brazionis; Rodríguez Andrade, Carranza y Miramontes; Borges (71′ Luis Pírez), Ambrois, Míguez, Escalada (75′ Auscarriaga) y Roque, vistieron la camiseta color cielo en aquella nueva noche gloriosa.

LA GIRA POR EUROPA CON RAMPLA JR. Y EL SUDAMERICANO DE LIMA

Después del Sudamericano, aquel equipo ramplense, pichón de “tercer grande”, recibió una oferta para realizar una extensa gira. En el viejo continente no entendían los motivos que permitían a un país tan pequeño en población como Uruguay, mantener, posiciones de alto privilegio en el fútbol. Campeón del Mundo en 1950, cuarto puesto en el torneo de Suiza en 1954 y Campeón Sudamericano de 1956, a esta foja de servicios, agregaba el por entonces inigualable tricampeonato del mundo en 1924, 1928 y 1930, además de los nuevo títulos a nivel continental obtenidos desde 1916.

Durante 70 días Rampla Jr. jugó 24 partidos en tres continentes, ocho países y 20 ciudades. Arrancó en Recife (Brasil) el 11 de marzo y culminó en Ankara (Turquía) el 20 de mayo de 1956. El plantel viajó con un entrenador (Juan Bautista Oria) y en dirigente de permanente recuerdo, el Dr. Constante Senra, especie de utilero, consejero, ayudante y apoyo del grupo. El gran plantel que tenían los rojiverdes, se reforzó con cuatro jugadores de otros equipos “chicos”: Omar Ferreira y el “Lobo” Miramontes de Defensor; Héctor Julios de Wanderers y Roberto Fleitas de Liverpool, quién luego tendrá una gran trayectoria como entrenador de Uruguay (Campeón Sudamericano en 1987) y Nacional (Campeón de América y del Mundo en 1988). Aquella gira terminó abruptamente en Turquía, en el tercer partido ante el Besiktas, con batalla campal entre jugadores, hinchas y fuerzas policiales. La excursión dejó para el recuerdo histórico, la primera presencia de un equipo uruguayo en Inglaterra y Alemania. Rampla Jr. jugó siete partidos en la cuna del fútbol enfrentando a rivales de la talla del Luton Town, Portsmouth con victoria 3:1, Leeds United y Southampton. También mereció nota alta la presencia en la entonces tierra de los campeones del mundo, Alemania. Siempre recordaba el “Cata” haber enfrentado a un equipo donde jugó Rhan, el famoso extremo derecho de los teutones que vencieron con una estupenda actuación suya, en la final de Suiza 1954, a los húngaros, conquistando el título.

1959 EL PASE A ATLANTA DONDE JUGÓ CON ARTIME, ERREA, ZUBELDÍA Y GATTI

Al año siguiente, en 1957, Uruguay regaló el título de Campeón Sudamericano, en el torneo organizado en Perú. Por esas cosas tan comunes en el fútbol uruguayo de entonces, el técnico campeón, Hugo Bagnulo, fue sustituido por su gran amigo, Juan López. Las reyertas entre los “grandes” determinaron que Peñarol optara por realizar una extensa gira por el Pacífico y México, restando su aporte a la selección. El “Cata” repitió cero falta, recibiendo el respaldo del entrenador, quien a pesar de las variaciones constantes en el equipo, mantuvo en la punta izquierda a aquel jugador que –vale insistir en el término- “jugaba para el equipo”.

En ese torneo, después del debut victorioso 5:2 ante Ecuador, los celestes perdieron con Colombia 1:0 y por goleada 4:0 ante los “caras sucias” de Argentina.  Juancito López metió mano en la oncena, realizó varios cambios y, entre ellos, introdujo la presencia como centre-half de un desconocido del público y la prensa. Un canario grandote, de esbelto cuerpo y ojos azules, nacido en Isla Cabellos (Artigas), futbolísticamente formado en el Universitario de Salto. De ese club, directamente, llegó a la selección Néstor “Tito” Goncalvez. Llegó y… Uruguay ganó 5:3 a Perú, el dueño de casa que tenía un equipazo. Esa derrota significó para los incaicos la pérdida del título. Luego, los celestes vencieron en serie a Brasil 3:2 (con el mismo equipo, menos Pelé, que al año siguiente se consagraría Campeón del Mundo en Suecia) y a Chile 2:0. Los tres triunfos al hilo determinaron que Uruguay quedara en el segundo lugar con Brasil y Perú, a dos puntos de Argentina que conquistó el título.

En 1959 el “Cata” Roque fue adquirido por Atlanta de Villa Crespo, equipo de gran predicamento en la primera división del fútbol de Argentina, caracterizado por la presencia de jóvenes elementos, quienes posteriormente adquirieron notorio destaque. Atrás quedaron cuatro temporadas en el primer nivel con Rampla Jr. Jugó 63 partidos oficiales con once goles marcados.

