“Cacho” Blanco: “El espíritu del jugador no se pierde nunca”

Con 74 años recién cumplidos, el eterno ídolo tricolor habló de su carrera, de su vida entre Dolores, Montevideo y Neptunia, y de los tiempos en que el fútbol uruguayo importaba estrellas.




Blanco, un ganador nato que ama el fútbol y que cifra en la salud y en la familia sus anhelos más íntimos, retratado por Fernando González.


6 agosto, 2020
Las leyendas hablan

Suele ser una simplificación grosera, o en ocasiones una exageración simpática, el vínculo que la prensa establece entre los ídolos y la palabra “gloria”. Pero eso no ocurre con Juan Carlos Blanco Peñalva, a quien la gloria le pertenece enteramente. Si no a él, ¿a quién?

Ex futbolista del San Salvador de Dolores, del Racing Club de Montevideo y de la selección uruguaya pero, sobre todo, del Real Zaragoza y del Club Nacional de Football, el ex defensor protagonizó, con su elegancia, su polifuncionalidad, su disciplina táctica y su eficiencia, dos etapas de brillo tricolor en las que ganó seis Campeonatos Uruguayos, una Copa Interamericana, dos Copas Libertadores de América y dos Intercontinentales. Dicho más sintéticamente: Blanco conjugó tanto el verbo “ganar” que lo gastó.  

Para recordar los inolvidables tiempos en que fue compañero de Ildo Maneiro, de Luis Cubilla, de Víctor Espárrago, de Luis Artime, de Hugo de León y de Waldemar Victorino, y para hablar de sus días luminosos en Dolores, de su presente y de los jugadores contemporáneos que más se le parecen, ha sido esta entrevista con Tenfield.com, realizada pocas horas después de que “Cacho” cumpliera 74 años de edad.

 

¿Cuán distinto fue este cumpleaños en una sociedad semiaislada y un poco temerosa?

-Y bueno, desde hace algunas semanas me he adaptado a las circunstancias. Yo estoy en Neptunia Norte, con lo cual me siento un poco más aislado de todo el mundo, a pesar de que vivo con mis hijas y con tres nietos. Y el lunes fue un día muy especial, porque lo único que funcionó permanentemente, gracias a Dios y desde las primeras horas de la mañana, fueron las llamadas y los mensajes de los hinchas, los amigos y los familiares. Festejé con mis tres hijos y con todos mis nietos, tratando de respetar este momento bastante particular.

 

-¿Le sigue sorprendiendo que la gente sea tan cariñosa con usted?

-La verdad que sí. En Instagram fue increíble lo que pasó: realmente me sorprendió. Además, muchas de las personas que me escribieron ni siquiera me llegaron a ver jugar. Después, los amigos y los hinchas mayores me hicieron llegar su saludo, más que nada a través de Whatsapp. Creo que la cuarentena hace la mucha gente esté más interiorizada respecto a la realidad de los clubes, y también hace que estemos más pendientes del celular. Quizás eso ayudó un poco.

 

-Su manera de ver el fútbol, ¿ha cambiado con la madurez?

-¿En qué sentido?

 

-Si tiene otra concepción sobre el juego o si lo ve con más calma o con menos adrenalina.

-No, la adrenalina siempre aparece, y más cuando, como ocurre en mi caso, estás adentro del club. No es la misma sensación la que te produce este vestuario que la que tenías en la época en la cual jugabas, porque los años te van dando otro estado de ánimo, ¿verdad? Pero conservás el espíritu del jugador: eso no lo perdés nunca. El fútbol ha cambiado en muchos aspectos, como por ejemplo en la mejoría del estado de las canchas o en la parte física, lo cual se nota en el juego, que es más rápido. Pero la esencia se mantiene.

 

-A cuarenta años de que Nacional saliera Campeón de América y del Mundo, ¿qué le aportaron al equipo usted, Espárrago y el “Cascarilla” Morales, y qué relación mantiene con ellos?

-Empiezo por la segunda. Con Víctor mantenemos una buena relación, y él también sigue vinculado al club. Pero con el “Cascarilla”, lamentablemente por cuestiones de salud, eso no es posible. Y lo que aportamos nosotros fue la experiencia de Europa, la seriedad, el comportamiento y el intento de marcar el ejemplo con nuestra conducta, porque hablábamos muy poco, éramos los últimos en irnos de los entrenamientos y teníamos seriedad dentro de la cancha. Eso ayudó a que, con la llegada de  Dante Iocco, que fue muy importante, y con la de Gesto y Mugica, el equipo se asentara y todos creyéramos en el proyecto.

 

-Dijo Eduardo de la Peña, entrevistado en esta sección: “Víctor, ‘Cascarilla’ y ‘Cacho’ venían con muchos años de fútbol y con una gran experiencia adquirida en el exterior. Y además eran gente buena, divertida y trabajadora. No enseñaban con la palabra porque ninguno era hablador, pero sí con su forma de ser dentro y fuera de la cancha. La verdad es que eran unos fenómenos”. ¿Qué siente cuando escucha esto?

