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Coletazos persistentes

El autor analiza el modo en que los clásicos internacionales signaron hasta límites insospechados el presente de los equipos grandes, lo que se reflejó en la flamante victoria aurinegra en Perú.




La expresión de Larriera, fiel reflejo del éxito deportivo de su equipo pero, antes, de la consecuencia entre su pensamiento y lo que Peñarol ha mostrado últimamente adentro de la cancha.


12 agosto, 2021
Fútbol Uruguayo

Escribe: Juan Carlos Scelza

 

El tardío último intento tricolor en el córner que cabeceó Corujo fue incapaz de cambiar el rumbo de la serie. Solo al repasar la estadística se rescatará la victoria de Nacional por 1 a 0 como visitante. Pero no le sirvió, porque Peñarol siguió en carrera, y esa era la finalidad de los inéditos clásicos de la Copa Sudamericana.

 

Tras haber caído 2 a 0 por el torneo local, Mauricio Larriera salvó su pellejo, al que defendió con una propuesta fiel a su estilo, que se transformó en una neta superioridad a lo largo de los dos compromisos. Es más: en el primero su supremacía fue impresionante, y con algo más de puntería debió haber resuelto la serie. Es que Peñarol propuso un fútbol rápido, un alto porcentaje de tenencia del balón, permanentes llegadas por las bandas y un excelente despliegue de circuitos que funcionaron a la perfección. 

 

No había mañana para el técnico, y de ello existía plena conciencia en directivos, en jugadores y en el propio cuerpo técnico. Si no pasaba el examen clásico, se desmoronaba el proyecto, producto de los flacos resultados y rendimientos a nivel local. Al superar la llave, el gol del arquero de Villa Española, los puntos perdidos ante Plaza y hasta la aquella derrota contra Nacional quedaron archivados, como parte de un nuevo campeonato que se le fue demasiado pronto, tanto como al propio Larriera, a Saralegui y a Forlán en sus incursiones del año anterior, las cuales llevaron a que Peñarol no estuviera presente en la definición de ninguno de los campeonatos, ni cortos ni largos, y, como consecuencia, perdiera el Uruguayo a manos de su tradicional adversario, por segunda vez consecutiva.

 

Del otro lado, aun cuando tiene chances de alcanzar el objetivo del tricampeonato Uruguayo, la derrota sacudió una interna tricolor que también se ha visto agitada por los últimos resultados del campeonato, que potenciaron las posibilidades de Plaza.

 

No faltará quien con derecho se ampare en que ganó un clásico cada uno, que la diferencia estuvo en el segundo gol de visitante conseguido por Peñarol, y hasta quien haga énfasis en que el albo alcanzó su primer triunfo en el Campeón del Siglo. Pero íntimamente ganadores y perdedores saben que la única consigna de estos clásicos era seguir en carrera, y que el que no lo consiguió es el derrotado de la serie.

 

Un derrotado sobre el que se agudizaron los cuestionamientos respecto a la forma austera de encarar desafíos desde lo táctico, porque en un Nacional dependiente al máximo de Gonzalo Bergessio viene preocupando la falta de respuesta futbolística y anímica en lo que personalmente pensamos no es provocado por la figura táctica empleada, sino por la coincidencia de muy bajos rendimientos individuales que no mejoraron con los numerosos cambios que Cappuccio realizó para aquella revancha clásica.  

 

La derrota se agrega al muy fugaz y negativo paso en la Libertadores, para la cual Nacional se había reforzado, y en la que quedó eliminado en la primera ronda, padeciendo el transcurso de la adaptación de un técnico que firmó pocos días antes del debut, y de jugadores que del medio local y el exterior arribaron en iguales condiciones. La falta de conocimiento, el inculcar la idea y el llevarla a cabo se fueron cristalizando con el correr de los partidos, pero cuando ya había dejado demasiados puntos en las cuatro primeras jornadas que lo llevaron a quedar fuera de la Libertadores.

 

Hoy, en la recta final del Apertura el tricolor padece la presión que no tenía antes de los octavos de final de la Sudamericana. De buenas a primeras se quedó sin estímulo internacional y sin Peñarol como obstáculo, porque ya no tiene chance en el primer torneo local, por lo cual la responsabilidad de ser campeón recae en los tricolores, más allá de situarse por debajo del líder Plaza, con el que ya jugó y al que le ganó como visitante. Pero la tabla, hoy, no miente, y los coletazos clásicos se transformaron en persistentes.

 

Si habitualmente los clásicos pautan la temporada de los grandes, si en un alto porcentaje la suerte y el futuro de los técnicos depende de sus resultados, si en cualquier situación y en todo tipo de campeonato, sin importar las posiciones, son los partidos que acaparan la atención, mucho más cuando los dos juegos de los últimos días, fueron los más importantes de los últimos tiempos, tanto más sucede ahora.

 

Más allá de finales del Uruguayo que le ha ganado uno al otro, de definiciones entre ambos por el Apertura o el Clausura, o hace mayor cantidad de años alguna definición de la Liguilla, el hecho de cruzarse internacionalmente y en una instancia eliminatoria, para equipos que más allá de su grandeza y su rica historia hace más de treinta años que no ganan nada, le asigna un valor inigualable al triunfante, en este caso el mirasol.

 

Un mirasol que cambió la cara de la moneda y que, también en el ámbito local, ha logrado cierto respiro que solo el tiempo y sus rendimientos demostrarán de qué manera capitaliza. Nacional, al quedar fuera de competencia, debe apuntar más que nunca a ganar el Uruguayo, sabiendo que, si no consigue el Apertura, puede concluir el ciclo de su actual entrenador, quien llegara a sus filas tras una histórica campaña al frente de Rentistas.