Home   »   Sin Categoría

La suerte de Verzeri




Ingeniero Juan Verzeri, entrenador de Uruguay.


29 enero, 2013
Sin Categoría

Ing. Juan Verzeri, entrenador de la Selección Sub 20 de Uruguay.

Juan Verzeri ha venido a sumarse a una larga lista de entrenadores y futbolistas históricamente acusados de tener buena suerte, Omar Borrás, Víctor Púa, Sabastián Abreu, el mismísimo Diego Aguirre, entre los más notorios y recientes.

Lo curioso es que la acusación los incrimina, los culpa de tener buena suerte, un demérito.

En el lunfardo y en nuestro cancionero popular la suerte es grela, es mujer, es mugre. “Cuando la suerte que es grela, fayando y fayando, te largue parao”, escribió Discepolín.

Hace años vi una entrevista de Alejandro Dolina a Marcos Mundstock. Regocijante por cierto. Pero había una cosa en la que yo no estaba de acuerdo con el capo de Les Luthiers. Dice que él no sería amigo de Discepolín porque su obra es la de un tipo que se limita a reiterar que todo es una mierda y él no simpatizaría con alguien que opina de ese modo.

Yo pienso que el pesimismo de Enrique Santos Discepolo (y más grotescamente aún el de quien lo formó intelectual y artísticamente: su hermano mayor Armando, uno de los mejores dramaturgo rioplatenses de todos los tiempos) es el pesimismo de la inteligencia teatralizado. Pero el optimismo de la voluntad de Enrique Santos lo llevó a militar todos los días, hasta el último, como un auténtico imprescindible más allá de que se cuestione o se adhiera a su causa.

Fue muy exitoso en vida y nadie diría que tuvo mala suerte con las mujeres, ni su vieja ni Tania ni Evita le fayaron, pero en sus obras siempre expresó al más débil y desgraciado, al feriante defraudado, al tirao en la vía, al que se queda sin corazón, al suicida. Aparte de eso estaba evidentemente loco. Loco de verdad, como Van Gogh, como Zitarrosa. No era un loco de mierda como yo y tantos otros que andamos por ahí. Discepolín tenía crisis depresivas tan agudas como la mala salud que le costó la vida a los cincuenta años y su obra es el absurdo de un moralista descreído. Incluso lo que en su poesía de tan patético parece humor, es pesimismo biológico además de inteligente. Ideologías aparte (y actitudes, porque pesimismo y optimismo caben en cualquier ideología) era un poeta de la puta madre que lo parió (no un lírico como Lepera, pero sí un poeta mordaz y diabólico como el Dante matrizando para siempre su infierno). “¿Dónde estaba el sol cuando te fuiste? ¿Dónde estaba dios que no te vio?” “Parecía un gallo desplumao moviendo al compadrear su cuello picoteao.” “Ahora, tanto me asusta una mina que si en la calle me afila me pongo atrás del botón”, un cultor del melodrama, que tuvo para esa especialidad la altura técnica de un Visconti, “si yo tuviera el corazón que di; si yo pudiera como ayer amar sin presentir” y la misma excelencia con que Mundstock ejerce la parodia, “vos parecés haciendo el moralista, un disfrazao sin carnaval”.

En lo que sí estoy de acuerdo con Mundstock es en que me parece un disparate que el tango Cambalache se haya vuelto un canon filosófico. En ese sentido prefiero por sobre todas la versión paródica que le hicieron Los Estómagos. Pero no porque Discepolín carezca de filosofía ni porque Cambalache no sea el mejor panfleto propagandístico contra la plutocracia terminal de estos siglos (con soberbia actualidad de publicista, da a elegir entre lo malo y lo peor, del 510 al siglo XX y nos advierte avant la letre del calentamiento global, “dale nomás, dale que va; que allá en el horno nos vamo’ a encontrar”).

Es cierto que el propio Discepolo dice que aprendió filosofía en el cafetín de Buenos Aires, pero también lo es que compara al boliche con la madre. No hay que pedirle sensatez a la genialidad. Alcanza con que haya sabido armar tan bien los versos y con que a su manera haya sido un tipo solidario, a la vez que intensamente crítico. Que lo fue sin cálculo. Solidario con enemigos políticos a los que reconocía su parte de razón aunque a su entrañablemente aconsejada Evita a veces le bastara con tildarlos de oligarcas. Sí, yo hubiese sido amigo de Enrique Santos, si viviera y quisiera ser amigo mío, y quizá precisamente porque era un hombre sin fe. Todos los días al leer en los diarios los desastres de las guerras de religiosos que fanatizados -más por el calefón que por la biblia- siguen asolando al planeta, recuerdo la sentencia de Onetti: “un hombre con fe es el animal más peligroso que existe”, pero sospecho que, más allá de su mala salud, cuando el exitoso Discepolín representa al hombrecito desgraciado, un poco a la manera de Chaplin, lo hace también por cábala.

Como buen teatrero era terriblemente supersticioso, igual que los futbolistas.

