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La fusión




Formación de Miramar Misiones.


22 enero, 2013
Sin Categoría

(El Misterio y el Fantasma son clubes que compitieron en torneos de la Asociación Uruguaya de Fútbol en la realidad y vistieron las camisetas que aquí se describen; también es real que Rentistas le ganó a Misterio la final de la Divisional ExtraA de 1957, en alargue, pero el partido que aquí se relata, y parte de su entorno, es de ficción).

Miramar Misiones, la excepción a la regla.

 

Miguel era hincha del Misterio. Tenía el banderín del club en su cartelera del cuarto de pensión, en el Buceo, el triángulo de tela amarillo, rojo y negro sobre la cartelera negra de pizarra (en aquella época no se usaba la espuma plástica con esa finalidad), pero había allí también otro banderín: apenas se distinguía el triángulo de tela del banderín negro sobre el rectángulo negro de la cartelera, C.A. El fantasma, en letras blancas y, blancas también, debajo del nombre, un cráneo sobre dos tibias cruzadas. Con tiza, Miguel había escrito la fecha y el escenario del partido: domingo 17 de octubre, parque Fossa. Después del encuentro, en un bar de General Flores, se juntarían las directivas de ambos clubes para conversar de una posible fusión entre ellos.

Colgaba de la pared detrás del Primus, enmarcado en dorado, un diploma que le había entregado el club Misterio por un aniversario: “A Miguel Samsa, por su invalorable colaboración”, porque cierta vez, Miguel le había conseguido al club una pelota número 5, de cuero. Ahora el club confiaba en que el diplomado persuadiese a sus amigos de El Fantasma de que, en cualquier circunstancia, la primera palabra del nombre del nuevo club, sería “Misterio”.

El domingo que El Misterio jugó aquel partido con El Fantasma, Miguel fue al Parque Fossa temprano, para no perderse el preliminar donde jugaba un 10 negrito de El Misterio que la gastaba. Ya había media tribuna oficial llena. Cancha neutral, pero El Misterio llevaba más gente y era el que tenía chance de salir Campeón. A ese partido, la hinchada del Misterio fue con bombo, redoblante, papel picado y los mismos insultos de siempre para el juez y para los contrarios, puteadas que contra ese equipo Fantasma resultaban más lúgubres: camiseta toda negra, short negro, medias negras, era la indumentaria de El Fantasma, con el cráneo y las tibias cruzadas en el bolsillo de la blusa.

El Misterio jugaba con camiseta a rayas verticales. La cancha del Parque Fossa, bastante raleada de césped, completaba el aspecto de cine mudo, de partido de biógrafo, pero en la platea se notaba que el club del Buceo estaba vibrando con la inesperada campaña que ahora lo había dejado a un partido del ascenso a la Intermedia.

Miguel recordaba los festejos en la escuela y en el barrio, cuando El Misterio ganó la ExtraB y subió a la ExtraA y ahora tenía fresquitos los festejos por haber ganado la serie y andar derechitos en la rueda final. Mientras buscaba un lugar en la platea, saludó al Presidente de su club, un ex boxeador de la vieja guardia del Misterio (había tenido, en la década del veinte, un pasaje de controjás por la “funesta” cancha del Misterio, pegada al cementerio, en Propios y Rivera). El ex boxeador y centrojás seguía cultivando su niño del barrio en el alma. Cuando terminó el primer tiempo del preliminar, el Presidente se acercó a Miguel y se sentó a su lado.

Empezó por decirle que venía de discutir con el Técnico porque éste no quería poner al negrito ni en el banco de suplentes para el  partido de fondo.

–Para nosotros es una final –dijo el Presidente–. Tenemos que poner todo lo que tenemos. No podemos confiarnos en que estamos tres goles arriba.

El Presidente estaba muy nervioso. Se había preparado para festejar esa tarde el campeonato con todos los viejos del barrio. Aguardaba llenar la tribuna oficial y veía que lo estaba logrando. Estaba eufórico, pero demasiado cargado de adrenalina.

–Acompañáme al vestuario para que saque a Mauricio.

Mauricio era el negrito. El Presidente quería que también Miguel (ya le había dicho lo mismo a otros hinchas) lo acompañara a sugerirle al Técnico que reservara a Mauricio en el segundo tiempo del preliminar, para usarlo fresco en algún momento del partido decisivo.

–No sé si es un partido para Mauricio –le dijo Miguel. En realidad no sabía nada de fútbol, pero no quería meterse en líos. Además entendía que era mejor dejar al Técnico tranquilo y esa es una razón difícil de compartir con un dirigente de fútbol; por eso opinó técnicamente–. Para estos partidos hace falta experiencia.

El Presidente se fue sin contestarle. Se fue con otros hacia el vestuario. Mauricio no entró al segundo tiempo por lo que cupo deducir que integraría finalmente el banco de suplentes.

