Waldemar Victorino: “Es increíble haber podido jugar en el club de mis amores”

El ex centrodelantero Waldemar Victorino, campeón de todo con Nacional y del Mundialito -en el que fue el máximo goleador- con la selección, habló de su carrera como ídolo histórico tricolor.




Waldemar, fenómeno del Nacional 1980, retratado por Fernando González en su casa del Cerro.


6 agosto, 2020
Las leyendas hablan

Es probable que un ídolo histórico del Club Nacional de Football sea respetado por los aficionados del Club Atlético Peñarol. Pero es improbable que su figura resulte simpática y hasta querible para miles de aficionados aurinegros. Y sin embargo, ese es el caso de Waldemar Victorino Barreto, cuyos tres gritos de gol en la Copa de Oro de Campeones Mundiales, a casi cuarenta años de una consagración soñada, continúan siendo un símbolo libertario, fraterno y horizontal de unión entre los orientales.

Ex jugador de múltiples equipos, desde los iniciales Cerro y Progreso hasta el Club Atlético Defensor Lima, pasando, entre otros, por Newell’s Old Boys, por el América de Quito, por el Cagliari y por el Deportivo Cali, Victorino dejó su estampa de bestia del área chica y de cabeceador implacable en cada cuadro en el que estuvo.

Pero fue en Nacional donde salió Campeón Uruguayo, de América y del Mundo, convirtiéndose en goleador de la Copa Libertadores de 1980, por encima de figuras como Ramón Díaz, Jorge Armando Sanabria y Evaristo Isasi, y marcando el gol de la serie definitoria contra el Inter de Porto Alegre. Además, Waldemar anotó el único tanto de la final de la Copa Intercontinental que los albos le ganaron al Nottingham Forest 1 a 0, el 11 de febrero de 1981 en el Estadio Olímpico de Tokio.

Pocos días después de haber cumplido 68 años, y coincidiendo con el 121 aniversario del cuadro del que siempre fue hincha, Victorino -un hombre con una disciplina admirable, que no reniega de sus orígenes ni de los valores que lo definen, y que trabajó como limpiavidrios y limpiabaños, domesticador de perros y changuero en el Mercado Modelo- habló con Tenfield.com de su trayectoria de gloria tricolor y celeste.

Y desde sus compañeros del 80 y del Mundialito hasta Óscar Washington Tabárez, Juan Martín Mugica, Esteban Gesto, Roque Gastón Máspoli, Dios, la pelota y el barrio, el ex goleador del Campeonato Uruguayo y de la Serie A de Ecuador no dejó tema por tratar.

 

-Entre los oficios que usted ejerció, figura el de haber domesticado pastores alemanes. ¿Qué aprendió de ellos?

-Trabajé muchos años, casi nueve, con pastores alemanes, desde que eran cachorros hasta que iban creciendo, fui a competir por Uruguay en Brasil y en Chile, y por suerte trajimos un primer premio importante. Hay que saber adiestrarlos, porque en definitiva el pastor alemán reúne un poco de cada perro: la inteligencia, el diente, la boca grande, el cuero grueso, la fuerza en las piernas, la resistencia. Por esa mezcla de cualidades, la policía lo usa. Yo llegué a tener desde chiquita a una perra que se llamaba Bully. Empezamos a competir en estructura y gané muchos títulos con ella. Aparte, la había acostumbrado a hablarle como si fuera una criatura. Y siempre me hacía caso. Lo que pasa es que al pastor alemán lo único que le falta es hablar. No habla, ladra. Pero si hablara, sería un ser humano más.

 

-Qué lindo. Estamos en pleno aniversario de Nacional, así que, antes de hablar de fútbol, ¿qué significa el club emocionalmente?

-Mirá: mi familia, mis amigos y el Club Nacional de Football son todo lo que tengo en la vida.

 

-Usted en Nacional jugó poco tiempo, pero con una intensidad, un éxito y una cantidad y calidad de goles increíble. ¿Lo sigue emocionando el recuerdo personal, y la pasión que en la gente genera ese recuerdo, del grito en la final de la Libertadores y también de la Intercontinental?

-Sí, me emociona muchísimo. Cada vez que pasan esos goles o se acerca la fecha, me sucede eso. Es muy difícil describirlo con palabras, pero puedo sentirlo por dentro. Para mí es increíble haber podido jugar en el equipo de mis amores. Siempre fui hincha de Nacional. No te olvides de que empecé a jugar al fútbol a los 22 años, y de que solía escuchar los partidos de los campeones del 71, cuando el goleador era Artime. Y bueno: me hacía la ilusión de poder ser como ellos algún día. Y logré con mucho trabajo llegar al club.

 

-¿Podría narrar su emblemático comienzo?

