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Santamaría, el crack a los 90 años: “Soy uruguayo a muerte”

Desde Madrid, el inolvidable ídolo de Nacional, del Real y de la selección habló de su carrera, del trágico modo en que el coronavirus golpea a España, y de Obdulio, Atilio García y Di Stéfano.




"Pepe", homenajeado en 2018 en Los Céspedes, donde una de las canchas lleva su nombre.


27 marzo, 2020
Columnistas Las leyendas hablan

A diferencia de buena parte de sus compatriotas, José Emilio Santamaría Iglesias no comparte lo que aquella inolvidable escritora argentina llamada Silvina Ocampo caracterizaba como “una inefable vocación por la desdicha”. Ni de cerca: la vida profesional de Santamaría ha sido la de quien se codea con naturalidad con los mitos, acaso porque comparte con ellos un aire de familia.

Lo primero que un interlocutor desprevenido podría preguntarse al sentir su acento castizo es cómo Santamaría puede ser uruguayo. Pero lo primero que alguien que lo haya escuchado más de cinco minutos debe preguntarse es cómo Santamaría puede ser tan uruguayo.

Hasta la médula y sin dilaciones, tal como admitió en un diálogo que, continuando la serie “Las leyendas hablan”, que inició con Roberto Matosas, este portal mantuvo con el extraordinario ex defensor central de la selección uruguaya y de la selección española de fútbol, a la que también dirigió en el Mundial de 1982.

“Adoré y sigo adorando a Nacional. Eso está metido en mi mente desde el primer momento en que me despierto hasta que me acuesto de vuelta. Respecto al Real Madrid, vine a un club que había logrado unos primeros embates positivos dentro de lo que era el fútbol en Europa. Y tuve la suerte de que vestía de blanco también, así que no cambié de colores: blanco era Nacional y blanco fue el Madrid”, declaró una vez este joven de 90 años de edad que fue símbolo de los celestes en el Mundial de Suiza 1954, de los tricolores desde adolescente y hasta su fichaje madrileño, y finalmente del club más laureado en la historia de Europa.

Elegante, fuerte, ganador, optimista y dueño de una jerarquía que quienes lo disfrutaron coinciden en señalar como su sello distintivo, el montevideano salió cinco veces campeón uruguayo y seis veces campeón de la Liga Española.

Por si fuera poco, obtuvo la Copa del Generalísimo y, sobre todo, la Copa de Europa, que luego sería conocida como la UEFA Champions League, en cuatro oportunidades, una de las cuales lo coronó como Campeón del Mundo en la primera Copa Intercontinental jamás disputada, donde los merengues se impondrían al Club Atlético Peñarol en el partido de vuelta, disputado en el Bernabéu en julio de 1960, por 5 goles a 1, con anotaciones de Alfredo Di Stéfano, Chus Herrera, Paco Gento y Ferenc Puskas (la primera al minuto 3 y la segunda al minuto nueve).

Sobre esta carrera de lujo, sobre el amargo presente que golpea a la sociedad española y sobre los compañeros de élite que, desde Juan Alberto Schiaffino hasta Di Stéfano, Juan Hohberg, Julio César Abbadie, Atilio García, Paco Gento y José María Zárraga, mejoraron su vida y la de millones de aficionados alrededor del mundo, Santamaría dialogó con Tenfield.com.

 

-Empecemos por un drama sociológico y sanitario que afecta los aspectos más impensados de la vida cotidiana: el coronavirus. Hace pocos días, Mario Vargas Llosa describía en el diario madrileño El País el pánico de la sociedad española, y concluía su columna con estas palabras: “El terror a la peste es, simplemente, el miedo a la muerte que nos acompañará siempre como una sombra”. ¿Cómo describiría usted esta angustia que ha teñido la tierra de sus ancestros y de sus hijos?

-Nadie podía pensar que a raíz de una imprudencia pudiera suceder algo así. Como hay tantos viajeros, sin querer se ha ido transmitiendo el virus, enfermando a gente del mundo entero. Junto a mi señora, llevamos nueve días de aislamiento en casa sin salir ni asomarnos a la calle: estamos solos todo el tiempo y, si necesitamos alimentación, nos traen el pedido y lo dejan en la puerta. Realmente es desesperante porque, al no estar tan enterado de las cosas, llega un momento en que inventas más de lo que sabes y estás supeditado a lo que te informe el gobierno. Por la televisión nos enteramos de aspectos de la realidad muy feos, pero poquito a poco creemos que vamos a ir mejorando.

