Home   »   Sin Categoría

Los elegidos por Barraza




José Sacía dejó cientos de anéctodas de aquel fútbol glorioso.


27 octubre, 2012
Sin Categoría

El cuento de mañana, domingo, en La vida privada del orsai, es del Kiko Salomón (con K, como firma los autógrafos) y tiene por coprotagonista al Pepe Sacía.

José Sacía dejó cientos de anéctodas de aquel fútbol glorioso.

Anteayer mencioné que Jorge Barraza en su columna del 3 de setiembre en El Universal de Ecuador y en otros periódicos del continente, había elegido con buena puntería pasajes de Orsai en el Paraíso, la novela del Pepe, pero no dije cuáles eran esos pasajes.

Voy a transcribir algunos, complementados con otros, como presentación del coprotagonista del cuento de mañana.

Cuenta el Pepe en Orsai en el paraíso:

“Un domingo de mañana, cuando tenía 16 años y jugaba en la cuarta de Defensor, entré al vestuario y el técnico me dijo:

–Pepe, vos no te cambiés que no jugás.

¿Qué macana habré hecho?, pensé, y después me empaqué. Fuera lo que fuera, yo pensaba que tenía mi puesto asegurado; me creía un poco figura en esa cuarta.

–Vos no jugás, juega Fulano (otro botija).

Miré al preparador físico y vi que la cosa iba en serio. Estaban como calientes conmigo. Les habrían ido con algún cuento, porque afuera estaban dos dirigentes que habían hablado con ellos. Pero más me calenté cuando me dijeron que era por bajo rendimiento.

–¡¿Lo qué?! Se van a la mierda…

Agarré el bolso y ya me iba, cuando el técnico, al ver que me las tomaba, se asustó y dejó de cargarme:

–¿No te das cuenta, gil, que te estamos cargando? Andá a la concentración que hoy jugás en el primero.”

A los dirigentes les costó llevarlo a la concentración porque no quería jugar en el primero, quería jugar en la cuarta, porque en aquella época les pagaban dos pesos cincuenta por partido ganado, le daba para el almacén y el ómnibus y era plata segura. Tenían una cuarta con el Cholo Demarco, Willy Píriz… que ganaba siempre y salió campeona. Era jugar y cobrar. A los dieciséis años le importaban los dos pesos del momento, de ese domingo. No pensaba en futuros contratos.

Igual lo llevaron, por dos cincuenta. Clulow, el técnico, lo estaba esperando en la concentración para el almuerzo. Y esa tarde se subió al camión de Manfré con todo el equipo y la hinchada violeta (que era bastante más chica que ahora, por cierto), para enfrentar al cuadrazo de Rampla, que tenía una hinchada impresionante, en el estadio Olímpico, que entonces se llamaba Parque Nelson.

“Cuando iba en el camión me empezó a doler una muela. Tenía que debutar en Primera contra un mediocampo que daba miedo: Sabatell, Durán y Luján… ¡Había que pasarlos! Y atrás esperaban Brazzioni y William Martínez…”

Esa tarde de 1950 –escribe Barraza–, Defensor le ganó de visita a Rampla Juniors 2 a 1 y debutó Sacía en el fútbol grande.

“Tuvimos que esperar dos horas para salir de los vestuarios. Rampla tuvo siempre un equipo muy aguerrido y una hinchada apasionada, pero es muy honroso decir que no se sabe que haya armado nunca grandes líos” dice el Pepe.

“Agarré la titularidad en el primero de Defensor, pero seguía jugando barrio contra barrio, en la calle, de callado en la Liga Peñarol y Sayago, en el Ipiranga y en todos lados. Un sábado estábamos jugando un partido de veinte contra veinte en la calle, cuando un coche me toca bocina como hacían habitualmente para que los dejáramos pasar. Me puse la pelota bajo el brazo. Interrumpimos el partido y le grité que pasara. Como el auto quedó estacionado en el medio de la calle fui a increparlo:

–¡Dale, pasá!

–Pasá, ¿eh? ¿Todavía me decís que pase? Subí que vos tendrías que estar concentrado para el partido de mañana.

Era el tesorero de Defensor.

Mientras me llevaba en el coche me iba aconsejando.

–No lo hagas más. Yo no voy a decir nada de cómo te encontré, pero no seas boludo: en un entrevero de éstos igual te quiebran una pierna y te cortan la carrera.

¡Si tendría razón…! Pero tampoco le hice caso y la vida seguía metiéndome en líos.

Una tarde vinieron a avisarme a la cancha de Defensor que a mi hermano el Paco lo iban a matar. Estaba encerrado en un vestuario de la cancha de Villa Española y cuando saliera lo iban a matar. Lo estaban esperando afuera porque el Ipiranga le había ganado al Villa en la cancha de ellos y el Paco había tenido problemas. Salimos como pedrada para la cancha del Villa.

