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Los diez días que no conmoverán al fútbol




Sebastián Bauzá


19 enero, 2013
Sin Categoría

Sebastián Bauzá

Las autoridades resolvieron suspender por diez días, no el fútbol en Uruguay –porque ayer se jugó, con River y Liverpool, por el cuadrangular Copa Integración en Maldonado y volverá a disputarse mañana–, pero sí los partidos públicos de los clubes grandes. Se suspendió la definición de la Copa Bimbo y se postergó el torneo Antel.

El presidente de la Asociación Uruguaya de Fútbol, doctor Sebastián Bauzá, declaró, muy correctamente, que, con esta medida, el fútbol quiere ayudar a la sociedad. Una decisión muy atinada, una explicación acorde al verdadero propósito de la suspensión: defender al fútbol de la criminalización por la violencia, con que los medios lo hubiesen castigado si, ante los hechos de la primera fecha de la Copa Bimbo, la AUF no hubiese reaccionado y más aún si en la segunda fecha, como era muy posible, por los “ajustes de cuentas” que se anunciaron desde que el pibe de Peñarol baleado ingresó al CTI, hubiésemos tenido que lamentar más incidentes que en la anterior, acaso varias víctimas fatales.

El fútbol no se conmoverá durante diez días, pero la sociedad perderá durante esos diez días una válvula de escape a la violencia cotidiana que hace estragos a diario en las casas y en las calles, porque en realidad el fútbol ayuda a la sociedad jugando, los llamados “inadaptados de siempre” son, en verdad, los adaptados de siempre, que encuentran en el fútbol un cauce generalmente incruento para la violencia machista sistemática de la estructura cultural con que esta sociedad los adapta, que genera cotidianamente millones de incidentes cotidianos y mata y destruye a cientos, casi todas mujeres, por año.

Para defender al fútbol de una difamación criminal, era necesario que la tregua en ayudar fuese presentada como una parte de la ayuda, y, en rigor, es cierto que el fútbol, protegiéndose, ayuda, a la larga, a la sociedad.

Durante diez días seguiremos leyendo en los comentarios de las redes sociales y de todos los medios, futbolísticos o no, miles y miles de “bolso gallina puta chupapija culorroto”, “manya gallina puta chupapija culorroto”; “a los balazos correrte, matar a dos una vez más, fue lo mejor que me pasó en la vida” –anoche mismo vi pasar por Avenida Italia, mientras esperaba un bondi interdepartamental, a una y a dos decenas de gurises, varios con camisestas, cantándolo. No son cuatro gatos locos. Son producto de la cultura dominante en la gran mayoría de una población que además es un mercado.

Ahí está el más complicado de los problemas a resolver entre todos, el papel del mercado –también electoral, en los clubes y en la nación–, porque el mercado determina, y ha determinado desde hace décadas, a los dirigentes de fútbol y a las propias autoridades nacionales.

En el ámbito del fútbol, quienes más sufren este problema son Peñarol y Nacional, que ni siquiera están en condiciones –mercantiles– de darse cuenta.

Siempre serán los grandes, siempre prevalecerán en hinchada, pero desde hace muchos años eso tiene un punto de nocividad.

No sé a que hincha de cuadro chico se le ocurrió el eufemismo “clubes en desarrollo”, pero seguro que estaba pensando que los grandes ya eran clubes en deterioro. Si sé que fueron las hinchadas chicas y desacomplejadas, especialmente las de Defensor y Danubio, las que hicieron la diferencia de tendencia en los últimos cuarenta años. A la de Danubio la educó Lazatti; a la de Defensor, el profe De León. Cada cual desde su propia cultura aguantó una escuela y una política de fútbol, contraria a la dominante, con paciencia y  con perspectiva. Hace quince años en el palco de Jardines asistí a la expulsión de un hincha de Danubio porque le gritó tres veces a un jugador que la reventara. A la segunda se lo advirtieron; a la tercera los otros hinchas lo echaron del estadio. El irónico “y ya lo ve, y ya lo ve, el antifútbol otra vez” que canta la hinchada de Defensor Sporting cuando alcanzan el objetivo, es cultura de la paciencia. Pero últimamente hubo varios síntomas de agrandamiento por parte de esas dos hinchadas: ya no esperan, ya no saben. ¡Qué decir de los grandes, de los enormes Nacional y Peñarol, Peñarol y Nacional! Tienen tanta historia que no existe desarrollo al que puedan aspirar. Su programa máximo es ser lo que fueron. Y no tienen plan B.

Pueden decir que “la policía actúa mal”, o que “no actúa” o que “cuando actúa los jueces liberan a todos los arrestados enseguida”, que “los jueces evitan sumar cientos de presos a los trece mil del ya superpoblado y en aumento sistema carcelario”, pueden hacer seguridad propia en las barras (y está bien), pero, mientras ante cada barbarie se ocupen del resultado deportivo, seguirán profundizando las causas últimas de la falta de solución de continuidad al problema.

Peñarol y Nacional, Nacional y Peñarol serán siempre lo que fueron pero sí y solo sí educan a sus hinchadas –a las barras y a las plateas; a cuál mas difícil– como educó Boca  a la suya. Hubo un momento, al comienzo del mandato de Macri, en que la barra de José Barritta, que entraba en la concentración de Boca armada a apretar a los jugadores, cayó presa, Barritta incluido, por otros motivos sin conexión con el fútbol. El otro camino es el de Racing de Avellaneda, La Academia, que desde Ochoita al equipo de José Pizzuti fue tan o mas grande que Boca, y a fines de los 60 empezó a esperar los buses en el puente, cuando perdían, para apedrearlos y estuvo treinta años sin salir campeón. Hace unos años, cuando al tercer partido de Matosas, la barra de Peñarol empezó a cantar en el primer tiempo “hay que ganar, hay que ganar, sino esta tarde van a cobrar” me dije: “chau Matosas; aunque es muy buen entrenador” (lo pongo como ejemplo de una situación recurrente). Julio Pérez me contó que ya les pasaba eso con la hinchada de Nacional a fines de los 50. Y Javier Ambrois, una tarde que se les hacía indigno ganar, provocó un penal y antes de tirarlo le dijo a Julio: “Mirá, Loco, cómo van a chiflar ahora, mirá que hermosura”. Y lo tiró contra un palo, exactamente a cinco centímetros del palo, afuera.

¿Algún día los dirigentes de Nacional y Peñarol podrán comprender la grandeza ideológica –y la verdadera fidelidad heroica a su camiseta– de aquel gesto de Ambrois?