La hora del realismo

Un mercado "chico, pobre y limitado", al que la dirigencia del fútbol se enfrenta con fórmulas vacías y románticas, deslindada del interés real del público, en una nueva entrega del autor.




El Estadio y su tribuna, que, con o sin público, estará vacía simbólicamente poco tiempo más, sin que la reanudación de la actividad haya generado ideas virtuosas respecto a las necesidades de los consumidores.


21 junio, 2020
El fútbol en tiempos de pandemia

Escribe: Juan Carlos Scelza

 

Pandemia, crisis, temor, incertidumbre. La difícil mezcla de compatibilizar el cuidado y la necesidad. Cual si cayera abruptamente una cortina, de un momento a otro el virus acorrala y encierra la actividad entre cuatro paredes. Salir del paso, sobrevivir y subsistir implicaba la difícil tarea del cuidado propio, familiar y ajeno, ajustándose a las adecuadas determinaciones sanitarias gubernamentales, que como el resto del planeta se manejaban explorando caminos nunca antes pisados. Del primer shock emocional a la adaptación no podía pasar demasiado tiempo, y aunque costó y en muchos casos demasiado, hubo que reinventarse descubriendo un mundo nuevo, en el que la tecnología se abrió paso marcando rumbos y ofreciendo alternativas.

 

Clases virtuales o visitas a museos, conferencias internacionales, congresos a distancia, ajustados coros polifónicos sustentados desde cada hogar, o recitales de reconocidos artistas, son solo algunos de los múltiples ejemplos, que abarcan tanto más como programas televisivos y radiales o la dirección de empresas que siguieron su marcha de la mano de la informática.

 

Era chico y nunca fui, pero la noche de los sábados proponía en la rambla, frente a la playa Malvín, la innovadora presencia de una pantalla gigante de fuerte y robusta estructura. Era el Autocine, que permitía la comodidad (la seguridad era otra) de disfrutar desde el vehículo propio las películas del momento.

 

Riguroso protocolo mediante, el autocine versión 2020 marcó una de las primeras salidas colectivas, colmando el estacionamiento del Aeropuerto de Carrasco y convocando a centenares de personas que, luego de dos meses, contaban con algunas horas de esparcimiento.

 

“Agradezco a la Academia, es el día más esperado y más feliz de mi vida”. Kevin Costner paseaba su alegría y su emoción en ese discurso de 50 segundos, seguramente los más ansiados para cualquier director cinematográfico, en el que el universo ponía sus ojos en ese suntuoso escenario que premiaba a “Danza con Lobos” como la mejor película de 1990, ganándole a las ternadas “Ghost” y “Buenos Muchachos”, esta última nada menos que de Martin Scorsese. No transcurrirían más de unas horas para que la ganadora del Oscar estuviera en las principales salas montevideanas, ni más de un mes para que se pudiese alquilar en los más de 1100 videoclubs existentes en Uruguay, en aquella época, que suena pretérita pero no lo es. Lo que décadas atrás era la pequeña inversión para un kiosco, un reparto o seguir la tradición familiar de un almacén, en los ochenta giró en la búsqueda de pools que abundaron en esquinas capitalinas, o de canchas de paddle que pulularon por barrios y ciudades, a las que se le sumaron las de fútbol cinco. Precisamente en los últimos años de esa década, la tecnología impuso las videograbadoras VHS, y con éstos llegó la invasión de salones de alquiler de películas.

 

El resultado lógico no se hizo esperar: mientras crecía el ingreso de esos pequeños emprendimientos individuales y la gente canjeaba la salida de viernes y sábados invernales por la comodidad de reuniones caseras de más larga duración y menos costosas alrededor del televisor de turno, y habiendo elegido de antemano un par de películas exitosas alquiladas por un día, la industria de las amplias salas de exhibición cinematográfica sentían más y más el impacto en sus boleterías. 

 

La cosecha a corto plazo fue el deterioro, primero, y el cierre, después, de los tradicionales cines barriales y céntricos. Y la inminente frase agorera de los eruditos populares: “Los cines dejan de existir”. Treinta años después, olvidándonos de esta situación extrema forzada por la pandemia, los cines están florecientes, sabiendo que hay una competencia directa en las plataformas de Internet, pero adaptándose a cada instante para competir. Nuestra generación llenaba los domingos de mañana la inmensa sala del CENSA con 1200 butacas para ver la matiné de “Cine Baby”. En otros horarios funcionaban -y muy bien- el Rex, el Ambassador o el Central, que tenía un aforo de 1252 butacas. Otras tantas poseía el Copacabana en Agraciada y Piria. Y el más amplio de todos, el Plaza, contaba con más de 2000 lugares.

 

Naturalmente, no fueron solo los clubes de video los que condenaron a los cines de antaño. Sin aire acondicionado, calurosos hasta el ensopado propio en verano y gélidos en invierno, de asientos de madera de escaso confort, demasiado grandes e implicando un costoso mantenimiento, no convocaban, más allá del mejor título que pudieran proyectar.

