¿Excepcionalidad europea?

El autor repasa los vericuetos que derivaron en el profundo conflicto entre Messi, Koeman y la directiva del Barcelona, y demuestra que, a veces, la distancia entre Europa y Uruguay es escasa.




Lionel Messi, cuyo nivel futbolístico es admirado en todo el mundo, ya no solo es cuestionado por razones extrafutbolísticas en Argentina, sino también en el Barcelona.


30 agosto, 2020
Fútbol Internacional

Escribe: Juan Carlos Scelza

 

“Solo quiero trabajar con gente que quiera estar aquí y dar el máximo por Barcelona”. La frase de Ronald Koeman vino acompañada de un notorio plan recambio, en el que la ex figura defensiva del Dream Team orientado por su compatriota Johan Cruyff -hoy técnico del club- aportó una lista de excepcionales figuras con las que no va a contar en el armado de los nuevos lineamientos, entre los que figura Luis Suárez.

 

Estalló una bomba en el Camp Nou, y agravó lo que ya era desde hace un tiempo una tirante situación entre algunos referentes del plantel y el presidente Josep María Bartomeu. Primero las declaraciones, luego la frialdad de simples contactos telefónicos para cerrar con pocas palabras y en escasos minutos vínculos que tenían fuertes lazos, como los del delantero uruguayo que se transformó en el tercer máximo artillero de la historia de la institución, y por último la nota enviada por Messi, expresando su deseo de alejarse, sumaron elementos de erosión que sacudieron la interna, dividieron a la afición y centralizaron el tema a nivel mundial.

 

Abogados, cláusulas de rescisión, cifras multimillonarias y un cada vez más evidente distanciamiento entre el astro y el presidente han generado un sinnúmero de especulaciones sobre el futuro del 10 argentino y hasta sobre el propio destino del mandamás catalán.

 

Messi no es uno más, y la sola posibilidad de su desvinculación con el único club en el que ha paseado su talento durante su exitosísima carrera ha despertado el interés de las tesorerías más poderosas, de los clubes más importantes.

 

Lejos de la resonancia de los famosos apellidos, del súper profesionalismo y de las valiosas inversiones en procura del éxito deportivo internacional, en nuestro empobrecido medio local, en el que subsistir es la premisa de la inmensa mayoría, los cada vez más devaluados equipos grandes se abocan a la rutinaria y desgastada lucha por llevarse el torneo de entrecasa. Sabiendo que con delgadas billeteras y planteles que se desmantelan cada seis meses es imposible conseguir una competencia continental, se renuevan en cada período de pases, plenamente conscientes de que en esas contrataciones estará la clave para lograr el objetivo. En muchos casos, los nuevos contratos superan al grueso de los planteles de los equipos menores, lo cual transforma el campeonato, de hecho, en un propósito de dos.

 

Por esa considerable distancia con el resto, Nacional y Peñarol tienen mayor chance, pero también más responsabilidad. Periodismo y aficionados cuestionarán como un fracaso el perder un Apertura o un Clausura, ni que hablar si lo que se deja por el camino es el Campeonato Uruguayo. Hemos vivido en los últimos tiempos una despiadada lucha por obtener o impedir un Quinquenio. Y esto implica barrer con técnicos, jugadores y hasta con directivas que tienen su castigo en las urnas de las siguientes elecciones, en caso de que pierdan un par de temporadas consecutivas.

 

Bayern Munich demolió al favorito natural que tenía esta edición 2019/20 de la Champions. La derrota ya hubiese golpeado duramente, pero lo peor fue la forma. Ese abultado 8 a 2 rompió los ojos e hizo insostenible la continuidad del cuerpo técnico. Era mucho más que una simple eliminación: además de tremenda goleada, era la quinta edición consecutiva del torneo en que Barcelona quedaba por el camino sin siquiera acceder a la final. Aquel cimbronazo dejaría espacio para determinaciones que, como en todo equipo de jerarquía, alejarían a varios de los jugadores.

 

Los antecedentes pesan, y eso impactó en la dirigencia. Un año antes, fueron cuatro goles del Liverpool los que dejaron a Messi y compañía con las manos vacías. Tres goles de Roma sentenciaron la llave de cuartos de final que por diferencia de goles se llevaron los italianos, dejando por el camino al Barcelona en 2018.

