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Hoteles de Copa




Copa Bridgestone Libertadores 2014.


20 febrero, 2013
Columnistas

El barullo que se armó con el supuesto caso de “intoxicación premeditada” de jugadores del Emelec en el hotel Sheraton (bastante improbable, dada la responsabilidad de la cadena de hoteles en todo el continente donde se disputa la Copa Libertadores) y el verificado caso de pirotecnia cercana al hotel, para no dejar dormir a los futbolistas ecuatorianos, trae a la memoria tantísimas historias verdaderas de incidentes previos a partidos por la Copa, ocurridos en hoteles que alojaban delegaciones de equipos uruguayos participantes. Varias muy graves, alguna desopilante.

Copa Bridgestone Libertadores 2013.

Peñarol había ganado en el Centenario la primera final de la Libertadores de 1966 ante River Argentino. Para la revancha en el Monumental de Núñez, estaba el plantel aurinegro alojado en el hotel Alvear y no apareció el ómnibus que lo llevaría al estadio. Tuvieron que ir en remises y taxis y entrar a la cancha atándose los zapatos. Perdieron tres a dos y al volver, a la entrada del hotel había una barra de River. En el ómnibus de vuelta, los futbolistas de Peñarol, al ver la barra, acordaron que si al bajar los insultaban, se largaban a pelear todos juntos. Bajaron y la barra empezó a gritar “¡Uruguayos muertos de hambre!” “¡Hijos de puta!”. Se armó una trifulca que duró media hora. Esa noche, en el hotel, el representante de Peñarol ante la Confederación Sudamericana, Washington Cataldi, reunió a los jugadores para preguntarles si querían jugar la finalísima de desempate a los dos o a los tres días.

–Mañana de mañana –le contestaron.

En ese clima ocurrió la hazaña aurinegra de Santiago de Chile. River ganaba dos a cero, cuando a los sesenta minutos el arquero argentino Amadeo Carrizo la paró con el pecho; a los sesenta y cinco Alberto Spencer descontó para Peñarol; cinco minutos después Julio César Cortés empató el partido y en el alargue Peñarol pasó de largo, Spencer y Pedro Virgilio Rocha. Cuatro a dos: Peñarol Campeón de América. Por lo general, los climas para amedrentar favorecen a quienes se intenta perjudicar, porque los motiva aún más.

Sin embargo hubo casos extremos, como los sufridos por Danubio y Defensor en Medellín y en Buenos Aires respectivamente.

En 1989 en Colombia en la semifinal de la Copa Libertadores de América entre El Nacional de Medellín y Danubio, los jueces Juan Antonio Bava, Carlos Espósito y Abel Gnecco fueron tentados y extorsionados cuando en el hotel ingresaron con violencia hombres armados con ametralladoras, les ofrecieron dinero y les amenazaron de muerte a ellos y a sus familias. Los jueces no tomaron ningún dinero y Bava salvó su vida porque Nacional ganó seis a cero sin ayuda.

En 1977, Defensor se jugaba la clasificación frente a Boca Juniors, en La Bombonera. Como no era sorprendente en noches previas a un partido decisivo por Copa Libertadores, aparecieron en el hotel donde se alojaba Defensor en Buenos Aires, chicas hermosas y llamativas. Los futbolistas más veteranos y responsables encerraban a los otros con llave en sus habitaciones. También evitaban comer en el hotel. Comían en distintos lugares de Buenos Aires e igual quedaban, sospechosamente, dos o tres con diarrea. Entonces cambiaron de barrio donde comer, se fueron del hotel inclusive, a otra zona. Pero el día del partido, cuando tenían que salir hacia La Bombonera, se quedaron sin agua y sin luz. Tuvieron que bajar siete pisos por escalera.

Sobre chiquilinas en los hoteles, acaso la mayor confusión le ocurrió a Peñarol en Lima. Le llenaron el hotel de mujeres “top models”. Entonces el Director Técnico aurinegro, Hugo Bagnulo, las echaba mientras empujaba a los jugadores hacia los ascensores, a Walter Olivera, a Julio Jiménez y las echaba a los gritos, pero una no se iba, se quedaba fumando en el lobby con su minifalda y su cuerpo escultural perturbadores.

Bagnulo empezó a putearla para que se fuera. “¡Te conozco, mascarita!“, le decía. “¡Andá a changar a otra parte!“, fue el exhorto más suave. En eso se abre el ascensor y sale Cataldi con otro señor y va a presentárselo a Bagnulo, pero resulta que este señor saluda a la mujer. “El embajador uruguayo –presenta Cataldi– y su señora“. Bagnulo les dio la mano sin mirarlos y sin decir nada, se apuró a meterse en el ascensor antes de que terminara de cerrarse.