 

-No poder ver a sus hijos debe ser uno de los aspectos más tristes de esa realidad…

-Yo tengo un hijo en Turín que es fisioterapeuta de la Juventus, así que ya hay uno que no veo, al igual que la familia que él tiene aquí, en Madrid. Luego hay otro hijo en Estados Unidos, que a su vez tiene tres hijos, y no puedo ver a ninguno de ellos. En total, Nora y yo hemos tenido siete hijos: se nos murió una hija, pero nos dejó tres nietos. Y una de mis nietas nos ha dado bisnietos, a los que tampoco puedo ver. Bueno, miento: los veo a través del teléfono, pero esos movimientos no son todo a lo que uno aspira en la vida. En total tenemos quince nietos y tres bisnietos, pero lamentablemente debemos evitar el contacto físico con ellos y con nuestros hijos.

 

-Qué bárbaro. Pasemos a un tema más leve pero menos triste. Tenfield.com empezó la serie “Las leyendas hablan” con una entrevista a Roberto Matosas. Y en un momento Roberto habló de lo que significó para él como joven haber estado en un Peñarol glorioso donde había grandes líderes como William Martínez, con quien usted formó la pareja de zagueros de Uruguay en el Mundial de 1954, y a quien luego también enfrentaría en la Intercontinental de 1960. ¿Cómo recuerda a Martínez y cómo describiría la convivencia del plantel celeste en Suiza?

-A William, el back, ya lo conocía, porque había sido jugador de Nacional antes de llegar a Peñarol. Luego cada uno siguió su trayectoria por su lado, ascendimos un poco en mayoría de edad y al mismo tiempo en juego, y por eso llegamos a la selección, donde fuimos compañeros. William fue un gran personaje y un buen compañero. Respecto al Mundial de Suiza, la convivencia fue extraordinaria. Más de una vez he dicho que mi compañero de habitación fue Obdulio. Los dos éramos capitanes, uno mayor y otro más joven, y había siempre un respeto hacia la persona y hacia la trayectoria deportiva. Con Obdulio me he llevado siempre bien. Tanto es así que, estando ya en España, pedí ir a visitarlo a su casa, cosa que pude hacer.

 

-¿Cómo fue la despedida?

-Pues lo pude visitar y darle un abrazo, que era lo más importante, porque unos cuatro meses después desafortunadamente le llegó el turno de irse.

 

-¿Cómo describiría a Schiaffino y a Obdulio detrás de bambalinas? ¿Qué había detrás de la elegancia de Pepe y del carácter de Obdulio?

-Fueron grandes jugadores y grandes personas. Obdulio tenía una veteranía pura y sana, mientras que Pepe había sido convocado a la selección siendo muy jovencito, y triunfó de tal manera que nunca más lo quitaron. Así como Obdulio tocaba la pelota solo ocho o diez veces en un partido y el resto consistía en dirigir, hablar y hablar, Schiaffino era muy, muy fino. Estando en Nacional, copié mucho aquella característica de Obdulio: la voz, el mando, el ánimo y el aliento al compañero para que vuelva a responder como el futbolista que es.

 

-Impresionante. Uruguay 4-Inglaterra 2, 26 de junio de 1954: ¿cómo recuerda usted ese partido?

-Nosotros viajamos a Suiza con el peso de haber sido campeones en 1950, así que éramos un equipo muy respetado, y había momentos en los cuales Uruguay jugaba al fútbol perfectamente. El partido con Inglaterra fue glorioso y, si mal no recuerdo, hubo lesionados. Pero después pasamos a jugar contra los húngaros, y te aseguro que el barro nos impidió clasificar.

 

-¿Cómo?

-Íbamos 2 a 2 y, en la misma raya de la portería de los húngaros, el barro paró la pelota, con lo cual un defensa tuvo tiempo de tirar un punterazo para sacar la pelota afuera. Así pasamos a la prórroga, que perdimos. Si no, hubiéramos llegado a la final. ¡Y sucedieron otras cosas que no vienen al caso! (risas).

