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El partido que desde semifinales debió ser la final del Mundial





4 febrero, 2013
Columnistas

Diego Lugano, el Capitán de la celeste.

Uruguay ya no se queja en la cancha. Es un avance que haya asumido su condición de inferioridad manifiesta como mercado y aprendido a diferenciar los ámbitos donde protestar le es, además de lícito, útil al fútbol. Uruguay ya sabe en cuáles partidos de un Mundial tendrá que remar el doble. El de Sudáfrica no fue la excepción.

En Sudáfrica no nos “cocinaron” sólo a nosotros. A Paraguay lo perjudicaron a favor de España, que luego fue tan superior a Holanda y a Alemania en final y semifinal, que ni pegando todo lo que les dejaron pegar a holandeses y alemanes –en todos los partidos– le pudieron quitar el título a España.

El gol que se “comió” Larrionda en Alemania-Inglaterra y el orsai de Argentina no cobrado contra México, fueron errores puntuales, no fueron partidos flechados. Pero a Uruguay y a Paraguay los “cocinaron mismo”. Y al otro que quisieron perjudicar, en parte, fue a Estados Unidos. Querían evitar el cruce prematuro entre Inglaterra y Alemania. No es ninguna teoría de la conspiración. Al contrario. El fútbol es una alegoría de un mundo justo y a la FIFA la tecnología le está poniendo cada vez más difícil controlar. Antes era mucho peor: que un golero de Chile simulara una lesión en un partido ante Brasil alcanzó para suspender a Chile durante años de toda competencia internacional de fútbol, incluido el Mundial del 94. Pero que los hooligans ingleses hayan asesinado a cientos de personas en los estadios fue un buen argumento para ponerlos de cabeza de serie en el Mundial de Italia 90. Desde que el fútbol es negocio, La FIFA tiene flechada la cancha en el mismo sentido de la economía internacional, y en el sentido político de la cantidad de votos por continente que definen la Presidencia de la multinacional. ¿Cuánto incide para defender sus intereses en los Mundiales? Lo que puede. Porque si dieran un batacazo, por ejemplo, Uruguay y Paraguay juntos, tipos que pusieron fortunas se tendrían que pegar un tiro o aceptar su ruina con resignación.

Todos en el medio del fútbol saben que países que no aportan turistas ni dinero, que no venden (por lo tanto no anuncian) y que prácticamente no compran, no deben jugar la final de la Copa del Mundo en tiempos en que los Mundiales de fútbol son la mayor superproducción de la cultura universal. Inglaterra, Holanda, Alemania, son otra cosa. España todavía y casi la matan a patadas. Argentina todavía, pero tampoco. En la final del 90 la “mató” Codesal.

La serie clasificatoria de Uruguay en Sudáfrica era para Francia y para el local (y hasta entró México, porque Uruguay frenó a Francia, que llegaba candidata, multiplicándole la presión que ya traía).  Contra Sudáfrica, durante los veinte primeros minutos del segundo tiempo, el juez trató a Uruguay como a lo que realmente es, un país que no le conviene al mercado global y a Sudáfrica como a lo que en ese momento era: el locatario, pero cuando vio que no tenía arreglo la dejó ir. Ya había cumplido. El alemán que le arbitró a Corea cumplió del mimo modo. Uruguay jugó cinco goles por encima de Sudáfrica, por eso le ganó por tres, y jugó tres por encima de Corea, por eso le ganó por uno. No estuvo dos goles arriba de Ghana y éste era el locatario y era la carta de Blatter y son 25 millones de habitantes en el país más futbolero de África (que no quiere decir mucho, porque sobran los dedos de las manos para contar los países con gran cultura futbolística, entre ellos está Uruguay y no hay ninguno de África y tampoco está Inglaterra, como lo demostraron sus protestas ignorantes por la mano de Suárez, cuando lo único antirreglamentario y antideportivo que hubo en ese final fue lo que originó la jugada, un tiro libre a favor de Ghana por una infracción que no existió).

