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La vida de Tito Gonçalvez (Nota 9)




Miércoles 18 de mayo de 1966. Estadio Monumental de River Plate. El local enfrenta a Peñarol en la segunda final de la Copa Libertadores de América. Transcurren 68 minutos y Ermindo Onega pone el tanteador 3:2 a favor, luego de estar dos veces en desventaja. El triunfo obliga a la disputa de un tercer partido de desempate. La fotografía es una postal de aquellos partidos de entonces. El césped de la cancha de River estaba repleto de hinchas y policía, que así festejaron dentro del terreno con el autor del gol. Increíble para estos tiempos actuales, ¿verdad?


13 enero, 2017
Habla la historia Pelota al medio

 

Miércoles 18 de mayo de 1966. Estadio Monumental de River Plate. El local enfrenta a Peñarol en la segunda final de la Copa Libertadores de América. Transcurren 68 minutos y Ermindo Onega pone el tanteador 3:2 a favor, luego de estar dos veces en desventaja. El triunfo obliga a la disputa de un tercer partido de desempate. La fotografía es una postal de aquellos partidos de entonces. El césped de la cancha de River estaba repleto de hinchas y policía, que así festejaron dentro del terreno con el autor del gol. Increíble para estos tiempos actuales, ¿verdad?

Miércoles 18 de mayo de 1966. Estadio Monumental de River Plate. El local enfrenta a Peñarol en la segunda final de la Copa Libertadores de América. Transcurren 68 minutos y Ermindo Onega pone el tanteador 3:2 a favor, luego de estar dos veces en desventaja. El triunfo obliga a la disputa de un tercer partido de desempate. La fotografía es una postal de aquellos partidos de entonces. El césped de la cancha de River estaba repleto de hinchas y policía, que así festejaron dentro del terreno con el autor del gol. Increíble para estos tiempos actuales, ¿verdad?

Por Atilio Garrido

La serie de notas sobre la vida de Néstor Gonçalvez llega –a mi juicio- a su momento de máximo esplendor. Estas dos que continúan revelan, una vez más, ese latiguillo que desde la primera entrega, he puesto como un llamador de la atención, una luz roja, en esa búsqueda constante, y también inútil, de los seres humanos, por definir a la vida y encontrarle explicación a los sucesos que se van desenvolviendo en la existencia de todos los mortales. Sea cual sea su condición y ocupen cualquier lugar en la sociedad, desde el más modesto hasta el más encumbrado. ¿Dios o el destino? ¿El destino es Dios?

Capitán de Peñarol, curtido ya su rostro por las marcas de una cantidad enormes de batallas, llegan en 1966 tres hitos que marcarán a fuego no sólo el futuro de Tito, sino también su trayectoria que hará huella inextinguible en el fútbol uruguayo. Ellas son, las finales de la Copa Libertadores de América de 1966 contra River Plate. El protagonista las definió como “La mejor final de todas. Un triunfazo de esos que te llevás para siempre. Porque nos jugamos la vida y algo más”. El contraste en la Copa del Mundo de 1966, donde el equipo uruguayo –si se hubiera actuado con sabiduría por parte del cuerpo técnico- estaba para pelear los primeros lugares en tierra inglesa. Esta mueca negativa del destino generó una reflexión pesimista que el gran Capitán no escondía: “A mí con la selección no me quedó un lindo sabor de boca. No quedé conforme con lo mío. En Peñarol fue distinto”. Finalmente, en el segundo semestre de este año, los dos triunfos ante Real Madrid en Montevideo y Madrid, contundente y claros, que depositaron nuevamente a Peñarol al tope de los clubes del mundo. Justamente, por oposición de producciones, también definía Gonçalvez su contrariedad por la defensa de la celeste comparándola con la aurinegra: “Todos hablaban del Real Madrid, equipo sensación, el mejor y más laureado de Europa. ¿Y? Se comieron dos bailes bárbaros, acá y allá. Claros y contundentes. Por eso, si en el mundial de Inglaterra las cosas hubieran sido distintas, yo no sé hasta dónde íbamos a llegar. Por tres meses después del mundial, con Peñarol hicimos la pata ancha en Europa. Y con la selección no”.

MAYO DE 1966, UN MES INOLVIDABLE PARA PEÑAROL

-Vienen las finales con River Plate. ¿Lo escucho?

-“Le voy a ser sincero. Para mí no puede existir la mínima duda de que la emoción más grande de mi trayectoria deportiva fue aquella jornada de 1966 en Santiago de Chile. No hay palabras para definirlo en toda su magnitud, y de sólo recordarlo vuelvo a emocionarme. Al otro día del partido estábamos en el aeropuerto para venirnos, cuando llegaron los de River. El trato fue frío por ambos lados. De repente, alguien –que hasta hoy no sabemos quién fue-, por los parlantes donde anuncian la llegada y salida de aviones, hizo esta pregunta: ¿Quién es el padre de River? Y una voz finita contestó: ¡Peñarol! Yo tenía enfrente a varios muchachos de River y me dio vergüenza. Tenemos temperamentos distintos. Ellos no reaccionaron. Si a nosotros nos hacían una cosa así, no quedaba ahí. Los salíamos a buscar para pegarles.”

