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Sueño cumplido

El autor repasa la consagración de Argentina, en su propio Mundial de 1978 y hace referencia a su capitán Daniel Alberto Passarella y el pasaje, años después, por la dirección técnica de la celeste.




Mario Alberto Kempes, brazos abiertos, en la carrera del festejo ante Holanda. Héroe de la conquista mundial de Argentina.


25 junio, 2020
Recuerdos

Escribe: Juan Carlos Scelza

 

Esperamos la salida de los neutrales del momento. Eugenio Figueredo acompañado por Eduardo Ache y Juan Pedro Damiani, se saludaron con Daniel Passarella y aceptaron el requerimiento de nuestra cámara para la nota de Canal 10. Ya entrada la madrugada había terminado la reunión con el técnico argentino que había dirigido a la selección albiceleste en el reciente mundial de Francia. Era abril de 1999 y solo quedaban algunos detalles por ajustar para que se transformase en entrenador de la selección uruguaya. Un mes después, en el Hotel Radisson montevideano, realizamos la primera nota con el flamante técnico celeste, que contribuyó a la clasificación al mundial de Corea y Japón 2002, aunque no finalizó su contrato dejando el cargo en agosto del 2000 luego del empate a cero obtenido en La Paz, en la décima fecha.

 

No era uno más el que llegaba a Uruguay, en su espalda contaba con una muy aceptable campaña como técnico, pero por sobre todo, su notable trayectoria como futbolista a tal punto de ser el único futbolista bicampeón del mundo con la selección de su país.

 

Es cierto que en México 1986 tan solo integró el plantel y que se han tejido versiones y declaraciones interminables y contradictorias sobre su relación con Carlos Bilardo. Había sido anunciado como líbero para debutar ante Corea, sin embargo una gastroenterocolitis lo dejó fuera y de allí en adelante no apareció más en escena. “Después del partido con Uruguay me internaron, nunca me recuperé, por eso no pude jugar”, a esas declaraciones le agregó unos años después, que su intoxicación fue en una parrillada “Hubo algo raro, fuimos todos y solo a mí me hizo mal la comida”. Los dichos de Passarella tuvieron respuesta del Dr. Raúl Madero (médico de aquel seleccionado) en El Gráfico en 2015 respondió y acusó al zaguero “Passarella tomaba y fumaba. Pensó que el whisky y los cubitos nunca le iban a hacer mal”.

 

No es menos cierto que fue base del equipo de César Menotti para alcanzar el primer campeonato mundial en la historia argentina. Su personalidad, su voz de mando, le dieron firmeza a aquel equipo de buen trato de pelota, fútbol atildado, proyección ofensiva y amabilidad con la pelota. El técnico, con la gracia que ofrece una selección en la que se puede elegir, había perfeccionado el estilo que lo llevó a la fama con el sorprendente Huracán de 1973 que accedió a la Libertadores.

 

Cincuenta calendarios se habían consumido desde aquel segundo puesto en Ámsterdam, en la primera aproximación al título que se había escapado ante los uruguayos en 1928. En la muchedumbre del Monumental de Núñez en aquella gris tarde del 25 de junio, habría solo algunos pocos memoriosos que recordaran aquella final en la que Argentina cayó por 2 a 1, ni tampoco del segundo revolcón inmediato ante el mismo rival dos años después en el Centenario por 4 a 2. Cinco décadas era demasiado peso para los locales, que ante su público buscaban lo que no habían podido selecciones encumbradas como la de los fracasos de los mundiales de 1958 en Suecia y 1966 en Inglaterra.

 

El pitazo del italiano Sergio Gonella desencadenó la alegría. El susto de la pelota que dio en el palo impulsada por Ressenbrink al borde de los 90´ quedó en una anécdota, y Daniel Bertoni con su gol a los 115 minutos había sido el golpe de KO que aliviaba la jornada. Argentina campeón del mundo, entre abrazos y llanto, estalló la cancha de River. Ni en el centro de Buenos Aires invadido de bocinas, ni en el canto de la tribuna, ni en las calles de las ciudades o los caminos de los pueblos del interior, había tiempo para especulaciones o reparos; en ese momento no. Ya habría tiempo para un cuestionamiento político periodístico que fue creciendo luego de la apertura democrática tras la victoria de Raúl Alfonsín en las urnas en 1983, y que asoció la conquista deportiva a un mandato digitado para propios y ajenos.

 

“Con nosotros fueron muy injustos. Dimos todo, pero no reconocieron nuestro esfuerzo. Por años le quitaron mérito a lo que conseguimos.” En las afueras de New Jersey, la nieve tapizaba el jardín de una acogedora casa en la que la gran figura y goleador de la selección argentina dejaba escapar su bronca para quienes sostienen que la gesta de 1978 fue un “acomodo” del gobierno del General Jorge Rafael Videla. Mario Alberto Kempes, el matador que un par de años después formara una dupla con Fernando Morena en Valencia, habló en ese capítulo de Fanáticos del “equipazo” holandés que enfrentaron. “Las finales se juegan para ganar. Fue nuestro peor partido y costó muchísimo pero se consiguió lo máximo”.