A pesar de lo que hoy llaman “bajo perfil”, característica que siempre mantuvo el “Cata” a lo largo de su vida, su transferencia a los auriazules significó una nota trascendente. Llegó al equipo un uruguayo Campeón Sudamericano y como tal, se respetó su trayectoria confirmándose como titular desde el comienzo. En esa primera temporada, la de 1959, Atlanta realizó una destacada actuación culminando en quinto lugar en la tabla de posiciones, superando a River Plate, Boca Jr. y el entonces poderoso Huracán. El equipo de Atlanta dio que hablar. Errea actuaba de golero con Claría y Bettinoti en la zaga. De Sanzo, Carlos Griguol y Aspreia en los medios, y una delantera de enorme capacidad: Mario Griguol, Pedersen, Luis Artime, Zubeldía y Walter Roque. También participó del equipo Osvaldo Zubeldía, formando “ala” con Roque. Zubeldía quemaba los últimos cartuchos antes de convertirse en un transformador entrenador del fútbol argentino.

En 1961 otra vez Atlanta estuvo entreverado en los primeros lugares. En esta tercera temporada en el club, los pilares del equipos estaban definidos. El “flaco” Errea –quien jugará en Peñarol en 1967- en el arco; los hermanos Griguol en el medio del campo y Luis Artime y Roque en el ataque, conformaban la base de la integración a la que en este año se sumó Alberto González, quien luego pasará a Boca Jr. para copiar en los xeneises el juego de “puntero ventilador” que Hugo Bagnulo inventó con el “Cata”. Roque conservaba grandes recuerdos de Artime, quién entrará en 1971 en la historia eterna de Nacional.

En su última temporada en Atlanta, en 1962, la aparición de Carone puso en duda su titularidad. La partida de Artime y Mario Grigoul a River Plate, club que pagó 16 millones de pesos por sus pases, disminuyó el rendimiento del conjunto de Villa Crespo. De este año, le quedó al “Cata” el recuerdo de compartir la oncena con Hugo Orlandi Gatti, aquel “loco lindo” que apareció en el arco para cubrir el lugar de Errea, quien con Alberto González (Gonzalito) fueron comprados por Boca Jr.

UN PARTIDO EN NACIONAL, DANUBIO Y LA EMIGRACIÓN A COLOMBIA Y VENEZUELA

Primer plano de aquel Walter Roque de 1956, glorioso con la Selección. El bigote "sardina", típico de los galanes de entonces, y la sonrisa humilde de siempre.

Primer plano de aquel Walter Roque de 1956, glorioso con la Selección. El bigote “sardina”, típico de los galanes de entonces, y la sonrisa humilde de siempre.

Con 31 años, Walter Roque pegó la vuelta y estuvo a prueba en Nacional, en un tiempo difícil de los tricolores apabullados por el Quinquenio de Oro de Peñarol y los títulos de Campeón de América y del Mundo conseguidos por los aurinegros en 1960/61. La historia registra un solo partido del “Cata” en Nacional. Un amistoso en el Estadio Centenario, el 2 de febrero de 1963, frente a Fluminense de Río. Esa noche jugaron en los albos Roberto Sosa, Correa (15′ Sauco) y “Cococho” Alvarez; Modernell (73’ A. Fernández), Ruben González y Filomeno; Beltrán , Oyarbide (55’ Danilo Meneses),  G. González, Douksas y Urruzmendi, a los 61’ suplantado por Roque. No quedó en Nacional, enrolándose esa temporada en Danubio para disputar la Copa Uruguaya de 1963. Dejó para el recuerdo dos goles del “Cata” anotados a Nacional con la camiseta albinegra.

Lo mejor de su etapa de futbolista había transcurrido, cuando en 1964 armó otra vez las valijas y se fue a Cúcuta de Colombia. En 1966 pasó a jugar en Venezuela. Un fútbol incipiente que comenzó a llevar jugadores y técnicos rioplatenses en una imprescindible etapa de aprendizaje. No debe olvidarse que a fines de la década del cincuenta, nada menos que Walter Gómez, actuó en el fútbol de ese país. Roque cerró allí su etapa de jugador, abriéndose el capítulo del director técnico. Aquella suavidad que tenía para expresarse, siempre en bajo tono, nunca una palabra fuerte, ni destemplada, fue la medicina ideal que permitió el paulatino desarrollo del fútbol venezolano. El “Cata” hizo docencia. Se convirtió en un profeta enseñando el evangelio del deporte de la pelota redonda y grande, en un país donde la pasión, aún la despierta el esférico chiquito y duro, al que un bateador busca pegarle…

