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Belvedere y Avellaneda




Incidencia de Liverpool-Independiente por la Bridgestone Sudamericana 2012.


25 octubre, 2012
Sin Categoría

Diego Aguirre, La Fiera, nació en El Prado, pero es hincha de Liverpool desde niño, su padre lo llevaba a la cancha de Belvedere, “me hice hincha sufrido ahí, peleando los descensos –cuenta La Fiera–. Liverpool fue importantísimo. Me permitió ser profesional, pude pasar a Peñarol gracias a Liverpool”.

En lo previo al enfrentamiento entre rojos y negriazules, el recuerdo para la canción de Liverpool que canta Alejandro Dolina.

Y jugó también en Independiente de Avellaneda, dirigido por Bochini. “Como técnico no era tanto que como jugador”, pero es un ídolo incomparable. El Bocha (Ricardo Enrique Bochini) tenía cuarenta y tantos años, petiso y escuálido había echado prominente barriga, estaba casi completamente pelado, caminaba por la cancha a tranco lento y tocaba un par de pelotas por partido, pero seguía siendo el 10 titular indiscutido del Primero de Independiente, a tal punto que la hinchada iba al estadio de Avellaneda a cantar: “sólo le pido a Dios/ que Bochini juegue para siempre/ siempre para Independiente/ para toda la alegría de la gente”. Era pedir un imposible. La gente envejece, se agota, se muere… pero la cultura le permite vivir resucitando, porque a esas dos pelotas, Bochini las dormía como un dios misericordioso y su hinchada revivía, en un momento mágico, las cinco Libertadores que el Bocha le dio (de las siete del Rojo), el Mundial que a sus dieciocho años les regaló con un golazo, veintitantos años de gozo irrevocable sin haber cambiado nunca de camiseta, el orgullo de tener al único futbolista que estuvo en cancha (pocos minutos pero estuvo) en las dos copas del Mundo que ganó Argentina.

Luis Garisto, que jugó con Bochini aquella final, me contó del Bocha y de ese partido, una de las historias mínimas más encantadoras del fútbol.

–Yo era absolutamente consciente de lo que estaba viviendo como jugador y lo disfruté todo lo más que pude. Siempre me andaba zumbando en la cabeza la música de aquella canción de Vinicius De Moraes: la cosa más divina que hay del mundo es vivir cada segundo como nunca más.

Me repantigaba en las reposeras del Sea Palace y señalaba la langosta viva que les hacía sacar con calderín a los mozos de la bahía de Hong Kong para que me la cocinaran y les decía a mis compañeros: “Muchachos, ¿ustedes no se han puesto a pensar que por venir acá encima nos pagan?”.

Siempre les dije que esa silla era nuestra, que el Palacio del Mar era nuestro, que los ojos para verlo también eran nuestros y teníamos que gozar a muerte.

Todo era joda, afuera de la cancha todo joda. Antes de empezar los partidos y desde que terminaban. Cuando terminó la final del Mundo Independiente–Juve en Roma, que la ganamos con aquella famosa pared de Bochini y Bertoni para el golazo del Bocha por arriba de Dino Zoff, que valió un campeonato del mundo, llegamos al vestuario y el Pato Pastoriza y el Pipo Ferreira los encararon a Bochini y a Bertoni, que eran dos guachos de dieciocho y diecinueve años, recontrahumildes los pibes, criados en el club desde niños –el Bocha incluso vivía en la pensión de Avellaneda– y les dijeron:

–Miren que no le ganaron a nadie; no se vayan a agrandar por esto ¿eh?, no vaya a ser que se les llene el culo de papelitos…

Y todo así ¿te das cuenta? ¡Éramos campeones del mundo gracias a ellos y les decíamos que no le habían ganado a nadie! Nos matábamos de risa por dentro y los gurises escuchaban calladitos y serios. Eran divinos”.

Fue el partido más importante de la historia de Independiente de Avellaneda.

El más importante de la historia de Liverpool de Belvedere es el de esta noche.

Hoy el cuadro del Tola Antúnez (y del Torito Gómez y de Saúl Rivero y Denís Milar; del Tano Bertocchi y Nilo Acuña) se juega los titulares de los diarios del mundo como nunca antes y el de Belvedere es un Liverpool que nació de los titulares de los diarios, porque tomó su nombre de los voceos de los canillitas de las victorias del Liverpool inglés en los primeros quince años del siglo XX.

Liverpool es, aquí y también en el fútbol europeo, sinónimo de pueblo. Baste citar a Ignacio Ramonet, que ejemplifica en el Liverpool de Inglaterra a un club popular, en Planeta Fútbol, Le Monde Diplomatique . “También saben (los hinchas) que amar a su propio club es aceptar el sufrimiento. En caso de derrota, lo importante es permanecer unidos, juntos. Gracias a esta pasión compartida, se tiene la seguridad de no quedar nunca aislado. “You will never walk alone” (Nunca caminarás solo) cantan los hinchas de Liverpool FC, club proletario inglés”.

La fuerte identidad de Los negros de la Cuchilla de Juan Fernández, tampoco camina sola en mi sentir de vecino de Julián Álvarez entre Agraciada e India Muerta, en la casa abandonada del pintor José Gamarra, exiliado en París (mis últimos años de adolescencia y primeros de juventud, con amores fugaces e inolvidables, con parasiempres grávidos como espuma). Nadie ha escrito mejor que Fernando Cabrera, “la calle Llupes, raya al medio, llegando a Belvedere” (ya, de paso, la mejor letra del canto popular uruguayo de los ochentas, que las tuvo muy buenas). La calle Llupes de la comisaría de Polidoro Fernández (el hermano de Juan) y de la carnicería de Cúneo en el mismo local donde se fundó Liverpool.

“Tal vez mañana volveremos/en otro carnaval/tendremos suerte si aprendemos/que no hay ningún rincón/que no hay ningún atracadero/que pueda disolver/en su escondite lo que fuimos/el tiempo está después”.