-Me gusta mucho, porque he vivido procesos diferentes. Por un lado, el que mencioné recién, y en el que nosotros hablábamos poco pero marcábamos el ejemplo con una actitud de trabajo y de profesionalismo. Me alegro de que Eduardo lo haya entendido de esa manera, y pienso que es el sentir de todo ese grupo. Y bueno: los tres veteranos teníamos a Juan Mugica, que era un amigo y había sido nuestro compañero en 1971. Pero él nunca sintió la necesidad de decirnos: “Muchachos, estoy del otro lado, ahora tienen que mantener la distancia o respetarme de otra forma”. Los primeros en asumir nuestra condición fuimos nosotros, y siempre respetamos las decisiones del cuerpo técnico.

 

-De la Peña, Victorino, Rodolfo Rodríguez, Espárrago y Hugo de León, por un lado. Manga, Masnik, Cubilla, Maneiro y Artime, por otro. ¿Qué significó para usted jugar con talentos tan distintos pero tan notables como ellos?

-Hay casi una década entre una copa y la otra. En el 71, junto con Ancheta y Maneiro, nosotros éramos los más jóvenes del equipo. Y obviamente teníamos a verdaderos referentes de la institución, como el “Peta” Ubiña, que era el capitán, o Artime, Cubilla y Manga. En cambio, en el 80 pasamos al otro lado y nos convertimos en referentes. No es que remarque el tema para presumir ni mucho menos, pero no debe haber muchos casos en el mundo de jugadores que hayan salido campeones de América habiendo pasado diez años de por medio. Es increíble.

 

-Por supuesto. El solo hecho de que Espárrago, Morales y usted hayan salido campeones del Mundo en dos períodos distintos, sin importar la diferencia de tiempo entre ambas consagraciones, es extraordinario. Pero ¿quién era el jugador más talentoso o, si prefiere, el que tenía mayor calidad técnica de aquellos planteles?

-Yo creo que en el 71 Maneiro marcaba la diferencia en ese sentido, porque era distinto a los demás. Y en el 80, Eduardo de la Peña y Arsenio Luzardo tenían una gran calidad técnica.

 

-Entre esas muy buenas versiones de un Nacional que ganó todo, ¿qué diferencia estilística había entre el equipo de Washington Etchamendi y el de Juan Martín Mugica?

-Partamos de la base de que el Nacional del 71 hoy sería soñado, porque la juventud no entiende cómo Manga, que era el arquero de la selección brasileña, jugaba en Montevideo. Luis Cubilla era otro fenómeno, y había sido ídolo en Peñarol y en River argentino. Y teníamos a Luis Artime, un goleador extraordinario en River, en Palmeiras, en Independiente y en la selección argentina. O al chileno Ignacio Prieto, un tremendo jugador que no se recuerda demasiado porque muchas veces estuvo sentado en el banco. Hoy todo esto sería una locura. Respecto al Nacional del 80, creo que tuvo un gran mérito Juan Mugica, porque debemos recordar que estuvimos a punto de quedar afuera de la Copa Libertadores. De hecho, jugamos un partido de desempate contra Peñarol, para definir cuál era el segundo equipo de Uruguay en clasificar detrás de Defensor. Después ganamos todo, fijate lo que es el fútbol. Y de a poco nos fuimos armando, porque trajimos a dos extraordinarios laterales, como Washington González y “Chico” Moreira, subió Luzardo de las juveniles y conservamos a jugadores del club, como Bica, Victorino, el “Cascarilla” por izquierda, Espárrago en la mitad de la cancha, el Hugo atrás y yo como líbero. Terminó siendo un equipo extraordinario. Pero te diría que, aunque tanto el del 71 como el del 80 fueron equipos prácticos, el del 71 tenía una calidad que sobrepasaba los límites de Uruguay. En esa época viajábamos mucho por América y por Europa, jugábamos contra clubes de primer nivel, y lo cierto es que nos tratábamos de tú a tú. Y el “Pulpa” Etchamendi, que era un hombre que sabía de fútbol, que estudiaba a los contrarios y que tenía una filosofía de vida, una personalidad y una psicología muy particulares, nos dio el toque final.

 

-Qué bárbaro. ¿Cuánto le sirvió haber jugado en el Zaragoza para ser un futbolista no solo más experiente, sino también más versátil?

-Mucho. En el Nacional del 71 jugué en los dos laterales, sobre todo en el derecho, cosa que también hice en el Zaragoza, donde debuté como lateral izquierdo. Pero en la última temporada en España, el “míster” me dijo: “Mire, Blanco, usted debería darme una mano de volante”. Mirá lo que te estoy diciendo. Así que de visitante jugaba como volante y, de local en La Romareda, como líbero. Nunca había estado ahí, pero conocía un poco la función porque en las categorías menores de Nacional había sido zaguero.

 

-Usted ganó cinco Campeonatos Uruguayos…

-En realidad seis, ¡porque en el 66 jugué un partido! (risas).