LA FRACTURA DE MORENA Y LA DIGNIDAD HERIDA DE WALTER ROQUE

Como he expresado, conocí muy de cerca al “Cata” a quién aprendí a querer entrañablemente. El 4 de setiembre de 1983, Roque dirigía a la selección de Venezuela que enfrentó a Uruguay en el Estadio Centenario por el Campeonato Sudamericano. Aquel domingo de triunfo celeste, fue doloroso por la fractura que experimentó Fernando Morena en un choque con el zaguero René Torres. La furia desatada se llevó por delante toda posibilidad de reflexión. Encerrados en los vestuarios sobre la Colombes, campeaba el miedo entre los jugadores visitantes. Una multitud esperaba en las afueras, sobre la Tribuna América, en procura de hacer justicia por mano propia. El “Cata” calmaba los ánimos en aquel vestuario que se asemejaba al infierno. Torres explicaba a sus compañeros la casualidad de la jugada. “Fui a la pelota sin ningún tipo de mala intención”, mientras en sus ojos afloraban las lágrimas.

Allí me encontraba, junto al “Cata”, armando una solución. Además de periodista, pertenecía a la plantilla de funcionarios de CAFO desde 1968, lo que me permitía un amplio conocimiento de los espacios interiores del Estadio Centenario. Varias horas después de terminado el partido, amparándonos en las sombras de la noche, salimos el “Cata” y yo a la cabeza del grupo de la delegación, por la puerta No. 11, de la Tribuna Olímpica. La soledad era total. Nos esperaba el ómnibus que llevó a la delegación hasta el Hotel Oxford, en la calle Paraguay entre San José y Soriano.

Desde Montevideo, los venezolanos viajaron a Santiago donde cayeron goleados 5:0 ante Chile. Uruguay perdió 2:1 de visita ante los trasandinos, y cerró el grupo en Caracas ganando agónicamente 2:1 con gol del “Pato” Aguilera. Faltaba un partido para definir la clasificación a la ronda final. En Caracas jugarían Venezuela, eliminada, ante Chile. Un triunfo le otorgaba al equipo de la estrella solitaria su pasaje a costa de la exclusión de Uruguay. Lo que voy a contar a continuación pocos los saben. El “Cata” se puso la celeste. Adoctrinó a sus jugadores durante varios días, sobre la necesidad de demostrarle al mundo que el fútbol venezolano crecía, que debía dejar bien en alto el prestigio de su país y, a su vez, ratificar con hechos tantas falsedades que se expresaron después de la fractura de Morena. Aquel 21 de setiembre de 1983, Venezuela empató sin goles eliminando a Chile. Uruguay avanzó a las semifinales ante Perú y luego, frente a Brasil, consiguió en Bahía el título de Campeón Sudamericano. Una parte de esa conquista le pertenecía al “Cata”, tan injustamente criticado aquel 4 de setiembre…

Dirigió a Nacional en la etapa previa al gran año de los tricolores con Roberto Fleitas. De su paso por los albos dejó la incorporación de varios jugadores, luego pilares, en el equipo laureado en América y el Mundo. Ganó el Campeonato Uruguayo con dos puntos de ventaja sobre Peñarol en 1985. La ausencia de los aurinegros en el primer partido de la temporada por falta de pago a su plantel, originó un acuerdo particular, impulsado por altas fuentes del gobierno de la época, según el cuál, si Nacional aventajaba al final del torneo por dos puntos a Peñarol, se debía jugar una final… Nunca se aclaró en qué condiciones. El “Cata” nunca entendió cómo, si esa final que terminó igualada y por lo tanto Nacional mantenía la ventaja, debiendo consagrarse Campeón, se recurrió a los penales para definirla…

Muchas otras cosas podría escribir sobre José Walter Roque. Su extensa labor como técnico en Venezuela y en Montevideo dejó gratos recuerdos. Todas apuntarían a confirmar el valor humano de este ser excepcional. Muchacho de barrio, fue hijo del sacrificio y la lucha sin renunciamientos, que desplegó hasta sus últimos días, arrastrando una enfermedad incurable que soportó con su sonrisa complaciente, su mirada sincera y su mano siempre tendida para establecer un puente de ayuda fraterna a quién lo necesitara. ¡Chau “Cata”! El último día del año se nos llevó tu vida y junto con ella, un trozo muy grande de la gloriosa historia del fútbol uruguayo, de la que fuiste protagonista de primera línea, siempre fiel a tu estilo. Sin estridencias, sin bullicio, con la misma humildad con la que hoy estarás surcando los cielos…

 

 

 

 

 

 

 

 


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