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Tres semanas sin Messi




Lionel Messi, desgarrado.


3 abril, 2013
Sin Categoría

El calentamiento global por emisión de gases de efecto invernadero deshiela los polos a ritmo creciente, centímetro a centímetro, mes a mes, se alzan las mareas sobre los continentes, el cambio climático desertifica valles, destempla, tropicaliza, multiplica por doquier las catástrofes “naturales”, mientras la guerra se ensaña con Siria, con Irak, con Afganistán, con el África… Las crisis norteamericana y europea ya llevan cinco años tan campantes. El hambre y la miseria siguen azotando a la humanidad. Violencia cotidiana y consumismo desenfrenados, polución, cielos envejecidos, fracturación hidráulica, agrotóxicos, aguas contaminadas, submarinos estadounidenses con armas nucleares navegando por Corea del Sur. Corea del Norte ordenando sus misiles atómicos contra Seúl. Brasil, Rusia, China e India en estado de alerta roja. Todo esto la civilización tendrá que soportarlo durante las próximas tres semanas sin ver jugar a Messi.

Lionel Messi, desgarrado.

Lionel Messi, desgarrado.

Hace tres horas, ante el París Saint Germain, por la Champions League, “Lío” sufrió una lesión en el bícep femoral de la pierna derecha. Sería un desgarro. Tres semanas afuera de las canchas.

Se me dirá que hace algunos años Messi no jugaba y el mundo seguía andando.

No es tan así.

A mediados de los noventa, entrevisté a “Ciengramos” Rodríguez en el Rancho del Buceo. El crack de fines de los cincuenta y de los sesenta, el megadribleador al que le pusieron “Ciengramos” porque jugaba una tonelada, estaba desasosegado. Le iba bien en su profesión, supervisaba todas las divisionales del club Nacional de Football, vivía sin apremios económicos, degustábamos en ese momento una deliciosa cazuela de mondongo mientras rompiendo en la playa, las olas acompasaban a su razón en calma, pero su corazón estaba abatido.

–Voy a todos los partidos de Nacional de todas las divisionales –me dijo–. Vi a todos los cuadros de la A y de la B, desde Octava hasta Primera, veo por televisión todo el fútbol del mundo. Todos los jugadores son aplicados, hacen lo que se les pide, muchos son buenos, algunos muy buenos, pero ya no hay nadie que quiera ser Maradona.

Ese “ya no hay nadie que quiera ser Maradona” no lo dijo como si se le terminara solamente el fútbol. Lo dijo como si se le hubiese terminado para siempre el Mundo entero, el fantástico Mundo que construyó en las canchas de Paysandú, de Nacional, de Bella Vista, de Rampla, de La Celeste, el “what a wonderful word”, para él y para quienes lo vieron.

Hasta que un día Ciengramos volvió a resucitar. Apareció el nuevo Mesías.

Era incluso más chiquito que Maradona, más callado, tenía la misma zurda y era rosarino de Santa Fe, como si los pies se sembraran aparte de las personas, en surcos marcados según la genética, y por cultivo programado, esa zurda la había cosechado Argentina, aunque la ganó en buena ley Cataluña. Lionel Messi quiso ser Aimar y llegó a ser todavía más.

Desde entonces, miércoles y domingos, tenemos un placebo contra las desgracias del mundo, una sorpresa nueva, un asombro mayor, un disfrute que se volvió adictivo, una tregua de fantasías para la dura realidad, la esperanza de que el futuro podrá ser inventado por un talento como el suyo.

Los futboleros hoy afrontamos algo más que un serio problema, un desastre, un asunto peligroso. Durante tres semanas tendremos un motivo menos para no cortarnos de un tajo las venas.

Habrá que “internalizarlo”, como dicen los psicólogos, habrá que asumirlo conscientes y mórbidos, preparándonos para fortalecer, en estas tres semanas, cada uno de nuestros lazos con los otros motivos que la vida nos da para seguir viviéndola.