 

-Hablando de maestros, ¿cómo era su compañero del Real Madrid, Ferenc Puskas -que antes había sido símbolo de aquella selección húngara- y cómo era Gonçalves, el capitán del Peñarol al que usted venció en la Intercontinental de 1960?

-A Gonçalves lo había traído a la capital desde Artigas, si recuerdo bien, Juan López. Y era estupendo, muy elegante, muy gran jugador, la verdad. Respecto a Pancho Puskas, fue un futbolista excepcional por su personalidad, por su forma de jugar y su modo de dirigir el equipo. Lo que sucede es que, a raíz de los revuelos que se armaron en esa época con la revolución húngara de 1956, tuvo que tomar la bandera y largarse con su mujer y su hija. Luego recaló en el Real Madrid, donde marcó una etapa muy positiva porque tenía una capacidad enorme, además de una gran virtud: 20 metros de sprint, donde, pese a ser gordito, no lo agarraba nadie y le pegaba muy bien a la pelota (risas). Pancho sabía jugar, pero además era un ganador.

 

-Qué curioso, José: usted fue rival clásico de un club al que, ya como ídolo en España, volvería a enfrentar en la Copa Intercontinental de 1960, ¿no?

-Sí, sí, sí. Esa fue la primera vez que se jugaba la Copa Intercontinental, y fue entre dos potencias: la uruguaya y la española. Nosotros fuimos a jugar a Montevideo, y hay una curiosidad de sus compañeros de periodismo, que es que ellos preguntaban extrañados: “¿Por qué los jugadores del Madrid, cuando terminó el partido, levantaron los brazos?”. La  respuesta es que, cuando jugabas fuera de casa y sacabas un resultado positivo (0 a 0), solo te quedaba ganar el partido siguiente. Y la prueba está: ganamos 5 a 1, pero pegaron tres pelotas más en el palo de Peñarol, y hubiera sido un escándalo. No sé bien lo que era: la forma de jugar, la eficacia o el ambiente, pero ellos no se lo esperaban. En Europa causó mucha sensación esa victoria, porque los equipos sudamericanos desplegaban un gran fútbol. Así que todo esto llamó la atención de la afición y nosotros festejamos, pero ojo: para mí Peñarol era el rival deportivo, no mi enemigo de Uruguay.

 

-¡Qué lindo! De todos modos, usted será hincha del Real y de Nacional hasta irse, ¿verdad?

-Vamos: en mi oficina, donde tengo mis cosas, están puestas las banderas de Uruguay, de España, de Nacional y del Real Madrid. Y tengo otra que también es un mérito, porque trabajé en el Espanyol de Barcelona. ¡Pero es más pequeña! (risas).

 

-¿En qué medida usted hoy se siente español y en qué medida se siente uruguayo?

-Yo soy uruguayo a muerte porque he nacido en Uruguay, me he criado en Uruguay, he estudiado y he trabajado en la banca en Uruguay. Quiere decir que una etapa fundamental de mi vida se formó allí. Luego, toda mi familia era gallega, con lo cual no vine simplemente a practicar un deporte a España, sino que llegué a la tierra de mis padres. Pero ¿sabes qué? Yo no me olvido nunca de Uruguay, y en mi teléfono tengo la bandera uruguaya y nuestro himno, que lo escucho cuando quiero. Así que, ¿qué más te voy a decir? (risas).

 

-“Yo no he pedido nunca nada: si me lo dan, me lo dan, y si no me callo”. ¿Por qué esa frase lo define?

-Eso es exactamente así. Yo fui hijo único, y vine acá y tuve siete hijos con mi señora. Así que procuré ganar todo lo que pude para mi familia, porque ya estoy en las diez de última, pero mi familia sigue. Concretamente, si a mí me dan algo, me lo dan, y si no, no lo pido, no lo robo y no abuso de lo que no es mío. Son conceptos antiguos, porque el mundo ha cambiado totalmente (risas).

 

-Hablando de esa era “antigua” y tan hermosa, ¿cómo eran Hohberg, Abbadie y Di Stéfano, su querido ex compañero y amigo?