 

Estaba previsto para no salir de Buenos Aires, pero Roberto Bettega y su gol en el tercer partido de la serie condenaron al local a marcharse a Rosario con el 1 a 0 para la ronda semifinal. Después de ganar 2 a 1 a húngaros y franceses y caer ante la “azurra”, Argentina era espera por Polonia a la que venció por 2 a 0 con notable actuación de Ubaldo Fillol. “Hasta hoy me recuerdan el penal que le atajé a Deyna”, nos comentó en Buenos Aires el guardameta que jugaba con el dorsal 5 porque aquel equipo se numeró alfabéticamente.

El clásico sudamericano fue áspero y parejo. Reeditaban con Brasil el choque que cuatro años antes habían jugado en Alemania en la misma fase del torneo y que habían ganado los norteños 2 a 1. Otra vez Fillol fue figura y el 0 a 0 no se quebró dejando a ambos con igual chance. La diferencia fue que Brasil jugó a primera hora y le ganó a Polonia, pero debía esperar por el juego de Argentina que con cartas vistas enfrentaba a Perú.

 

“A mi familia le hicieron la vida imposible en los días previos, pero a mí nadie me vino a presionar ni a ofrecerme nada” Ramón Quiroga fue y sigue siendo objetivo de las acusaciones. Rosarino, argentino nacionalizado peruano y arquero del combinado incaico, tras los seis goles recibidos fue el blanco preferido de todas las investigaciones, tras un resultado que dejó demasiadas dudas. Argentina necesitaba cuatro goles y ganó 6 a 0. Sin embargo a modo de defensa apuntó a la terna: “El árbitro francés Wurtz y el línea italiano Gonella estaban tocados. Dos goles en offside nos hicieron esa noche”.

 

Sencillo y respetuoso. Sin apartarse de su acento santafesino. En 2001, después de la nota en el hall del Centro de Prensa de la Copa América en Mendoza, me quedé con la sensación que por encima de excelentes jugadores y un técnico de fuerte personalidad, él, Leopoldo Jacinto Luque era el símbolo de aquella conquista de 1978. Fue la figura ante Francia, generando el penal para el 1 a 0 y marcando la victoria con un golazo. Se luxó el hombro y pidió terminar en cancha y al llegar al vestuario se enteró que su hermano había muerto en un accidente de tránsito en la mañana, lo que le habían ocultado para que pudiera jugar (no eran tiempos de redes sociales).

 

“¿Sabés lo que fue ver a mis padres llorando? Era desgarrador. Mi padre me dijo: Tu tío te va a llevar a Buenos Aires. Yo no quería, y me dijo que lo hiciera por ellos y por mi hermano, que quedándome no solucionaba lo que había sucedido. Cuando volví Menotti, un fenómeno, me habló y los compañeros me dieron el ánimo que no tenía”. Fue titular ante Brasil y en la final frente a Holanda.

 

Con el peso que implicaba ser local, con la desconfianza de resultados de mundiales anteriores, con la cuestionada determinación del técnico de no dejar en la lista definitiva al sobresaliente juvenil Diego Maradona, debía además sobreponerse a la frialdad de los hinchas boquenses, que a la hora del triunfo festejaron como todos, pero que en el camino nunca se sintieron parte de un plantel que no tenía un solo futbolista xeneize. Los más memoriosos recuerdan el personaje de Mario Sapag imitando a Menotti, con varios cigarrillos en la mano diciendo que “A Pernía no lo pongo porque es triste, prefiero a Olguín que es alegre…Ol-guín…suena lindo” .Vicente Pernía era campeón de América con Boca después de ganarle a Cruzeiro en el Centenario un año antes, sin embargo ni él ni sus compañeros se habían hecho lugar en la selección.

 

Aquel 25 de junio era la coronación de la mejor década de los clubes argentinos en su historia. Entre 1967 y 1978, Racing, Independiente, Estudiantes y Boca, habían ganado todas las Libertadores salvo la de 1971 y 1976, en las que se habían colado Nacional y Cruzeiro (claro está ante rivales argentinos). Aún para los más firmes opositores a la dictadura militar, y aunque pudiera ser la mejor propaganda para el gobierno de facto, aquella alfombra de papel picado en el Monumental y aquel grito cortado de la muchedumbre de AR-GEN-TINA… AR-GEN-TINA, era un bálsamo en el alma de un pueblo mutilado que cambió por un instante el oscuro silencio por el grito estridente que solo podía exteriorizarse a través de algo tan popular como el fútbol.