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Con las manos vacías

El autor repasa con profundidad la cronología que explica el fracaso deportivo de Peñarol, desde el tricampeonato malogrado hasta el duro presente, a horas de un nuevo debut internacional.




Cristian Rodríguez, con la cabeza gacha poco antes de dejar de jugar en un club en el que supo ser figura, pero en el que también últimamente fue una sombra.


6 abril, 2021
Fútbol Uruguayo Primera

Escribe: Juan Carlos Scelza

 

Nicolás Rossi estira su cuerpo hacia la derecha, y sus manos rechazan el remate de Christian Almeida, en el último intento de Liverpool por extender la serie de penales en la otoñal noche del Estadio Centenario. La eufórica noche de Rentistas, la más importante hasta el momento en toda su historia, sentenciaba no solo el merecido delirio de los de Cappuccio, sino también la eliminación de Peñarol a la Copa Libertadores 2021.

 

Detenerse en la pérdida de tres millones de dólares que proporciona la CONMEBOL es minimizar el bajísimo rendimiento deportivo de un equipo que funcionó muy poco como tal, más allá de los intentos y los esfuerzos de tres técnicos de muy distintas trayectoria y personalidad.

 

Peñarol, como todo equipo grande, tiene la obligación de pelear el Campeonato Uruguayo y de participar en la Libertadores. No fue capaz de lograr esos objetivos. Más aún: ni siquiera estuvo en la definición de ninguno de los torneos que disputó.

 

A cuatro fechas del final, ya había perdido la chance de conquistar el Apertura. El objetivo del Intermedio se desvaneció en las cuatro primeras fechas y tras un nuevo cambio de técnico. A tres jornadas de finalizar, el Clausura era una historia consumada. De manera que el mirasol no solo no ganó el Uruguayo, sino que nunca estuvo en la conversación para pelearlo.

 

En nueve fechas, los malos rendimientos y los peores resultados se devoraron los primeros pasos de Diego Forlán como técnico. Las polémicas determinaciones de Saralegui de colocar equipos suplentes en una apuesta a lo internacional que en lo personal compartimos, pero que pareció excesiva en la cantidad de modificaciones realizadas, se llevaron puntos vitales para el Intermedio y la Tabla Anual, y arrastraron al entrenador al cese de sus funciones. Cuando Larriera le encontró la mano al equipo fue tarde, y en los primeros partidos Peñarol fue tan irregular como antes, lo que hizo que la matemática que lo colocaba cuesta arriba no le diera revancha y lo condenara a perder el campeonato.

 

Al igual que el año anterior, se hizo fuerte de local a nivel internacional. Pero como en todos los años pasados de mucho tiempo a esta parte, volvió a perder afuera, más allá de merecimientos, que los tuvo, como ocurrió en Liniers por la Copa Sudamericana o en Santiago y en Cochabamba por la Libertadores.

 

El revisionismo que siempre surge tras cada golpe que lo sacude lleva a dedos acusatorios que recorren el espectro desde el pasado damianista hasta la conducción de Barrera o el cambio que no alcanzó para modificar profundamente lo inmediato por parte de la flamante directiva, encabezada por Ignacio de Ruglio. Si a Diego Forlán le hubiesen dado más tiempo, si a Mario Saralegui lo sacaron en el momento más inoportuno o si Mauricio Larriera tenía espalda para asumir en un momento tan complicado son todos temas que, como una maldición, vuelven sucesivamente a la palestra.

 

Los que pretenden ir más atrás enjuician las medidas de Carlos Sánchez y hasta de Gonzalo de Los Santos en sus cargos gerenciales deportivos, pasando por las primeras señales de Bengoechea y de Gabriel Cedrés.  A los tesoreros, el reclamo de aceptar ofertas de jugadores que se fueron muy pronto en el momento en que marcaban diferencia, y a otros dirigentes el gasto de traer como manotón de ahogado soluciones muy caras para los escasos aportes proporcionados, son otros de los reproches que se han convertido en lugar común.

 

Seguramente, como en todo habrá responsabilidades compartidas, en cada aspecto y en diferentes proporciones, en las que la mayor parte la llevan los jugadores, que en su mayoría (salvo contadas excepciones) estuvieron muy por debajo de lo esperado.

 

Aun con un año pésimo en materia de resultados, la consecuencia realmente se agrava por la forma en que Peñarol perdió el Uruguayo anterior. A mediados de año, después de haber ganado el Apertura y con amplia ventaja en la Anual, desmembró el plantel. El error no fue aceptar las muy ventajosas propuestas económicas y dejar ir a algunas figuras desnivelantes, sino no haberlas suplido con piezas similares que mantuvieran el nivel y la ostensible ventaja que la institución tenía en sus manos. No perdió así el aurinegro un torneo más: dejó pasar la chance de lograr el Tricampeonato, lo que hubiese cambiado toda la actividad 2020-2021. En el peor de los casos, estos mismos flacos rendimientos y nulos resultados se hubiesen disimulado por el respaldo de los logros anteriores.

 

Rentistas solo le dio el último empujón a un desprotegido y tambaleante Club Atlético Peñarol que, por no ser capaz de sustentarse por sí mismo, entró en el difícil camino de la dependencia de ajenos. No ganó nada, lo perdió todo, incluso el último consuelo de un importante ingreso económico y de cumplir con la mínima premisa de participar de la Libertadores. Un año para el olvido de un equipo que se quedó con las manos vacías y que deberá reflexionar mucho para no repetir errores ciertamente evitables.