-Antes de los 22 años yo era un muchacho, y me gustaba mucho tomarme alguna cervecita o ir a bailes como el Sudamérica y el Colón (risas). Pero todo cambió cuando un amigo arregló para que fuera a entrenar a Progreso. Le ganamos 2 a 0 a Basáñez y jugué de centrodelantero, cuando en realidad yo era un mediocampista ofensivo. Así que tuve la suerte de hacer dos goles, y Óscar Omar Míguez, que era amigo del técnico Julio Larrosa, le dijo: “Quedate con el más chico, yo sé por qué te lo digo”. Y ahí empezó mi carrera, porque me vinieron a hablar y acepté, a cambio de que me pagaran lo mismo que ganaba en el Mercado Modelo. Y bueno: salí goleador o segundo goleador de la B, pero Progreso bajó a la C (risas).

 

-Repasemos la gestación de tres goles históricos, desobedeciendo el orden cronológico. José Hermes Moreira por la derecha en la Intercontinental, con un desborde para una definición notable de Victorino. Con un centro, también desde la derecha pero de pelota quieta y en la final del Mundialito, Venancio Ramos: gol de cabeza suyo. Y otro desborde por la derecha de “Chico” Moreira para un nuevo grito de Waldemar de cabeza, aunque por la final de la Libertadores. Linda coincidencia para evocar hoy y homenajear a los pasadores que dejan al goleador en posición privilegiada, ¿no?

-Lo que pasa es que el “Chico” Moreira fue el último gran lateral que tuvo el fútbol uruguayo. Marcaba bien, subía con velocidad y te daba la pelota servida para que definieras.

 

-Pero ¿por qué usted dice que es fácil hacer goles?

-Porque yo entrenaba durante toda la semana la definición y la técnica. De esa manera, todo resulta más sencillo. A Progreso iba media hora antes, tomaba un balón, empezaba a dominarlo, hacía el trabajo que indicaban el entrenador y el preparador físico con mis compañeros, y me quedaba solo a trabajar en definición. Y me daba cuenta de que daba resultado. Además, después de hora hacía el largo de la cancha y el borde del área grande. Habrá doce, trece metros ahí. Siempre que terminaba los entrenamientos me dedicaba a las velocidades cortas: parado, sentado, boca abajo, boca arriba, de izquierda y de derecha. Y recién ahí me iba a duchar.

 

-¿No hay que tener una cualidad humana y futbolística para meter tres goles en tres finales tan definitorias?

-No. Primero, para practicar el fútbol te tiene que gustar. Segundo: tenés que poner todo el amor propio y la voluntad para lograr esas cosas. Sin ese trabajo, yo no hubiera llegado adonde llegué, por mejores condiciones que tuviera. Pero además para ser futbolista vos tenés que traer algo en la sangre, igual que para ser escribano, médico o periodista. Y luego debés desarrollar esa aptitud y encontrar a la persona justa para que te enseñe todos los secretos. Yo tuve muy buenos técnicos y muy buenos médicos, y ellos me enseñaron a definir, a no hablar, a alimentarme adecuadamente y a alcanzar lo que alcancé.

 

-Convengamos que usted no se ponía nervioso…

-Los técnicos y los jugadores más grandes me ayudaron. Cuando uno está en la puerta del arco para definir, es cuando debe tener más calma.

 

-Waldemar, ¿cómo recuerda a Mugica y a Gesto?

-Uh, para mí son dos ídolos. El profesor Gesto hablaba poco, pero con enorme precisión, y siempre le sacó lo mejor a cada jugador. Y Juan Martín Mugica, que había sido campeón en el año 1971, también era callado y nos potenciaba. Cuando veía que algún futbolista tenía un problema, iba, se arrimaba caminando con las manos atrás, se lo llevaba, y los dos se alejaban caminando y hablaban, hasta que Juan Martín encontraba la solución. Y también tuve a Roque Gastón Máspoli, que fue como un padre.

 

¡Todos dicen que era un padre!

-Es que era un tipazo. ¡Y mirá que era bastante calentón, porque cuando no le gustaba una cosa lo decía, daba un golpe en la mesa y levantaba la voz! (risas). Pero te hablaba de tal manera… Le gustaba jugar a las cartas, al tute, y le daba gusto ayudar a la gente. Era un tipo pa’ todas.

 

-Qué evocación. ¿Cómo ubicaría usted la calidad del Nacional Campeón de América y del Mundo de 1980, en relación al de 1971 y al de 1988?

-Bueno, las comparaciones son odiosas, ¿verdad? Pero el del 88 jugaba menos que el del 80 y que el del 71, aunque ponía más. Tenía mucha más fuerza, más potencia, y realmente hacía notar su presencia dentro del campo de juego, ¿me entendés? No jugaba tanto, pero reunía todas esas condiciones. Yo digo que los equipos del 80 y el 71 están iguales, eran bárbaros y jugaban casi de la misma forma.

 

-¿Pragmática?