El primer equipo de El Misterio saltó a la cancha con cinco o seis mascotas. Estaba todo pronto para la fiesta. Sería un “paseo”, además, porque el rival, El Fantasma, “no se jugaba nada”, no tenía ninguna chance de salir campeón y estaba interesado en la fusión, no les haría mucha fuerza. Si el Misterio no le ganaba al Fantasma, el único que podía alcanzarlo en la tabla de las finales era Rentistas. Pero cuando empezó el partido El Fantasma peleaba como si fuese para ellos la final de la Jules Rimet. El Presidente volvió a acercarse a Miguel y le comentó cómo estaban “metiendo” los de negro, “esos hijos de puta”.

–Los compró Rentistas –le dijo–. Yo creí que había comprado sólo a los jueces, porque a los jueces además les conviene un empate para que haya final y cobrar más viáticos (Rentistas estaba a un punto de El Misterio en esa última fecha; si ganaba Rentistas y empataba El Misterio, había finalísima entre ellos).

Y bajando la voz, agregó:

–Me preocupa mi cuadro, che. No podemos jugar tan mal. Me parece que me están volteando.

Miguel negó con la cabeza. Le pidió con las manos tranquilidad. El Presidente se marchó a seguir caminando y fumando entre gritos y gritos, atento al juego. Era un saco de nervios el Presidente. Miguel creía factible, y no le parecía mal, un incentivo de Rentistas a los jugadores de El Fantasma, pero no podía prejuzgar de los suyos. Una mala tarde la tiene cualquiera. Además el lateral izquierdo andaba bien enchufado, subía creando peligro y en cualquier momento llegaría el gol (en todo el campeonato los laterales habían sido la mejor arma ofensiva del equipo).

Cuando terminaba el primer tiempo, el Presidente ya estaba convencido de que el cuadro estaba yendo para atrás. Esta vez le pidió a Miguel más firmemente, que lo acompañara al vestuario a hablar con el Técnico.

Miguel lo acompañó decidido a no hablar nada, sólo para saludar al Técnico con una palabra de aliento y mirarle la cara. Pensaba y trataba de persuadirse a sí mismo, que no era demasiado asombroso que el equipo estuviera jugando tan mal comparado con la excelente campaña que había hecho en el torneo, porque a veces en los partidos decisivos los nervios juegan malas pasadas. La presión era mucha.

En el vestuario encontró al Técnico muy locuaz, argumentando que habían sido la sensación del campeonato, que lo que habían hecho ya era un éxito, que si salían campeones mejor, pero había que valorar desde ya el logro de estar definiendo. Miguel estaba de acuerdo con él, pero le pareció que se estaba justificando sospechosamente de antemano. Se defendía, sin dudas, de muchas presiones, pero era como si ya supiese que no iba a ganar.

Para el segundo tiempo sacó al lateral izquierdo y puso a otro delantero. En la platea nadie estuvo de acuerdo con el cambio y el Presidente dio por confirmadas sus sospechas. El lateral se quedó en la platea, sentado en primera fila y el Presidente, parado atrás de la tribuna, le preguntó a gritos:

–¿Por qué te sacó?

–Yo qué sé.

–¿Qué te dijo?

–Nada.

La presión crecía y el Misterio llegaba sólo con buenos pases del número 10, que estaba haciendo un partido meritorio, como para que Mauricio entrara por otro. Miguel, a pesar de su discurso, estaba escéptico, tenía para él que habían arreglado el empate.

El Presidente lo decía en voz alta, ya no dudaba de que el equipo estaba yendo “al bombo”. A los quince minutos le gritó por primera vez al Técnico que pusiese a Mauricio; pero a los treinta, el Técnico quemó el tercer cambio y Mauricio quedó en el banco. Para colmo sacó al 10. “¡Qué partido difícil de no ganar teníamos!”, pensó Miguel. El Presidente ya no caminaba detrás de la platea. Se había arrimado al alambrado y era una fiera reconcentrada.

La salida del parque Fossa es muy angosta, entre el Cuartel de Blandengues y un muro. Es un callejón, un encierro. Miguel se fue arrimando a la salida para dejar de sufrir enseguida que el juez pitase el final. No tenía mayores esperanzas de nada, ni de ganar ni de que el ambiente diera para juntarse con la directiva del cuadro de negro a conversar de la fusión.

Había un córner para El Misterio y seguramente fuese la última jugada. Miguel se detuvo a verla desde la salida. La pelota cayó en el centro del área y la cabeceó el centrodelantero de El Misterio estrellándola en el horizontal. Miguel quedó con los puños cerrados en alto, pronto a gritar el gol, atónito. Oyó las puteadas de los plateístas y vio al Presidente volver hacia el fondo de la tribuna tomándose la cabeza. “¡Me quiero morir!”, gritaba el Presidente por sobre todos los gritos. El parque Fossa sería su tumba. Se metería solito en el cajón y él mismo, enlutado con una bandera de El Fantasma sobre los hombros, lo cargaría para enterrarse debajo del arco de El Misterio. Esa sería la fusión.

