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River y Juan





18 agosto, 2015
Columnistas

El Profe De León y Juan Carrasco estaban uno a cada lado de la mesa comiendo asado. Juan dirigía en ese entonces a Fénix. “Sabe una cosa, Profe, yo les doy crédito, cómo usted hacía con nosotros. El otro domingo anduvieron todos tan mal en el primer tiempo, hasta Ligüera, mire, que en el entretiempo metí tres cambios y le dije ‘y a vos no te saco porque tenés crédido”. El sábado empezó el Campeonato y Juan, dirigiendo a Riverplé, empezó perdiendo con Fénix y uno de los albivioletas que le entristeció la tarde fue justamente Martín Ligüera, el jugador que Juan nombró en reciente entrevista de nuestro compañero Pablo Cohen, cuando éste le pidió que nombrara al más talentoso que dirigió. hinchada-de-river

El sábado todos y todo empezaron de cero, la tabla anual, el torneo Apertura, el Campeonato Uruguayo, la tabla de goleadores, de goleros menos vencidos, de tiempo de posesión de pelota, de corner a favor y en contra, de tarjetas amarillas y rojas, de chances y pases de gol, de laterales y fuera de juego. La única que no empieza de cero (así en el fútbol como en la vida) es la tabla del descenso, “esa en la que te cuentan lo que perdiste antes hasta que has vivido tanto y parece que no hubieras vivido”, escribió Anton Paulovich Chejov, un 5 o doble 5 ruso, al que por comerse la cancha, por lo implacable en la marca, sabio en el juego y por poner un corazón enorme ensangrentándole la camiseta desde la frente, le llamaban el ruso “Pérez”.

Sin embargo y por distintos motivos, unos empezaron en todas las tablas con más crédito que otros. A Juan en River le dieron la posibilidad de entrar a la cancha a trabajar con todas las divisionales. Los únicos jugadores darseneros que ya habían practicado con él son Bruno Montelongo y Robert Flores, pero todos vieron u oyeron algo de la matriz con que Juan relanzó una manera riverpletense de jugar la globa ganando, logrando más con menos, hasta los mayores logros de su era profesional (el River cuatro veces campeón uruguayo en la amateur fue otro aduanero, homenajeado por éste cuando se fundó fusionando a Olimpia con Capurro), que luego Guillermo Almada mantuvo por cuatro años con fútbol completo y exitoso. Llegar fue una aventura maravillosa pero permanecer es más difícil aún.

Y para Juan todo es más difícil, por lo que en él le llaman, sin eufemismos, “ego” y en otros le dicen “personalidad” (distintas marcas discursivas, por responsabilidades propias y ajenas, en parte naturales). La semana pasada Tomás De Matos, tacuaremboense memorioso, escribió en Caras y Caretas, que cuando gane Danubio no nos olvidemos de hablar también de Jorge Castelli (lo obedecí en la crónica del domingo). Es pertinente y posible. En cambio, pedir que cuando pierda Carrasco hablemos también de River es una utopía. El transfirió su ego a sus equipos y aunque es de los que también mira hacia atrás, ésa es una dirección en la que no siempre se puede dar marcha. La marca quedó. Tiene sus pros y sus contras.

Voy a ser utópico, voy a hablar también de River. Cubrí la campaña de River dirigido por Juan mientras fue líder de torneo, un montón de partidos y comprobé algo muy singular: en esa época la hinchada de River aprendió a esperar y a esperar por un estilo o por un sistema, como imagino que aprendió con Lazatti la de Danubio y sé que aprendió con el Profe la de Defensor. Esos saberes duran décadas, no se pierden tan rápido, ni se pierde el recuerdo de un tremendo jugador, único, como en River fue Juan, ni la emoción más grande de sus vidas de hinchas, que sintieron tantos veteranos (los vi llorar más que nunca habían podido).

Lo van a putear -ya lo estarán puteando- porque la puteada es la algarabía del hincha, pero el crédito que Juan tiene en River es equivalente a la deuda pública de todos los países juntos.