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Que todo el fútbol es sueño




Enzo Francescoli en el Campus de Maldonado


25 enero, 2013
Sin Categoría

En un hotel de Maldonado donde está parando un periodista argentino para cubrir la pretemporada de Vélez, anoche, cuando terminó el partido Nacional-Guaraní, el conserje apagó el televisor y se quedó charlando con el periodista, de fútbol, como siempre que terminan los partidos, pero esta vez no comentó ninguna jugada.

Enzo Francescoli en el Campus de Maldonado

–¿Oyó eso del tal Juan Ignacio Aguado? –le preguntó.

–Juan Ignacio Aguado Domínguez –precisó el periodista–. Sí, ¿qué pasa?

–Dijeron que fue del Central de San José directamente al Guaraní, por unos videos que vio Diego Alonso.

–Eso dijeron.

–¿Usted cómo sabe el nombre completo?

–Porque una tía lo publicó en Internet, pero ¿qué importancia tiene? Ese jugador no jugó.

–No jugó pero seguro que le hicieron un contrato impresionante y ahora en cualquier momento, lo llaman a la selección.

–¿Por qué lo van a llamar a la selección?

Yo tengo un hijo que juega acá, en el Atlético Fernandino.

–¿Y eso qué tiene que ver?

Mire, no sé si usted me podrá entender. Por su profesión creo que sí. Si no me entiende usted no me entiende nadie. Trataré de explicárselo. Usted soñó seguramente con ser jugador de fútbol…

Por supuesto. De Vélez.

–Y de la Selección Argentina–agregó el conserje, adivinando.

–Y de la selección –aceptó el periodista–. Pero no pasé de la octava de Liniers.

En la realidad puntualizó el conserje. Pero en los sueños, ¿hasta dónde llegó?

A la selección. Llegué a un Mundial.

¿Y no salió Campeón del Mundo?

Sí, claro, con un gol mío en la final. Sobre la hora.

Un gol como el de Maradona a los ingleses adivinó el conserje, contento de dar en el clavo.

Sí, bueno, a veces no. A veces como el segundo y a veces como el primero.

–Como el que hizo con la mano.

Perdóneme, el que hizo con la mano fue el segundo. El primero fue con el puño acotó el periodista, porteño al fin y al cabo.

Como sea. Pero lo soñó. ¿Y no sigue soñándolo?

No. La verdad que no.

¿Por qué?

Ya no estoy para esos trotes –sonrió.

¿Qué edad tiene?

Treinta y ocho.

–Entonces me está mintiendo. Usted sigue soñándolo. A los treinta y ocho, cualquiera juega un Mundial. Tiene decenas de ejemplos. Lo que pasa es que usted no lo quiere admitir. Ve. Mi botija tiene veintiséis. Él sí, él admite que sigue soñándolo. Por eso me impresionó lo de ese gurí de San José, ¿se da cuenta?

El porteño asintió con un movimiento de cabeza, como si lo entendiera, pero sin ninguna gana de andar llevándole videos a Gareca.

Yo soñé que debutaba en primera a los dieciséis años –prosiguió el conserje, sin mencionar a Gareca ni a los videos. Entonces el periodista se confió y le siguió la corriente.

–Yo también –reconoció–, porque a esa edad habían debutado los mejores, la Bruja, el Bocha, el Diego…

Revetria, Carrasco… Yo soy de Nacional y cuando era pibe soñaba debutar como ellos y salir Campeón Sudamericano Juvenil. Pero hasta que cumplí los dieciocho, diecinueve… Ahí tuve que cambiar de sueños. A mi botija le pasó igual, de pibe soñaba debutar como Suárez, pero después tuvimos que buscar otros referentes, jugadores que llegan de súbito al gran profesionalismo desde Basáñez, como el Chengue o Pandiani, o desde Cerrito, como el Betito Acosta, o desde Rocha como Pedro Cardozo. O como este gurí de San José… ¿se da cuenta? Porque lo importante es seguir soñando.

Claro –canchereó el porteño–, ¡yo he tenido en sueños una carrera formidable! ¡Brillante!

–Yo fui Campeón de América –gritó truco el conserje–. Fui Campeón Sudamericano con gol de tiro libre, igualito al de Bengoechea a Brasil.

¡No! se enojó el periodista, retrucándole. Yo le estoy hablando en serio. Usted, en sueños, fue tan Campeón del Mundo como yo. Lo que ya no puede es volver a serlo, porque ya dejó de soñar, y ¿sabe por qué? Porque ya no tiene edad. Por eso. Yo, en cambio, y el pibe suyo, todavía soñamos con salir campeón ganando la final del Mundial en la hora con una «chilena» como la de Francescoli a los polacos o la que hizo en el homenaje al Burrito Ortega. Para eso tenemos que seguir estando activos como futbolistas, en el Central de San José, en el Atlético Fernandino o en el picado de una plaza de Liniers, en cualquier lugar donde puedan filmarnos y llevarle el video al técnico de un equipo grande, pero en edad de ser profesionales.

–Tiene razón –dijo el conserje–. Cuando se retiró Carrasco yo fui a su despedida contó, reflexionando–. Pero no fui pensando que iba a dejar de soñar porque el único de mi edad que seguía jugando ya no seguiría. Eso no se me ocurrió.

¿Esa fue la última vez que soñó? le preguntó el periodista, más solidario que curioso. Quiero decir: ¿No soñó que jugaría en ese partido entre las estrellas que despedían a Carrasco?

Sí. En algún momento, sí. Digamos que me imaginé haciendo alguna jugada. Antes del partido, claro. Mientras viajaba a Durazno.

Entonces usted jugó en el homenaje a Carrasco en Durazno. ¿Qué jugada hizo?

El conserje empezó a divertirse, era muy loco pero muy cierto y confesándolo lograba sentirse niño.

Tiré un par de paredes con Francescoli, pero cuidándome, porque yo seguía estando en actividad ¿no?

No. Usted se estaba retirando.

Sí, es verdad admitió. Yo era Carrasco.

En cambio yo sigo. Su pibe también sigue. Usted a los cincuenta y dos, cincuenta y tres años ya no puede seguir soñando que juega un Mundial cuando ya ni Diego ni Francescoli, ni Carrasco ni Jiménez, los referentes suyos de su generación, siguieron jugando a esa edad, ¿no es así?

Es así.

–Salvo en los partidos de homenaje, partidos de veteranos, donde por mejor que juegue Enzo y lo filmen, no van a volver a llamarlo a la selección. Entonces usted dejó de soñar. Los sueños requieren un mínimo de realidad, mi viejo, y no alcanza una realidad virtual como la de los juegos de simulación o los partidos de veteranos. Yo jugué al FIFA Soccer y después al Manager y al Hatrick. Juego muy bien en la computadora. Pero también los juegos de simulación necesitan un mínimo de realidad.

Es cierto: los sueños requieren un mínimo de realidad. Por eso le pregunté por Juan Ignacio Aguado, porque me ayuda a soñar que mi botija…

Entonces el periodista dejó de oír. Se quedó pensando que sin los sueños de los espectadores el fútbol no existiría.

Que todo el fútbol es sueño

y los sueños, sueños son.