-Empezó contándome por el final de la historia. Antes de seguir por el principio déjeme que recuerde a aquellos 24 jugadores que actuaron en la gran final del 20 de mayo de 1966. River Plate alineó a Carrizo, Matosas y Grispo; Sainz (44’ Lallana), Sarnari y Vieitez; Cubilla, Solari, Daniel y Ermindo Onega, y Más. Peñarol integró el equipo con Mazurkiewciz; Lezcano y Nelson Díaz (44’ Tabaré González); Forlán, Gonçalvez y Caetano; Abbadie, Rocha Spencer, Cortés y Joya. Ahora, adelante Tito.

-“Bueno. ¿A ver? Hay algo que pocos recuerdan. Claro son tantas las cosas que uno vivió. En la última práctica antes de la primera final, Rocha le pega un pelotazo en el estómago a Luis Varela y le provoca peritonitis. Lo tuvieron que operar de urgencia. Entro Quito Díaz en su lugar, que venía de Wanderers, lo había recomendado el Cholo Ledesma que actuó en él en ese club. Acá ganamos 2 a 0 y ellos protestaron por el primer gol del Pardo (Abbadie). Reclamaron orsay. Fíjese una cosa propia de aquel tiempo que, creo yo, no era mala. El juez del partido de acá era argentino. O sea que en Montevideo arbitró un porteño. Era Goicoechea. Así que no se pueden ver fantasmas. Vamos a jugar la revancha al Monumental y nos hacen cualquier cosa. River quería salir campeón de cualquier manera. La primera jugadita que nos hicieron, fue no cumplir lo acordado con los dirigentes de Peñarol. Acá el club los trató muy bien y acordaron que el ómnibus para trasladar a la delegación desde el aeropuerto y por acá, por Montevideo, lo ponía Peñarol y allá ellos. Incluía, claro, llevarlos al estadio. En Buenos Aires nosotros estábamos alojados en el Hotel Alvear, el mejor de Buenos Aires, un lujo bárbaro. Cuando vamos a salir para la cancha, a la hora convenida… ¡El ómnibus no estaba! Pasaban los minutos y no llegaba. No había celular, ni nada de eso. ¿Qué hacemos? Empezamos a parar taxis y de a cuatro nos fuimos a la cancha. Cargaron la ropa en otros taxímetros y así llegamos al Monumental. ¿Se imagina? Entramos en medio de la gente que también ingresaba a las tribunas. Algunos nos conocían por la ropa y nos relajaban. En medio de ese estado de nervios, porque nos cambiamos a las apuradas, sin tiempo para calentar, salimos a jugar. El partido fue de hacha y tiza. El juez uruguayo era Codesal. Cobró un penal a favor nuestro cerca del final del primer tiempo. Lo patea Rocha, Carrizo lo ataja, da rebote y Pedro lo mete. Nos empatan enseguida, sin tiempo para disfrutar nada. Pocos minutos después de comenzar el segundo tiempo, Alberto -como siempre- en una carrera larga nos pone arriba en el marcador. La cancha estaba llena de gente. Miles de personas. Se nos vienen arriba y otra vez igualan a los poquitos minutos. Y se nos viene y convierten el tercero. Los policías festejaban adentro de la cancha los goles, se abrazaban con los jugadores. Quedaron las fotos de esto que afirmo y no es cuento. A los uruguayos que fueron a ver el partido, en las tribunas, les hicieron de todo. De todo, le digo… Llegamos al hotel y nos estaban esperando unos 200 hinchas para pegarnos. Nosotros éramos treinta. Flor de lío en la calle, todos a las trompadas, rompimos las vidrieras del Alvear, que está en una zona muy coqueta. ¡Aquello fue tremendo! Cuando estábamos cenando, pasada la medianoche, vienen los dirigentes y nos preguntan a los jugadores que mandábamos, que teníamos más predicamento, ¿cuándo quieren jugar el tercer partido? Y los dijimos a coro: ‘Mañana mismo’. ¿Están seguros nos preguntan? ‘¡Si, mañana mismo!’ Era miércoles de noche. Jueves de madrugada. Nos fuimos a dormir y cuando los despertamos, cerca del mediodía, vienen los dirigentes y nos dicen que en la tarde nos vamos para Santiago, porque River aceptó la propuesta de Peñarol. Se juega mañana, viernes. ¿Qué pasó? Como nosotros teníamos varios muchachos veteranos, entre ellos el Pardo (Abaddie) y ellos eran más jóvenes, cuando Peñarol les planteó jugar inmediatamente, los porteños dijeron, a estos viejitos les ganamos corriendo”.

