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El estadio, Francescoli, 30 años después




La fotografía tiene 30 años. Es del momento en que se inauguró el estadio de Barranquilla. La extensión que lo rodea hoy es una gigantes urbanización con supermercado incluido. Cambian los tiempos...


11 octubre, 2016
Sin Categoría

La fotografía tiene 30 años. Es del momento en que se inauguró el estadio de Barranquilla. La extensión que lo rodea hoy es una gigantes urbanización con supermercado incluido. Cambian los tiempos...

La fotografía tiene 30 años. Es del momento en que se inauguró el estadio de Barranquilla. La extensión que lo rodea hoy es una gigantes urbanización con supermercado incluido. Cambian los tiempos…

Escribe Atilio Garrido / Fotografías Fernando González (enviados especiales)

En 1986 la Copa del Mundo se disputó en México, por segunda vez en la historia. Uruguay, dirigido por el Prof. Omar Borrás, resolvió que se realizara en Bogotá la aclimatación a la altura, en idénticas condiciones a las que iba a vivir en tierras aztecas.  Para realizar partidos de entrenamiento, se pactaron juegos ante Millonarios en Bogotá, Nacional de Medellín en esa ciudad y el Junior en Barranquilla. Este último partido tenía condiciones espectaculares. Se inauguraba el estadio de la ciudad, una belleza para aquel tiempo, con un costillar enorme de cerchas de hormigón que colgaban el techo sobre las tribunas. Una elipse perfecta, toda una novedad para la época.

El avión salió temprano desde Bogotá aquel domingo 11 de mayo de 1986. A los pocos minutos retornó al aeropuerto con anuncio de peligro porque un enorme pájaro se había metido en los motores. Era otro mundo. No había celular, internet, ni ningún otro de los adelantos que han convertido a nuestro planeta en una aldea global. Bajé del avión, salí corriendo a buscar un telex, el único medio de comunicación dificultosa que existía. Escribí apenas unas líneas: “Uruguay retornó a Bogotá ante peligro de continuar viaje. Revisan el avión”. El Diario –tal el nombre de donde trabajaba- cerraba al mediodía. Titularon la edición con la noticia, que se vendió como pan caliente. Pero… claro, nadie en Uruguay podía tener contacto con la delegación, ya que no existía ninguna posibilidad de hacerlo.

Uruguay retomó el viaje una hora después, llegó a Barranquilla, desde el aeropuerto al estadio que se inauguraba. Fue una fiesta. Tribunas repletas y… Enzo Francescoli anotó el primer gol de la historia en el escenario que se inauguraba.  Jorge Da Silva, el controvertido “Polilla” de hoy, anotó el segundo tanto. Después descontó José Angulo. Y, para no ser menos, el primer expulsado en el nuevo estadio fue, también, uruguayo: Jorge “Chifle” Barrios casi sobre el final del partido. En el Junio, el golero que recibió los dos goles también era uruguayo. Carlos Goyén, cuyo hijo está jugando en el mismo puesto de su padre en la 3ª. de Peñarol. El partido culminó 2:1 a favor de los celestes, que retornaron en la misma noche –para no perder la aclimatación a la altura- a la ciudad de Bogotá.

Recuerdo la fiesta impresionante que precedió al partido. Por supuesto que muy alejada de lo que hoy es una celebración de este tipo, donde la tecnología crea situaciones maravillosas de luz y sonido. En aquella ocasión se desplegó una muestra folclórica en la que participaron 5000 artistas; luego hubo una ceremonia de entrega de condecoraciones a diversas personalidades del deporte de Colombia y la presentación de un balón gigante del que salieron 200 palomas blancas. El gran momento de esa jornada inaugural, fue la presencia del cantante Diomedes Díaz. La gente deliraba en las tribunas. Yo estaba en la cancha, a metros de donde él realizaba el show caminando por el césped, y no tenía la menor idea de quién era. ¡Tiempo sin Wikipedia y con muy poca conexión con el mundo exterior! Resulta que era –y dicen que fue hasta hoy, mucho más que el luego famoso Carlos Vives-, el más grande cantante y compositor colombiano de vallenatos, que es la música típica de estas zonas calientes de Colombia. Después vino Vives con “la gota fría” y en ancas de la globalización se conoció en el mundo. Allí me enteré que Diomedes había nacido en Valledupar y llevaba como 20 millones de discos vendidos hasta entonces.

Ayer, camino al estadio, le contaba estas cosas al taxista. A Diomedes Díaz lo conocía, porque su música sigue sonando a pesar que ya murió. Pero de lo otro, historia pura de su ciudad, no tenía la menor idea… Cuando llegaban al escenario, todos sus alrededores están cambiados. Aquello que hace 30 años atrás era una enorme extensión de tierra con una elipse de cemento en el medio, hoy tiene adosado un gigantesco supermercado, miles de viviendas, urbanización y una autopista de dos vías que le pasa por el costado.

-“Señor, yo tengo 31 años. ¿Cómo quiere que conozca lo que me cuenta?”, me dijo el taxista, con esa calidez, simpatía y buena educación que tienen todos, absolutamente todos, los colombianos. Le respondí con una frase que siempre uso en esos casos:

-“Yo no estuve la batalla de Boyacá, pero se quién la ganó”. Nota buena: ese combate es lo mismo que nuestra batalla de Las Piedras.

El taxista se echó a reír. Y yo me quedé pensando que la vida se te escurre como arena entre las manos. Y que episodios como éstos, te llaman a la realidad anunciando que ya estás cerca del final. Una lágrima rodó por mis mejillas…