Volviendo al Buceo en el tranvía, Miguel pensó que por mucha sensación que tuviese de que el partido había sido vendido, lo cierto es que si esa pelota que pegó en el travesaño, entraba, El Misterio era Campeón y él estaría en un bar de General Flores, reunido con las directivas, definiendo la fusión. Y esa pelota no entró por un centímetro.

Después vendría la finalísima con Rentistas, cero a cero y en el alargue a la semana siguiente, Rentistas la ganaría y subiría a la Intermedia.

Al día siguiente, el Presidente del Misterio echaría al Técnico y se irían con éste varios referentes del grupo de jugadores. Entonces ocurrió lo que Miguel Samsa le contó a mi viejo y éste me transmitió a mí cuando votó para que Deportivo Español no se fusionara con Central. El Fantasma, aprovechando que el Misterio se había quedado sin cuadro, le puso condiciones para fusionarse. Le propuso crear El Misterioso Fantasma Fútbol Club, con camiseta negra.

El Misterio no aceptó porque tenía sede propia, cancha propia y bastante más historia que el Fantasma. En todo caso, para seguir en conversaciones, las bases serían que la camiseta seguiría siendo la del Misterio y el nombre, a lo sumo, El Misterio Fantasmal.

Lo cierto es que la fusión no prosperó, como no han prosperado la mayoría de las fusiones que se intentaron entre clubes de fútbol.

Las fusiones que prosperan son entre fútbol y básquetbol, Defensor Sporting, El Tanque Sisley, pero ni Sportivo Italiano El Tanque ni el Alianza (que fusionaba al Salus con Villa Teresa y al principio también con Huracán del Paso dela Arena) ni el Albion Miramar, prosperaron.

River Plate es más un homenaje que una fusión, debe su éxito al viejo River. Central Español es, en la práctica, la absorción de Deportivo Español por Central. La única fusión que noto que funciona como tal es Miramar Misiones. No sé cual es el secreto (acaso la combinación de los colores), pero su nombre se pronuncia sin cesura y sin respiro entre las dos palabras, como una sinalefa.

Quedé pensando todo esto cuando la semana pasada oí, en la redacción de Tenfield, que mi cuadro, Mar de Fondo, se fusionaría con Huracán del Paso de la Arena. Recordé a Miguel Samsa y su Misterio, los cuentos de mi viejo que fue back derecho del Deportivo Español, y pasé algunas horas de incertidumbre hasta que pude comunicarme con el Presidente de Mar de Fondo. “Huracán tiene más que nosotros –pensé–, querrá que su nombre preceda el del nuevo club, ‘Huracán del Paso de la Arena Mar de Fondo’. Podría ser un pronóstico meteorológico o el título de una película de Lina Weissmüller, pero no un club de fútbol”, pensé.

–Quedate tranquilo –me respondió Ruben Iguini–. No cambia nada, sólo que mientras estemos en divisionales distintas seremos filiales, ellos podrán anotar más jugadores y nosotros usar esos jugadores.

Me quedé tranquilo. No tengo nada contra Huracán del Paso de la Arena, al contrario, es un club hermano, pero si el Misterio y el Fantasma, antes que fusionarse, desaparecieron como equipos de fútbol en la AUF, cada cual con su historia, sus colores, sus señas de identidad, qué se podía esperar de nosotros.

Yo sé que esto es difícil de entender para los que lo ven de afuera. A principios de los noventa trabajé en la revista Uruguay Sport, que propuso en una tapa que Wanderers, River Plate y Bella Vista se fusionaran el “El Prado Fútbol Club”, que Cerro y Rampla Juniors en “Club Atlético Fortaleza”, Rentistas y Cerrito en “La Victoria” y todo así.

–Un verdadero despropósito –dije entonces, recordando a Miguel Samsa–. River Plate-Wanderers, Wanderers-Bella Vista, Bella Vista-River, nunca se van a fusionar aunque estén para fundirse. Seguiremos teniendo tres canchas y tres clubes de primera en dos cuadras a la redonda aunque al mundo le parezca increíble. Cerro y Rampla se fundirán solos antes de fundirse en un solo club. Incluso a Rentistas y Cerrito es tan descabellado pensarlos fusionados, como pensarlo de Peñarol y Nacional. Esto es Uruguay y “en esto del fútbol Kesman es Kesman”, o, mejor, como dice un cantautor catalán, “del derecho y del revés, uno sólo es lo que es y anda siempre con lo puesto”.