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No te vayas, campeón




La mesa de Fontanarrosa en el bar El Cairo de Rosario-Santa Fé.


18 octubre, 2012
Sin Categoría

El sábado asistí, en la Vieja Farmacia Solís, al reestreno de ¡Ah, Machos! Roberto Fontanarrosa siempre vigente, pero el mundo ya no será el mismo, Mendieta.

La mesa de Fontanarrosa en el bar El Cairo de Rosario-Santa Fé.

A Fontanarrosa lo conocí en el teatro Circular la noche que festejamos los cinco primeros años de ¡Ah, Machos! en cartel. Él no había visto la obra y llegó a Montevideo solo por esa noche y para verla, comer algo después en lo de Cervieri y enseguida salir de vuelta a Rosario, porque era sábado y el domingo jugaba Central en el Gigante de Arroyito.

Me senté en la platea opuesta a la que él ocupó en el teatro. Al lado suyo estaba Divinski, al lado mío Gustavo Fuentes. Nunca transpiré tanto como en la primera mitad de esa función. Yo había adaptado, tomándome muchas libertades, el cuento de Fontanarrosa que ocupaba esa mitad, El ocho era Moacyr, y mientras todo el teatro se desternillaba de risa, yo miraba al rosarino que, impávido, impasible, no esbozó ninguna sonrisa durante toda la representación del cuento. “Este tipo me manda preso” pensaba yo, viéndole la cara de enojo o de inquisición. Pero siguió el espectáculo y Fontanarrosa siguió sin reírse. De lo cual deduje que no le había gustado nada o que mi atrevimiento lo había predispuesto contra toda la obra. Después, en lo de Cervieri, siguió serio conversando con todos y en determinado momento, Fernando Toja me señaló y le dijo: “Él es el adaptador del Sobrecogines” (que así le habíamos puesto al cuento). Mi garganta sintió al instante el primer síntoma de la gastritis que desde entonces no me ha abandonado. “Está muy bien” me dijo Fontanarrosa y entonces comprendí que se trataba simplemente de que el humor es cosa seria.

Cuando el canalla perdido subía apurado al auto -porque, aunque todavía no había amanecido, lo esperaban once camisetas auriazules pintadas por esa energía que es el fútbol, “como la del sol”, según lo definió él-, nos dejó un último chiste, dicho “en serio” y con vuelta de tuerca.

-El año que viene les traigo una que se llame “¡Ah, putos!”.

Y mientras unos se iban al amague con gestos de pegarle y otros amariconados, el canalla remató:

-¿No vieron que todo escritor termina siendo autobiográfico?

Al año siguiente volvió. Yo había adaptado Best séller, que después hicimos con los Bubys y le pedí que me la autorizara. Me firmó un papel en blanco. Hace un tiempo adapté La Ganzada y la estrenamos el verano pasado en Teatro Alsur.

Fontanarrosa no se volvió autobiográfico, por pudor. Porque la adaptación de esa novela la teníamos que titular “¡Ah, maestro!”.

Ahora abro mi columna de ayer, leo al pie el comentario de un lector sobre ganar o empatar y me acuerdo de un par de chistes de Inodoro Pereyra.

Inodoro – Venderemos cara nuestra derrota, Mendieta!!

Mendieta – ¿Quién va a comprar una derrota, don Inodoro… y entuavía cara?

Y este otro:

Mendieta – ¿Y usted cómo se gana la vida, don Inodoro?

Inodoro – ¿Ganar? De casualidá estoy sacando un empate.

¿Ganar? A Fontanarrosa le vale el título de su hermoso libro sobre futbolistas que admiró: No te vayas, Campeón.