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El Negro (y azul) Dolina




Alejandro Dolina


23 octubre, 2012
Sin Categoría

La biografía Facebook de mi amigo Elio Cohen, acaso uno de los pocos hinchas de Liverpool entre las promociones de primaria de la escuela Venezuela (éramos de los grandes o de Central o de Mar de Fondo), pero probablemente es el único negriazul en el kibutz donde desde 1982 trabaja de jardinero, estos días está resplandeciente de Copa Bringstone Sudamericana y, entre sus posteos, destaca uno muy bizarro: Alejandro Dolina cantando el himno de Los Negros de La Cuchilla.

Alejandro Dolina

http://www.youtube.com/watch?v=sDKnfPSXnf8&feature=share

El video de Dolina es casi lo único de la biografía de Elio accesible a todo público. Cuando lo abrí por primera vez, me recordó un cuento del Tubo Sosa (uno de los mayores goleadores de la historia del fútbol uruguayo), sobre su pasaje por un mal momento de las divisiones juveniles de Liverpool, que perfectamente pudo haberlo escrito Dolina para sus caballeros sensibles del barrio de Flores.

“Cuando yo dirigí las inferiores de Liverpool, en el 93 -cuenta el Tubo-, tenía una séptima de gurises muy chiquitos, eran niños mal puchereados, con muchas carencias, me los traían del baby fútbol entre los que no se iban a Peñarol, Nacional, Danubio, Defensor y diez cuadros más que trabajaban bien en inferiores y por eso se llevaban los mejores y tenían medios para desarrollarlos. Nosotros trabajábamos en el Iriarte y sin apoyo. En invierno los tenía que mandar embarrados a las casas o que se ducharan con agua helada, pero lo que te quiero contar es esto: nos tocó debutar contra Danubio. Nos comimos once. La diferencia era brutal y los gurises míos, cuando terminó el partido lloraban, se querían morir.

Entonces los llevamos con mi hermano Oscar al boliche que está en la esquina de la cancha del Salus, les compramos unos refuerzos (mi hermano tiene un quiosco, pagó los refuerzos y unas Coca Cola) y les empecé a hablar. Les dije que teníamos que festejar, porque no nos habían echado a ninguno, porque no habíamos pegado. Les dije que pegar es de impotentes, que los que pegan son los que no saben jugar. Les conté cómo trabajan en Danubio, cómo es el Complejo Del Campo, les conté que ahí comen balanceado, que entrenan todos los días, que tienen agua caliente, les nombré a todos los profesores y los ayudantes que tienen, les dije que nosotros estábamos más de once goles debajo de Danubio y que habíamos jugado bien. Porque en realidad jugaron bien, eran botijas que tocaban bien la pelota y yo les inculcaba eso.

El domingo siguiente nos tocó con Defensor en el Pichincha. Nos comimos nueve, pero los gurises ya no se preocuparon, salieron de la cancha con la frente en alto. Les dije que, como premio, esa semana íbamos a ir a entrenar un día en Belvedere. Pero me pasó algo terrible. Fui a pedirle la cancha a Fidel Russo y me dijo que no se podía porque la íbamos a estropear.

–Pero, Fidel, los que la estropean son los de primera división. Estos gurises la acarician, ¡si pesan cuarenta quilos! Te la estoy pidiendo dos horas por semana, nada más.

–Bueno, dejame ver; andá el jueves. 

Los cité para el jueves en Belvedere. Jamás pensé que no me la iban a dar, pero no me dejaron ni pisarla. Pedí un vestuario para que se cambiaran y los hice chivear en la cancha de básquetbol. Después los junté y me los llevé a la platea para que vieran la cancha vacía.

La mayoría de esos pibes nunca había estado en un estadio.

–No nos prestaron la cancha -les dije-, pero ésta es la cancha nuestra. Nosotros jugamos con la camiseta de Liverpool y éste es el estadio de Liverpool. El domingo vamos a jugar con Nacional en el Iriarte. Es Nacional, pero nosotros somos Liverpool. Vamos a jugar al fútbol, no vamos a pegar ni a desesperarnos, vamos a hacer lo que sabemos hacer.

Salieron contentos. El único que estaba con bronca era yo.

Cuando vi a la séptima de Nacional bajar del ómnibus en el Iriarte me asusté un poco, parecían jugadores dos categorías mayores que los míos. Eran el doble de grandes que los míos. Entonces, mientras hacían el calentamiento, se me arrima un chiquito que jugaba de puntero (tenía varios que la movían lindo) y me dice:

–Profe, ¿vio el que me va a marcar a mí?

–Sí, le digo ¿qué pasa?

–Le voy a pintar la cara.

–Vos tocá, cuando hay esa diferencia de físico, desprendéte rápido. Tirá paredes.

Empezamos bien. Les jugamos en la cancha de ellos y en la mitad del primer tiempo, una doble pared al borde del área y el chiquito hace un gol. Lo festejaron como diez minutos. Tuve que ir a separarlos para que siguiera el partido. Termina el primer tiempo uno a cero. En el segundo aguantamos bien. Se cansaron pero no se desarmaron hasta el final. Recién en el último minuto dieron un corner y Nacional subió a todos los grandotes a cabecear. Nos llevaron por delante y metieron el gol con arquero y todo. El juez no cobró nada. Mi golero quedó tirado adentro del arco y se puso a llorar. Entonces salí corriendo, atravesé la cancha y lo levanté.

–Usted no tiene que llorar -le dije-, usted tiene que salir de acá con la cabeza levantada porque en realidad les ganamos.

El lunes fui a la sede y me dice Fidel:

–¡Buena, Tubo, buenísima!

–Dejá, Fidel, no me prestaste la cancha.

Era y sigue siendo mi amigo, pero ahí mismo renuncié.”

El jueves Liverpool recibe a Independiente para la gran revancha por Copa Sudamericana. El rojo ganó dos a uno en Avellaneda e Independiente es Independiente, Rey de Copas, pero “nosotros somos Liverpool”, les dijo el Tubo Sosa. “No hay nada igual en la República Oriental del Uruguay”.

 

(Reiteramos esta columna, publicada en nuestro portal anterior)