-Hohberg había venido de Argentina, dio siempre un resultado enorme y fue un jugador peligroso, de gran categoría. Abbadie había venido de Maldonado y tenía un hermano, Rubén, que llegó a jugar en Nacional. Era un jugador excelente, excepcional, y una persona muy buena, callada y prudente. Y con Alfredo primero fuimos rivales, porque yo jugaba en Nacional y él en River, a tal punto que habíamos jugado el primer Campeonato Sudamericano de Campeones. El torneo se disputó en Chile en 1948, y en ese entonces Alfredo ganaba mil pesos y quería dos mil, pero como no se los dio el presidente Antonio Liberti, se fue con su padre a una finca que tenía. Pero luego lo mandaron a buscar para que disputara la final contra los brasileños. Desde ese momento lo conocí y tuvimos una gran relación. Hemos sido compadres, porque el pobre falleció y, como jugador, peligroso no era, pero sí extraordinario: no marcaba a nadie, aunque era muy vivo y tenía la picaresca sudamericana y un impresionante sentido de la oportunidad. Con él tenías asegurado el partido, porque hacía goles y corría por todo el campo. Fue un excelente jugador, un gran compañero y el padrino de mi hijo José Alfredo, que está viviendo en Estados Unidos. Y tenía su carácter, ¿cómo te voy a decir? La criollada que sale a veces (risas). Pero lo acompañaba su señora, que era muy seria. Pero fue un gran amigo.

 

-Hablemos del Real actual. ¿Cuánto extraña usted a Cristiano Ronaldo y cuánto lo ha impresionado Federico Valverde?

-Cristiano se fue en un momento que a Madrid le hizo daño, porque era el goleador nato del equipo. No en su juego, pero sí en su sentido de oportunidad, a mí Ronaldo me hizo acordar muchísimo a un delantero centro que fue clave para Nacional, que era argentino y que Boca no quiso: Atilio García. Cristiano compartía esa característica, siempre pronto para el cabezazo o para sorprender con el tiro a puerta, y es un jugador de primera línea. En cuanto a Valverde, es un chaval todavía jovencito, que está haciendo un trabajo extraordinario en el club. Lo que me llama la atención es que no juegue todos los partidos, cuando se lo ha ganado por la prensa española y por los aplausos y los detalles agradecidos que recibe de los socios del club. Si Valverde no se lesiona y sigue tranquilo, puede marcar otra etapa histórica más del fútbol uruguayo en España.

 

-José, ¿qué debe tener un ganador?

-Debe ser siempre ganador: comer una naranja antes que el otro y tomar el autobús antes que nadie. En definitiva, ser siempre número 1.

 

-Usted es un joven de 90 años, y estoy seguro de que va a llegar a los cien. ¿Cómo será el resto de su vida, y cuán conforme está respecto a lo que ya ha vivido?

-Quisiera que sucediera todo esto que estás diciendo, porque me gustaría ser centenario. Uno va sintiendo poco a poco el deseo de llegar, y es posible que llegue. ¿Y cómo sería? Pues como me criaron mis padres, al estilo uruguayo, en mi caso siendo hijo único, como consecuencia de lo cual yo le decía a mi madre: “Si me caso, voy a tener cuatro hijos”. Ella me respondía que estaba loco, pobre, ¡pero al final tuve siete! (risas). Y aquí estoy con mi señora de toda la vida, encantado además. Así que bueno, pues: en diez años tú estarás… yo, no lo sé. Pero si llego, desde luego ese día voy a vivir la gloria mayor que pueda sentir un ser humano.

 

-Maestro, gracias por la calidez, por la dulzura y por la sabiduría de siempre.

-Yo encantado, porque hablando contigo al mismo tiempo estoy hablando con Uruguay, con lo cual me siento en mi tierra de nacimiento, en mi querida Montevideo. Gracias a ti y, mientras nos lo permita este bicho que hay ahora, ¡aquí estaremos presentes!

 

Santamaría, el tercero arriba, comenzando por la izquierda, en un Madrid que se cansó de ganar y que contó con maestros como Gento, Puskas y Di Stéfano.


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