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Chanfles de volea




Fabián Estoyanoff.


24 noviembre, 2012
Sin Categoría

“Creo que Estoyanoff, Gonzalo Bueno, Zalayeta –tal vez haya otros–… se merecen una oportunidad en la selección. Tenemos un técnico y él sabrá. No se les quita el derecho a los que están. Yo estoy a favor de todos los que trabajan. Para mí es fundamental la parte disciplinaria, el cuidado personal y la técnica. Considero que en los equipos, para ganar, todos tienen que correr y no hay otra, pero veo más técnicos a los brasileños. Tienen jugadores para armar un gran equipo”. Son conceptos de Julio César Morales, maestro universal de los chanfles de volea, que hoy está atravesando un percance de salud.

Fabián Estoyanoff.

Si el que habla de técnica y de disciplina es Julio César Morales, puede perfectamente estar refiriéndose a lo que siempre dio. Valga la solemnidad.

Llegó a Austria en 1971 como campeón del mundo. Era el delantero por izquierda del Nacional de Montevideo, el semifinalista de México 70, el que debía llevar al Austria de Viena a la final de la Eurocopa. Para eso habían pagado.

–Fue terrible. Para peor me desgarré antes de debutar, y la prensa tituló “el Austria compró a un lisiado”. Era cruel. Entonces los dirigentes me obligaron a jugar a la semana del desgarro y un negrito que jugaba de volante se pasó todo el primer tiempo gesticulando para recriminarme que no corría la pelota (¡no podía!).¡Qué bronca más grande! Cuando llegamos al vestuario para el entretiempo lo agarré a saques, lo aplasté contra un casillero. Al otro día retiré del banco todo el dinero del pase y fui a colocarlo en una bolsa sobre el escritorio de Georgi Walter, el presidente del club. “Acá está todo su dinero –le dije–. Quiero un pasaje para volver a Uruguay. Esta lesión requiere, por lo menos, veinte días de tratamiento. Así no sigo”. “Está bien. Tiene treinta días” me contestó, impresionado porque yo no había tocado un dólar de lo que me habían pago.

“El uruguayo lisiado” se recuperó del desgarro. Julio salió siete años campeón de Austria. Y cuando el Austria de Viena clasificó por primera vez en su historia para la final de la Eurocopa, una revista vienesa llevó al equipo a un teatro donde Mozart estrenó sinfonías y le hizo posar con los instrumentos de la orquesta antes de que la filarmónica comenzara su concierto. Al uruguayo le dieron el piano. La final fue con el Anderlech y los dirigentes del Austria les obsequieron cinco días en París a todo trapo.

–Estábamos en un hotel de unas veinte estrellas, cada mañana encontraba un sobre a mi nombre con el dinero para gastar y cuentas abiertas en los mejores restaurantes y boites de la ciudad. `Montmartre,La Pigalle, la medianoche…´. Pudo haber sido una linda orgía. Pero fue un escrache. Los muchachos salían del Moulin Rouge abrazando a dos o tres mujeres cada uno y los fotógrafos meta flash. Yo pasé de mujeres y me cuidé con el alcohol. Creo que fui el único que no tenían fotos de revistas para mostrarle cuando tocó renovar contratos.

Cuando Julio volvió a Nacional después de ocho temporadas en Viena, el club de Los Céspedes se llovía por todos lados, el último título internacional que se había obtenido seguía siendo aquella Intercontinental que dejó en el 71…

–Cuando volví en el 79, había mucho desorden en Nacional. Vino Dellacha y finalmente llegaron Mujica y Gesto. Con ellos asumimos un compromiso. Comenzamos corriendo todos los días por las canteras de avenida Italia, diez kilómetros contrarreloj. Algunos se cagaban corriendo. Una vez Víctor (Espárrago) se desmayó cuatro veces antes de llegar. Era el que ganaba siempre a resistencia, seguido de Luzardo y Bica en la contrarreloj. Corrían en el aire, no tocaban el suelo. Esa vez Víctor se caía, se daba contra los arbustos, seguía y volvía a caer. Cuando nos tocó jugar éramos aviones, ningún cuadro nos aguantaba el ritmo. Entonces nos tomamos confianza y se dio lo que se dio.

Nacional en el 80 fue –como en el 71–, Campeón Uruguayo, de América y del Mundo. Con la celeste, ese mismo año la Copa de Oro. En el 98, otra vez con Dante Iocco Presidente, con Hugo De León Técnico, Julio volvió a Nacional, a trabajar con cuatro o cinco jugadores por divisional juvenil

–El primer año alquilamos un gimnasio con frontón en la calle Fernández Crespo. Elegía de a cuatro jugadores de la quinta y me los llevaba en el auto al frontón. Me pasé trayendo y llevando chiquilines al frontón. Los mataba. Practicamos todos los golpes, con cara externa, con cara interna, tres dedos, empeine, los cuatro chanfles, una y otra pierna. Fuimos corrigiendo el golpe hasta lograr precisión y luego repitiéndolo hasta lograr automatismo.

–¿Sabés cuál era el examen final en el frontón? De lejos, uno y otro empeine, pegando debajo de la chapa y mantenerla sin que pique. Tácate–tácate–tác…

Tácate-tácate-tácate sin que toque el suelo.

Hoy es al corazón de Julio al que le tiene que salir.

Dios quiera.