 

Un serio estudio de mercado desembocó en una adaptación a las exigencias del consumidor. Los cines se fueron a los shoppings, ofreciendo complejos de siete u ocho salas linderas para no más de 250 personas, excelente sonido e imagen, venta de comida y bebida. Siendo más claros y concretos, estudiaron lo que la gente quería y por qué no concurría, y se adaptaron para brindar lo que el cliente pretendía.

 

Es hora de que el fútbol se deje de esperar por mecenas que no existen, y no imagine más soluciones fantasiosas. Todos sabemos que hay clubes que no pueden sustentarse, que salvo los dos grandes los demás arrastran muy poca gente, que los partidos dan déficit, que la seguridad de los espectáculos es impagable en las actuales circunstancias, que la mayoría de los jugadores ganan muy poco y cobran salteado.

 

En los últimos tiempos, han gastado mucho dinero en estudios internacionales acerca de cómo sacar más plata de la televisión, cuyas conclusiones terminan siempre en lo mismo: pidan más porque en tal o cual país pagan mucho más. Pero esos cálculos etéreos, sin anclaje en las dimensiones específicas de ciertos países, nunca se confirmaron en el interés de nadie, no establecen un estudio de mercado, las preferencia de los posibles consumidores, la diferencia de población o las mínimas exigencias que el factible cliente propone para seguir a un club, ir a un partido o hacerse socio. Y si en realidad alguno de esos costosos estudios lo ha hecho, quienes los mandaron a elaborar los han ocultado. O bien se saltearon algunos párrafos.

 

Sensatez y sinceramiento requiere el fútbol uruguayo. Un análisis serio y objetivo que debe comenzar por cada institución y luego trasladarse a una AUF que deberá escuchar, analizar, dialogar y proponer. Cómo, quiénes y de qué forma pueden participar del fútbol profesional y sustentarse en el tiempo, y de esa manera otorgarles seguridad en el cobro mensual a los futbolistas. Cómo y de qué manera mejorar los espectáculos para que vaya más público, avizorar cuántos y cuáles son los atractivos que ofrecen otros  entretenimientos en cada fin de semana y que son una clara competencia. Y tener la certeza, respaldada en números concretos, de cuál es el entorno que se mueve alrededor del fútbol, y del poder adquisitivo con el que disponen para consumir el producto. Todo eso es imprescindible.

 

Seguramente, estos y muchos otros conceptos fueron manejados por las salas de cine en aquel momento, pero para ello debieron primero, y antes que nada, darse cuenta dónde estaban paradas y, desde allí, marcar un rumbo hacia el destino al que querían llegar. No hay cambios serios sin un análisis de la situación. Porque si los cines de aquel momento se hubieran limitado a discutir cuánto más había que pedirles a los productores, a los distribuidores y a las compañías cinematográficas, pensando que con eso se salvarían, seguramente no hubiesen crecido. Como en todo, hubo cines que se reubicaron, hubo esfuerzos comunes para asociarse, y otros quedaron por el camino porque no eran sustentables y lo sabían. Aunque no lo asumieron hasta que la competencia y la realidad, que es menos subjetiva de lo que muchos quieren creer, los derrumbó.

 

Confieso que casi inocentemente supuse que con más de cien días sin actividad, sin reclamos arbitrales ni técnicos destituidos o resultados que incomodaran, los dirigentes iban a darse espacio para abordar los verdaderos temas profundos de los que vengo escuchando hace años y años. Sin embargo, las reuniones virtuales siguieron siendo más de lo mismo. Como forma de provocar que aparezcan ideas, hemos comenzado con Javier Máximo Goñi y con su equipo un ciclo en “Hora 25” de Oriental titulado “Hablan los presidentes”. Se trata de una forma de escuchar y preguntar sobre la globalidad del fútbol, sobre la viabilidad misma de la actividad en nuestro país.

 

Y espero escuchar bastante más que el diagnóstico trillado que todo futbolero conoce de memoria. Pero también espero, y descuento que será así, que alguno haga un planteo de un estudio profesional que permita conocer la realidad de un mercado chico, pobre y limitado. Solo así se podrá avanzar, partiendo de hechos y no de sueños incumplibles, sabiendo cuántos somos y qué ofrecemos, en lugar de compararnos con mercados de millones y millones de habitantes.

 

Nunca es tarde, razón por la cual sería bueno que, antes del regreso a las canchas, se definieran parámetros a seguir que le dieran al fútbol la estabilidad que requiere. El cine lo hizo y, del mismo modo, el futbol debe reinventarse. Sin embargo, ya no alcanza con el rubro romántico. Deberán ponerle algo de acción, y no deberían dejarse llevar por libretos de ficción. No  obstante, hay algo peor: a veces, es tal la inoperancia que el filme es digno de un guión perteneciente al género del terror.

 

Queda, así las cosas, una esperanza. Y es que el final de la película lo escribirá el fútbol mismo. Aunque no admita más demoras.