Cuenta Gerardo Caetano que con la selección sub-19 de 1977 salimos campeones en Venezuela, salimos cuartos en el primer campeonato mundial de fútbol de la categoría. “¿Sabés por qué no llegamos a ser campeones del mundo? El fútbol es un mundo profundamente supersticioso. Es lógico que así lo sea, te estás jugando la vida, millones de dólares, la supervivencia, el futuro de tu familia, ¿cómo no ser supersticioso?, además estás sometido a exámenes muy cotidianos y a exámenes muy azarosos. Es muy difícil entender todas las presiones que vive el futbolista si no se es futbolista, por eso las supersticiones que he visto en el fútbol son absolutamente increíbles.

Yo tenía un técnico en inferiores que creía que daba mala suerte ver un cura con sotana, que daba mala suerte ver un escarabajo con las patas para arriba y el día que veía eso venía y reestructuraba su estrategia de juego porque teníamos la onda en contra y nos teníamos que defender por inferior que fuese el rival.

En Venezuela y en Túnez teníamos un rito que era cantar todo un repertorio de cumbias que llevaba Víctor Diogo, en la ruta al estadio el día que jugábamos. Lo empezamos en Caracas y era un rito fijo, como todo rito, incambiable. Y ganábamos siempre. Por supuesto, en Túnez lo seguimos. Íbamos cantando cumbias en una ciudad árabe a orillas del Mediterráneo: “Fijate hermano, que es un golazo, el nuevo ritmo de cuartetazo; te voy a explicar como se tiene que bailar, se busca una compañera que se sepa zarandear, que sea blanca, que sea negra eso no debe importar. Los dos brazos como remos pa delante y para atrás”, todavía las canto de memoria y cuando vamos a jugar la semifinal contra la Unión Soviética, el presidente de la delegación, que era un militar, era un coronel que después fue General, el Coronel Feola, cuando estábamos en el medio del rito, el ómnibus dobla y tenemos una primera visión del estadio y de la bandera uruguaya, entonces el Coronel hace detener el ómnibus, “¡pare, pare, pare!”, hace detener el rito, y dice, “muchachos, por favor, ante la bandera nacional y en un partido tan decisivo como hoy, nada menos que contra la Unión Soviética, creo que corresponde que entonemos las estrofas del Himno Nacional”. Yo estaba al lado de Diogo que era el maestro de ceremonias del rito. Diogo dijo “nos secó, este milico nos secó”. Por supuesto que todos nos paramos y entonamos el Himno Nacional. Los árabes, imaginate, nos miraban sorprendidos, un ómnibus parado, con voces extrañas, el milico que lloraba a mares, se le caían las lágrimas. Y esto hay que reconocerlo en honor a él, se había puesto la camiseta celeste número 25 y no se la sacó. Nos había llevado a todos lados, era amigo, y a diferencia de todos los otros dirigentes se había acercado y había compartido todo con nosotros. Pero interrumpió el rito. Ese día perdimos por penales con aquel famoso polémico arbitraje de Menegale, el juez italiano, cuando Alvez ataja y le dice que se adelanta y Nadal y Ramos erran el penal. Todos nos habíamos hecho la ilusión de que íbamos a salir campeones y la justificación que todos dábamos no era que la Unión Soviética había jugado mejor, ni que nosotros habíamos errado los penales, era “éste nos mufó”. Después fuimos a jugar por el tercer puesto, partido que Uruguay pierde siempre y siempre perderá. Brasil nos hizo cuatro goles. Entonces hicimos el rito, pero se había roto. Y a la vuelta se volvió a repetir la visión de la bandera. El milico paró la marcha, y dijo, “muchachos al que se le ocurra cantar el himno en este momento que se vaya a la puta que lo parió”. Nos cagamos de la risa, pero el rito ya se había roto.

Es como dice Caetano, las supersticiones dan seguridad cuando se necesita y el factor anímico es fundamental en el juego, aunque la mejor cábala es saberse mejor, la mayor seguridad. A Javier Ambrois le tocó debutar con dieciséis años en un clásico, Julio Pérez quiso apoyarlo antes de empezar el partido y le dijo “jugá tranquilo, botija, que no pasa nada”. “¿Y a mí qué me decís? -le respondió Ambrois- Decile a los de amarillo y negro que van a correr toda la tarde atrás mío”. Y así fue. “Obdulio Varela le agarró bronca porque toda la tarde Javier le hizo el dribling arriba del pie, obligándolo a la falta”.

Obdulio, el gran Capital; “la buena suerte” era de Juan López.

Mi vieja dice que creer en la buena suerte propia calma los nervios, con el pretexto que sea. “Yo no creo en brujas -dice- pero lasai lasai” (“lasai lasai” es una expresión vasca que significa “tranquilo”, “seguro”).

A Discépolo también le funcionó esa energía. Con decir que lo cantó Gardel, que todo lo limpiaba de barro y lo colgaba en el cielo. Gardel declaró que el tango de Discepolín Chorra fue el que mayor tratamiento dramático le exigió. No es poco.

Y tampoco lo es que a Verzeri la suerte no lo largue parao, que la suerte, que es grela, no les faya a López, a Bueno, a Laxalt, a Formiliano, a Silva, a Varela, a Cristóforo, a Rolan… aunque la buena suerte es un margen de confianza y precisión, al que se lo consideró vulgarmente -y Reich académicamente- un factor erótico positivo, pero un margen.

Al centro estuvo la inteligencia de Abreu, la escuela de Púa, de Borrás, la de Aguirre y estará la que Verzeri pueda demostrar, con base siempre a los muy buenos futbolistas que tiene.