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No usaban gomina




Alcides "Cacho" Silveira


18 noviembre, 2012
Sin Categoría

Ayer jugaron la Institución Atlética Sud América y Rampla Juniors. Cada vez que se enfrentan en la cancha, sus respectivas directivas hacen una cena previa de camaradería en la sede del club que oficie de local. Este viernes por la noche cumplieron con la tradición en la sede de Sud América. Lo curioso es que la IASA y Rampla, dos instituciones hermanas, ambas nacidas en 1914, rompieron relaciones durante catorce años por un penal que nadie protestó.

Alcides “Cacho” Silveira.

Lo cuenta el Cacho Alcides Silveira en Vayan pelando las chauchas:

“Situación dificilísima, faltan dos fechas y Sud América se va al descenso o Rampla se va al descenso. Juegan Sud América y Rampla en cancha de Rampla. El parque Nelson hasta la boca. Vos sabés lo que era Rampla en aquellos años –estamos hablando de la década del 50–. El mono Gambetta era nuestro entrenador en Sud América. En Rampla jugó Jorge Manicera de número 9. Era todo muy raro. Esto lo puedo contar con toda tranquilidad porque ya pasó: jugábamos con la precisa de que había que quedarse piolín, porque con empate zafábamos los dos, pero a mí no me dijeron nada. Ocho, nueve, diez minutos del juego, córner desde la izquierda para Rampla. El turco Marino de árbitro, mirá qué baraja. Carballo lo tocó un poquitín a un delantero de ellos… penal. A quién se lo dan a tirar: a Manicera. ¡Cómo se lo van a dejar tirar a Manicera! Lo tira Jorge y la Tota Denisse se echa a un costado y la pelota le pega en la rodilla y sale. Sigue cero a cero. Acá viene la gran cagada: Minuto ochenta y nueve y medio, el canario Gil entra al área, lo bajan para el lado de los barcos. Penal, dice el turco. Y todo el mundo se tomó los olivos. Cazo yo la pelota y el Mono Gambetta, que en paz descanse, me grita desde la platea de Rampla, “¡Cacho, vos nooo!”.

“Vamos, Cachito”, me dije a mí mismo (tenía 17 años) y el Mono me decía:

–¡Dejá la pelota ahí; yo te voy a matar!

–Tranquilo que lo hago.

–¡Yo te asesino!

Puse la pelota en el punto del penal; se las tomaron todos. Juan Carlos Leiva el arquero. Tomé carrera, como que iba a tirar al brazo derecho de él y le prendí un cartuchazo fuerte para asegurar. La pelota se va arriba, pega en el palo, abajo, rasca y va pa’l fondo.

Yo salgo a la carrera para festejar, “¡la IASA que no ni no!” y el Mono me dice: “yo te tengo que matar”.

Mueven y termina el partido.

¿Viste el pasillo ese de madera que había en el parque Nelson, ese aguantadero que había? ¡Las trompadas y las patadas que me ligué ahí a la salida de la cancha, no te podés imaginar!

Tiempo después paso a Independiente de Avellaneda, el tiempo pasa, paso a Boca, pasan los años, un día vengo a Montevideo, estoy de vacaciones y ¿a dónde voy…? Al Palacio Sudamérica.

Para los bailes ponían porteros que no conocieran a nadie, porque si no entraban de jeta todos.

Entonces un portero me preguntó:

–¿Usted quién es?

“Con el pase tuyo compramos la cervecería”, me decían siempre en la IASA.

–Yo, el dueño –contesté.

Apareció alguno y dijo: “dejálo pasar”.

A los cinco minutos de estar ahí, se me acerca un secretario.

–Silveira, dice el Presidente si puede subir a la sala.

–Sí, con mucho gusto.

El Presidente era don Ángel Fossa.

–Adelante.

Don Ángel en una punta de la mesa y en la otra punta Carrere Sapriza, en ese momento presidente de Rampla. Siete u ocho monos de cada lado. Se levanta don Ángel, un metro noventa.

–¿Cómo está, mi amigo? –me dice.

–¿Cómo está usted, don Angel?

–Bien. Pase, siéntese al lado mío que estamos arreglando una cagadita que hizo usted hace muchos años.

Don Ángel no era un tipo de hablar con malas palabras. Era grave el asunto.

–Y bueno, mi amigo –me dice–, hemos roto relaciones desde hace catorce años con esta gente. Estamos remontando la cometa y usted ha caído justo el día. Como el desembarco de San Martín. No, esto ha sido peor que el desembarco de San Martín. Lo que usted hizo, usted no tiene idea lo que ha hecho.

–Pero Don Ángel, ¿qué fue?

–Aquel penal que tiró, m’hijito. Han pasado catorce años. Mire, Presidente –le dice a Carrere Sapriza–, acá tiene la prueba de que no fue a propósito.”