 

En 2017, otra vez un italiano se cruzó en el camino. Con el siempre histórico propósito de fortalecer la defensa, Juventus coronó la llave sin recibir un gol catalán en 180 minutos, ganando de local 3 a 0 e igualando como visitante.

 

Tampoco alcanzó la final en 2016, cuando Messi y compañía se quedó huérfano en el mano a mano con un viejo conocido. Antoine Griezmann, quien sería figura de la Francia Campeona del Mundo en 2018, y Diego Simeone, un ex jugador versátil y de jerarquía y un técnico exitoso, motivador y especializado en defensa, lo sacaron en cuartos de final, en lo que pretendía ser la retención del título alcanzado un año antes en Berlín ante la Juventus, con goles de Rakitic, Suárez y Neymar.

 

Desde entonces, con fuertes apuestas económicas, Barcelona no ha podido ganar la Champions y, lo que es peor, en instancias decisivas en las que ha quedado eliminado, ha recibido demasiados goles.

 

¿Qué sucedería en cualquiera de los grandes si perdiera cinco torneos consecutivos? Seguramente muchas de las cosas que hoy parecen horrorizarnos porque ocurren a mucha distancia y a otro nivel. Pero si acá con solo perder un clásico se pasa la escoba a entrenadores, asistentes y referentes, y se cuestiona a cada dirigente sea oficialista u opositor, es fácil interpretar que el panorama sería muy similar al que vive en otra escala la interna catalana.

 

Ni siquiera como el año anterior la Liga Española sirvió de bálsamo. Tras el regreso a la actividad, el equipo ganó partidos sin convencer y defeccionó en las dos instancias decisivas. Ante Real Madrid, perdió 2 a 0, cuando aún a varias fechas del final se jugaba gran parte de la competición. Y falló, y feo, en la penúltima fecha, cayendo 2 a 1 ante Osasuna, lo cual significó la anticipada vuelta olímpica merengue.

 

Seguramente, como sucede en todas partes la generalización arrastra injusticias, y el hincha que delira en su euforia de triunfo suele tener poca memoria en la inmediatez de un resultado tan negativo. No todos, pero unos cuantos a la hora de la crítica omitirán las genialidades y las vueltas olímpicas generadas por su ídolo máximo, y los más de 600 goles que gritaron en catorce temporadas. Ambos saben que el más encumbrado será el que reciba mayores elogios, aunque, como en cualquier actividad, también saldrá más golpeado que el resto cuando las cosas no salgan, porque la exigencia será mucho mayor.

 

Igual camino para Luis Suárez, de fuerte vínculo personal con Messi, y cuyos goles ayudaron a varios festejos, entre ellos el último título mundial de clubes. Y al que hoy, aunque haya anotado el descuento transitorio ante los alemanes cuando todavía el partido era tal y antes de que se viniera la debacle, lo enjuician por el fracaso de una temporada que quedará en el olvido.

 

Convencido de que el trato no coincide con lo que el futbolista le aportó en seis temporadas, y reconociendo el equilibrio que debe existir entre la valía del club y lo que ofrece, con la jerarquía del jugador y su rendimiento, por el solo hecho de haberse nutrido de lo mejor de ambos, la relación debió haber finalizado de otra forma. Como mínimo, cara a cara y frente a frente.

 

En lo global, y sin saber cuántos capítulos más tiene esta novela, y qué camino les espera a los jugadores involucrados, no es ésta la primera ni será la última ocasión en la que un técnico es traído para realizar una renovación que implica una limpieza que va de la mano del paladar del entrenador y de los lineamientos específicos de los dirigentes que lo fueron a buscar.

 

Con o sin Messi, el proceso iniciado por el holandés Koeman no acepta términos medios. En unos meses, el mundo hablará del nuevo Barcelona, de la mano dura del entrenador que enderezó el camino, de su estilo de conducción y de sus éxitos o, decididamente, del fracaso del intento de cambio, la condena a sus determinaciones y la crítica a la falta de resultados. Algo tan viejo como el fútbol, y que no será patrimonio único del poderoso club español, sino que es recurrente en los clubes más encumbrados de cada región.