 

-Muy bien, seis. ¿Qué diferencia había entre jugar un clásico en aquella época y disputarlo ahora, sobre todo desde el punto de vista cultural?

-Había mucha mayor tolerancia en las hinchadas, que no requerían separación. Recuerdo que la famosa batucada de Nacional iba a la Amsterdam sobre la América, mientras que la de Peñarol iba a la Amsterdam, pero contra la Olímpica. Aparte, los parciales convivían, incluso con camisetas repartidas en una misma familia. Y el Estadio se veía bonito porque estaba lleno, sin huecos provocados por lo que nos sucede hoy. Eso no me gusta nada. Tenemos que buscarle la vuelta para que la gente entienda que, aunque sea una pasión alimentada por el intercambio a veces grosero que se da en las redes sociales, el fútbol es un deporte. Después, los clásicos despiertan los mismos sentimientos de siempre. A mí me tocó ganar y perder, pero era el partido que quería jugar.

 

-¿Quiénes fueron los mayores cracks de Peñarol que usted enfrentó?

-Elías Ricardo Figueroa, Ladislao Mazurkiewicz, Roberto Matosas, Ermindo Onega y Raúl Castronovo. Eran dos equipos… madre mía. ¡Qué bárbaro! Cómo cambió el fútbol, ¿no?

 

-Parece ciencia ficción…

-Y antes de que llegaran Cubilla, Artime y Manga, vino directamente de Boca a Nacional José Sanfilippo, uno de los mejores jugadores argentinos de la historia.

 

-¡Por favor!

En ese momento, era el segundo futbolista más brillante del mundo, después de Pelé. Recuerdo que yo jugaba en cuarta división e iba a verlo entrenar al Parque Central. Era una maravilla. Y de no haber sufrido una doble fractura en un partido amistoso contra el Vasco da Gama, Nacional seguramente hubiera salido Campeón de América, porque el equipo parecía imparable de local y de visitante, con goles constantes de Sanfilippo o de Leites. Pero demoró en recuperarse, y cuando volvió ya no fue el mismo.

 

-¿Qué jugador actual se parece a “Cacho” Blanco?

-Pah, ¡me pusiste en un aprieto! Mathías Laborda juega muy bien de zaguero, pero tiene un físico que le permitiría ser lateral. Aunque pienso sobre todo en Matías Viña, quien jugó mucho tiempo de zaguero y cuyo fuerte era el lateral. Tiene un físico adecuado, era delgadito, y su ida y vuelta hacía que, cuando metía un par de piques a los 85 minutos, el contrario dijera: “Pero cómo, ¿éste todavía sigue subiendo?” ¡Te destruye! (risas). De todos modos, no es fácil establecer un paralelismo.

 

-Dígame una cosa. Pese a ser un referente que actualmente trabaja en el club, y habiendo ganado tanto, ¿cree que Nacional debió haberle dado la oportunidad de ser el director técnico principal?

-Yo qué sé, capaz que sí. Sin embargo, aunque estuve en varios equipos, no tuve continuidad ni mostré como como técnico la misma vocación que había mostrado como jugador.

 

-“Cacho”, ¿usted tiene arrepentimientos?

-No. Me siento pleno por haber hecho todo lo que hice, y desde que tengo uso de razón mi proyecto de vida ha sido jugar al fútbol. Muy pocas veces sentí que alguien tuviera que darme un consejo, porque siempre supe que para ser un buen deportista había que cuidarse, descansar, alimentarse y actuar como un buen profesional. Desde, te diría, el San Salvador de Dolores, el club que lleva el nombre del río que cruza nuestra ciudad.

 

-¿Extraña Dolores?

-Sí, y estoy en deuda porque tengo a mis hermanos, a mis sobrinos y a varios amigos. Visito poco mi ciudad, a pesar de que siento la necesidad de ir.

 

-¿Cómo era la Dolores donde “Cacho” Blanco creció?

-Era una ciudad que tendría 7 u 8 mil habitantes, un lugar donde había ocho equipos entre la A y la B, con ascenso y descenso, porque todo el mundo jugaba al fútbol (risas). La verdad es que era muy folclórico, iba muchísima gente a los partidos, y tengo un recuerdo muy lindo de mi infancia y mi adolescencia en Dolores, a pesar de que la dejé muy joven para ir a Nacional, con apenas 17 años. Estamos hablando de otra época, hace más de cincuenta años. Aquello para mí fue equivalente a lo que hoy sería ir a la luna (risas). Ahora cambió todo, los chicos vienen con 13 o 14 años, y desprenderse de la familia y de los amigos es más fácil. Cuando yo quería hablar con mi casa, mi padre tenía que esperar una llamada durante dos horas. La vida funcionaba de esa manera.

 

-¿Y qué le queda por hacer en sus próximos 74 años?

-¡Ojalá llegue! (risas). En esta recta final me queda disfrutar de mi familia, de mis hijos, de mis nietos, de mis amigos, de poder seguir estando en Nacional, de ir al fútbol. Y sobre todo, viva mucho o poco, estar bien de salud. Es lo que más deseo.