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El gorila del tren fantasma




Ramón Arias.


20 noviembre, 2012
Sin Categoría

Ramón Arias se llena con el grito de gol. 

Rolan lo disfruta a su espalda. Fue el 4:0, el que puso el sello final a la goleada violeta de esta fecha.

Ayer en La vida privada del orsai publiqué una anécdota de Luis Garisto con Ringo Bonavena, una historia que no está en el libro Vayan Pelando las chauchas, pero la que sí está -y ha sido la que los gurises más celebraron cuando he ido a liceos a leer algún cuento en ocasión del día del libro-, es la del gorila del tren fantasma hoy condenado al desalojo.

“Lindero, exactamente lindero a la pared donde se empotraban las camas en la concentración de Defensor en la época en que yo jugaba ahí -cuenta Garisto-, estaba el tren fantasma del Parque Rodó. Las camas se subían de día para barrer y hacer espacio y se bajaban de noche para dormir. Concentrábamos de viernes a domingo. Terminaba la práctica de la tarde del viernes y quedábamos concentrados. Viernes de noche y sábado de noche eran los momentos de mayor concurrencia al Parque Rodó y el tren fantasma andaba todo el tiempo. Cuando nos íbamos a dormir, oíamos intermitente un grito espantoso: ¡iiiaaaaa…! que no nos dejaba dormir. ¿Qué pasaba? Al otro lado de la pared de nuestras camas estaba el gorila y cada vez que pasaba un carrito del tren fantasma, pegaba el grito, ¡iiiaaaaa…! Pero nosotros teníamos que descansar para jugar el domingo. Un sábado de 1966, previo a un partido con Peñarol en el Centenario, estábamos con toda la ansiedad que te podrás imaginar, porque íbamos al estadio contra un grande que en ese momento era el campeón del mundo. El viernes no habíamos podido dormir nada por los gritos del gorila sumados a nuestros nervios. El sábado decidimos hacer algo.

Ya habíamos hablado con el encargado del tren fantasma que decía entender nuestro problema pero que no podía bajar el grito del gorila porque estaba mecanizado o algo así. No quería bajarlo. Entonces formamos trece comandos de a dos jugadores. Llenamos nuestros bolsos deportivos con piedras del parque y de la playa. Sacamos trece boletos en el tren fantasma y nos pusimos de a dos en los carritos con los bolsos llenos de piedras sobre las rodillas. Teníamos perfectamente ubicado el objetivo del atentado, el gorila hijo de puta que no nos dejaba dormir. Carrito tras carrito lo fuimos matando a pedradas hasta que lo deshicimos. Y nos volvimos a la concentración con los bolsos vacíos y una satisfacción indescriptible. Fuimos a bajar las camas para dormir y no habíamos terminado de bajarlas, cuando oímos: ¡iiiaaaaa…! Nos queríamos morir. No le habíamos dado al parlante. Era increíble porque de verdad lo habíamos deshecho. Lo único que podía estar funcionando era el parlante. ¡Iiiaaaaa…! gritaba el gorila burlándose.

Entonces no me acuerdo a cuál muchacho se le ocurrió pero estuvo bárbaro. Dijo: “Muchachos, no se dan cuenta que esta noche está gritando de dolor porque lo cagamos a pedradas”. Y nos quedamos contentos. Fuimos al partido muertos de sueño pero con una moral bárbara. Igual nos ganó Peñarol dos a cero. Tenía un cuadro que la gastaba. Yo marqué a Abbadie, el “Sapo” Villar a Joya. No había moral que los parara.

Sé que a la concentración de Defensor la remodelaron toda y ahora no se oye al gorila. Lo que no sé es si sigue estando en el tren fantasma. El otro día anduve por el Parque Rodó y estuve a punto de entrar al tren fantasma para ver si sigue estando el gorila. Pero cuando fui a la boletería me dio vergüenza, pensé que iban a decir: “mirá el pelotudo este”. Pero te juro que un día de estos vuelvo con un niño. Así me fijo.”

Si todavía no lo hizo, tendrá que apurarse, pero aunque desalojen el juego los fantasmas seguirán al acecho. Por algo son fantasmas.