AMADEO CARRIZO PARA LA PELOTA CON EL PECHO

-Y en el primer tiempo fue así  -me atrevo a interrumpirlo-, las crónicas dicen que River Plate les pasó por encima…

-“Si. Claro, ahí está. Se pusieron 2 a 0 arriba. Y ahí ellos creyeron que el partido estaba seguro. Nosotros, en los vestuarios tuvimos un intenso diálogo y nos juramentamos para dejar el alma en la cancha, para no fallarle a toda una hinchada que es fuera de serie y para prestigiar el nombre de Uruguay…”

-Antes que siga, a mí Tabaré González me cuenta siempre una anécdota con Vd. cuando a él le toca entrar…

-“Bueno, ja, ja, ja… El Canario agranda las cosas. Primero le voy a contar lo que yo me enteré después. El reglamento permitía que se hiciera un cambio antes de que terminara el primer tiempo. Después no se podían hacer modificaciones. Estaban en el foso el técnico Máspoli, el Tano Zeni que era el dirigente que siempre estaba con nosotros, y los jugadores. En eso Roque le dice a Tabaré que vaya a la cancha. Y salta Zeni, que se metía a hacer el cuadro, que quede claro. Y empieza a gritar: ‘No Roque, no podés poner a este gurí que no está fogueado…’ Y el Canario Tabaré se calienta y le dice al dirigente: ‘entonces no entro, váyase al ….’ Ahí intercede el Cholo Ledesma que le dice a Tabár, que era muy joven, recién había llegado desde Tacuarembó: ¿Te c…… Canario? ¿No vas a entrar por lo que dice un dirigente?’ Ahí Tabaré entra de apuro a los 44 minutos por Nelson Díaz, como indicó el técnico Máspoli. Pasa corriendo al lado mío y me pregunta, ¿Tito que hago? Y yo que estaba a mil, caliente como un chivo, le grito: ¡Botija, al primero que pase cerca tuyo lo matás de una patada!”.

-Yo conocía la anécdota para vale más en su relato…

-“¡Y así fue desde que arrancó el segundo tiempo! Meta y meta. Venía un argentino dominando la pelota y pam, pum… Y las cosas no se dieron de pique nomás. Los argentinos se tiraron atrás, comenzaron a quedarse estáticos, sin la movilidad que habían tenido. Pero aguantaban bien en el fondo. El primer gol nos costó bastante, llegó, algo así como a los veinte minutos. Pero antes, en una pelota boba que va al área de River, viene la tan comentada jugada de Carrizo que paró la pelota con el pecho. Hoy es común, normal, que un golero haga eso, salga a jugar con el pie y esas cosas. Pero antes, si un golero paraba una pelota con el pecho, era una sobrada para el rival. Te estaba cargando. Y Carrizo lo hace ante Spencer que llegaba a la carrera al área, pero tarde. Eso fue el colmo, la gota que derramó el vaso. Porque empezamos a gritarle a Alberto, a motivarlo. ¡Te sobró ese porteño! ¡No puede ser! Los suplentes nuestros, que estaban detrás del arco de Carrizo para devolver rápido las pelotas que se iban afuera, también empezaron a gritarle. El Lito Silva fue uno de ellos. ¡Vamo’Alberto, siga metiendo que no pasa nada! Y cosas por el estilo. Y Alberto se enloqueció. Se puso furioso. A mi juicio ese error incomprensible en un jugador de tan dilatada actividad como Carrizo, terminó en convertirnos en un huracán. Empatamos el partido y en el alargue le pasamos por arriba. El gol de cabeza de Alberto fue una locura. Si seguíamos jugando les hacíamos dos o tres goles más. El segundo tiempo del alargue lo jugamos llorando, con los dientes apretados, como una furia. Siempre dije que cuando Alberto se enojaba podía pasar cualquier cosa. Y así fue. Alberto jugó enojado desde la actitud de Carrizo y se convirtió en uno de los factores claves de ese triunfo sensacional. La vuelta olímpica la dimos en medio de los aplausos de todo el estadio. El público chileno nos alentó en forma permanente, cuando remontamos el score, sacando un triunfo que, aún ahora, resulta casi increíble para muchos”.

-Algo parecido le pasó a su hijo, Jorge, 21 años después contra América de Cali en una final similar. La fotografía donde sale llorando es una postal, como aquellas de 1966…

-“Ahí tiene, son satisfacciones que a uno le da la vida. ¿Se da cuenta? En el mismo escenario, con la misma camiseta, ese partido increíble con el gol cuando faltaban apenas segundos para que los colombianos se consagraran campeones…”

-¿Es Dios, el destino, la vida?

-“Aaaaaahhhhh, ¡yo qué sé! No se…”


Etiquetas: Néstor Goncalvez