Hablé con el Pocho Porcal que era y es amigo mío y jefe de la hinchada del Villa.

–Andate, Pepe, que no es contigo. Es con el Paco.

–Si es con el Paco es conmigo –dije, y me metí en el vestuario.

Le dije al Paco de salir serenos, sin provocaciones, pero no temiendo. Así lo hicimos… No nos tocaron. No se movió nadie. Nos llovieron insultos y abucheos pero no nos tocaron. El Pocho había hablado.

…Pero lo peor fue por un partido del Ipiranga contra la barra del café Las Latas, que quedaba en Waterloo y Ariel. Les ganamos por pesto y quedaron con la sangre en el ojo.

Averiguaron que nosotros íbamos al baile de La Quinta de Galicia, que era los domingos de tardecita. Fueron y nos dieron la salsa. A mí me agarraron entre tres y me fajaron de lo lindo. Les dijimos que al otro día íbamos a romperles el boliche en igualdad numérica. Fuimos con el Chiquito Martínez al frente… Nos estaban esperando y el dueño del café llamó a la policía. Me acuerdo que el Chiquito Martínez, con una fuerza increíble, había levantado él sólo una mesa de billar y la estaba por dar vuelta cuando cayó la cana.

–¡Rajá, Pepe! –me gritó el Chiquito.

Salí corriendo, pero un milico me tiró a las piernas y sentí el balazo en la derecha. Igual seguí corriendo, hasta que vi unos arbustos al costado de la calle y me tiré entre ellos tratando de quedar escondido.

¡Pero qué no me iban a encontrar! Al rato me sacaron y me metieron en una moto con sidecar sangrando a chorros.

–Te vas a desangrar, hijo de puta –me decían los milicos en el patrullero, mientras me llevaban a traumatología con la bala en la pierna derecha.

Tenía dieciocho años, hacía dos que jugaba en el primero de Defensor y mi nombre ya sonaba”.

A los 18 jugó la Copa América en Buenos Aires –escribe Barraza– y protagonizó una batalla campal frente a Brasil. Lo ralearon del plantel, pero volvió y fue campeón del Sudamericano de Guayaquil.

“Tras el Sudamericano llegaron ofertas desde el extranjero por el Cholo Demarco y por mí. Defensor nos transfirió. Demarco a la Fiorentina, yo a Boca Juniors. La cifra de mi pase era astronómica. En Defensor estaban agradecidos. Yo, de lo que me tocó a mí, colaboré con 8.000 pesos para la casa que es sede del Ipiranga y compré diez corderos que hicimos a las brasas en la calle, para todo el barrio. Fue una fiesta inolvidable”.

En la final de la Libertadoresde 1961, en el Pacaembú, le marcó el gol del empate al Palmeiras, el que significó el título. Fue un remate tan furibundo que ni se vio. “Spencer se elevó y la bajó hacia atrás, al semicírculo del área. La tomé como venía, a la carrera y de volea. Se incrustó en el ángulo rompiendo la red. Los brasileños se le fueron encima al juez protestando que había caído afuera del arco.  El árbitro argentino Nai Foino, que estaba de línea, los sacó corriendo: -¿Gol…? No… ¡golazo!-, les dijo. Y señaló de nuevo el centro del campo.”

Pero después empezaron los líos en serio –escribe Barraza–, líos de partidos inolvidables, Aquellos de la Libertadores de los ’60”.

“Uno de esos líos le costó la salida de Peñarol. Fue en la final contra Independiente. Joya iba a lanzar un córner, tomó carrera y Pepe le tiró tierra en los ojos al arquero Santoro. Pero Joya amagó y no pateó, y Pepe quedó en evidencia delante de todos. El árbitro peruano Yamasaki lo expulsó (Nota del Gallego Vidal: ¡Mal echado!), Peñarol perdió el título ése de 1965 y a Sasía lo sindicaron como responsable”.

Le habían ganado las semifinales al Santos con varios goles de él, especialmente el de la victoria final, y después de ese partido de desempate en el Monumental, el Grafico tituló: “Fuimos a ver a un 10 y terminamos viendo a otro”, con la foto de Pelé de espaldas y la del Pepe de frente.

El episodio que inicia el cuento de mañana no está en Orsai en el paraíso. Me lo contó Francisco Salamón cuatro años después que el Pepe se fue de este mundo.

–¡Mirá que el finado era guapo…! –me dijo de José Sacía, el Kiko Salomón–, pero en el retén de Katia arrugó y me salvó la vida…

La vemos mañana.