Pero con Holanda la consigna del mercado era “vivo o muerto”. Nos “mataban” de cualquier manera. Nos “cocinó” un uzbeko y nunca vamos a arbitrarle a Uzbekistán la semifinal de un Mundial. Era el “sicario” perfecto.

Por la mitad de lo que, mientras fueron cero a cero, pegó el holandés que hizo el primer gol en la semifinal de Sudáfrica 2010, echaron al uruguayo Batista en el primer minuto en México 86. En el primer tiempo de la semifinal, a Uruguay le cobraron tres orsai que no fueron tales y eran medio gol, Holanda pasó a ganar en el segundo tiempo con un gol en orsai y sobre el final hubo un claro penal no cobrado, por mano intencional de un holandés en su área.

El partido que jugará Uruguay contra España, el Campeón del Mundo y de Europa, el miércoles a la hora 16 de nuestro país, en Qatar, debió ser entonces la final de Sudáfrica 2010. En El camino es la recompensa, Oscar Tabárez le dice al autor del libro, Tato López, que ese partido contra España ya lo tenía planificado, ya tenía pensado cómo jugarle a España. Será un partido que debió ser una espectacular final.

Todo, hasta el propio origen de la camiseta celeste, indica que el camino es en repecho y, acaso, el ejemplo de la hazaña de origen, ayudó a la selección de fútbol de un país pequeño a poder transitar en su historia, tanto camino.

El color de la camiseta de la Selección Uruguaya de Fútbol no viene de los de la bandera uruguaya.

Nació en 1910, de una lucha cuesta arriba contra la marginación.

No es cierto que había una cláusula reglamentaria del Club Nacional de Football que impidiera afiliarse a los no universitarios y sí es cierto que en el CURCC tenían voz y voto solo los funcionarios de la empresa británica, pero The Uruguay Association Foolball League también tenía criterios restrictivos y el que más injustamente los sufrió fue un cuadrito de botijas humildes de la Aduana, que decidió llamarse River Plate para poder entrar a la League.

No hubo caso. En el año 1901, tras intensas negociaciones de William Poole, se aceptó la integración de Nacional, la primera institución de origen totalmente criollo que lo hacía. Pero al año siguiente, se le negó la afiliación a River Plate (el actual es una fusión de Olimpia y Capurro en homenaje a aquel), por decisión casi unánime, ya que solamente el CURCC formuló objeciones.

Los muchachos de la Aduana bregaron dos años para ser aceptados, hasta que la League les ofreció una integración en condiciones humillantes. Crearían una segunda división de los clubes ya afiliados y a ésta se sumaría River Plate, que tenía que ganar tres años consecutivos el campeonato de segunda división para poder ascender a Primera y compartir así los mismos derechos de los otros clubes.

Confiados en su potencial futbolístico, los aduaneros aceptaron y ganaron el campeonato tres años seguidos, aún cuando, durante el último, ante el peligro inminente, los defensores de la “nobleza” de la League incluyeron en sus equipos ante River a jugadores que militaban en la primera división.

Ya en Primera, River obtuvo el campeonato Uruguayo a la segunda temporada en que participó, en 1908 (y nuevamente fue Campeón Uruguayo en 1910, 1913 y 1914), derrotando incluso al famoso Alumni de Argentina, abril de 1910, por 2 a1. En ese partido histórico en el Parque Central, los darseneros usaron camisetas celestes para diferenciarse de la rojiblanca que compartían con el Alumni.

A propuesta de Wanderers, por la trascendencia de esa imprevisible victoria de la celeste ante los más encumbrados argentinos, la Liga Uruguaya adoptó posteriormente el color celeste para representar a nuestras selecciones nacionales.

La propuesta de “los bohemios” y la aceptación unánime de todos los clubes de la Liga marcó a este fútbol de hazañas increíbles, que el miércoles juega contra el actual Campeón del Mundo.