-Sí, nosotros fuimos muy prácticos. Éramos solo 18 o 19 futbolistas y, para hacer fútbol los jueves y completar el plantel, llevábamos a compañeros de la tercera división. Y eso nos llevó a ser muy unidos. Además, si vos te lesionabas y salías, ah: era muy difícil que volvieras a entrenar. Nacional era un equipo ganador, con un sistema diferente de juego, que apretaba en campo contrario, y que cuando robaba la pelota ya estaba en el arco rival. A diferencia de otros equipos uruguayos, nosotros no esperábamos.

 

-¿Cómo definiría a Eduardo de la Peña, a Hugo de León, a Víctor Espárrago y a Julio César Morales?

-El Hugo de León era un exquisito. Yo no vi a un back más técnico que él, salvo Manicera. De la Peña le pegaba con las dos piernas, era un tipo muy inteligente, sensacional, que sabía cómo jugar y dónde poner la pelota. Morales le pegaba de aire de una manera impresionante, con fundamentos y potencia. Nunca más vi esa calidad. Cuando nosotros salimos campeones en el Parque Central frente a Defensor en 1980, recuerdo que en una jugada clave desbordó Alberto Bica, metió un centro, yo entré para cabecear y hacer el gol, y vino “Cascarilla” Morales y me dijo: “Deje eso, que es de papá” (risas). Así que le amagué a Freddy Clavijo, el arquero de Defensor, ¡y él la agarró de volea con la zurda y la clavó contra un palo! Con su experiencia, “Cacho” Blanco, Espárrago y Morales, eran la amalgama perfecta. Ellos te iban ubicando, te iban llevando, no te levantaban la voz, se preocupaban por ti y te hablaban bien. Después veníamos los de mediana edad, y finalmente los jóvenes, a los que les hablábamos nosotros o los más grandes. Pero Víctor Espárrago fue el mejor capitán que tuve en mi vida.

 

-Tanto Eduardo de la Peña como Walter Olivera, entrevistados recientemente en “Las leyendas hablan”, subrayan lo bien que se llevaron los jugadores de los grandes durante el Mundialito. ¿Coincide? ¿Y cómo fue liberar por un rato de la opresión a tanta gente?

-Es cierto: nos llevamos bárbaro, éramos una familia. Cuando vas a la selección, te olvidás de las camisetas porque estás defendiendo a tu país. Y nosotros pusimos todo lo que teníamos que poner, con un gran apoyo del público y de los dirigentes. Lo hicimos y fuimos campeones, ganando todos los partidos. Y sí: mucha gente se sentía oprimida. Después de vencer a Brasil, nos fuimos con el ómnibus hasta la Plaza Libertad, seguimos por 18 de Julio y por la Rambla, y llegamos a San José para darle las gracias a la gente del departamento, donde habíamos concentrado y hasta habíamos pasado las fiestas. Pensá que al Mundialito vinieron los mejores jugadores del mundo. Y les ganamos. Pero todo ese festejo posterior se pareció a un sueño.

 

-Impresionante. ¿Quién es el jugador más talentoso al que enfrentó y con el que jugó?

-Mis compañeros más talentosos fueron De la Peña, quien le pegaba con las dos piernas, sabía dónde iba yo y ponía exactamente ahí la pelota, y Morales, que tenía una técnica bárbara. En Nacional, los dos me hacían jugar. En la selección, tuve a monstruos como el “Chicharra” Ramos y Rubén Paz, que además son sensacionales como personas. Y los rivales más talentosos que enfrenté fueron Paolo Rossi y Giancarlo Antognoni, ídolo histórico de la Fiorentina.

 

-Cambiemos de tema. ¿Por qué usted no idealiza a Tabárez?

-Porque todo lo endiosan como si le hubiera puesto el cuero a la pelota. Y si bien yo no desconozco lo que hizo por el fútbol uruguayo, la realidad es que ganó una sola Copa América en 15 años, a pesar de lo cual hay que felicitarlo, porque nos llevó a todos los Mundiales. Pero de ahí a ser un héroe, no: muy lejos. Lo que pasa es que en Uruguay somos de memoria corta y nos olvidamos de las viejas glorias, de los jugadores, los preparadores físicos y los entrenadores que le dieron títulos mundiales a la selección. ¿Sabés cuándo ganamos a ese nivel por última vez?

 

-En la Copa de Oro de Campeones Mundiales.

-Exacto. ¿Te das cuenta? Desde ese momento no se gana nada. ¿Cómo voy a idealizar a Tabárez, si a lo largo de la historia hemos triunfado a nivel mundial y olímpico? Materia prima no le ha faltado. Simplemente, la prensa lo endiosó, y yo no estoy de acuerdo. No nos podemos olvidar de los técnicos que ganaron todo. No es que yo esté contra Tabárez, sino contra quienes lo idealizan. Yo creo que es una buena persona, que fue un buen back central y que es un buen entrenador.

 

-Waldemar, ¿usted es una persona feliz?

-Sí, soy muy feliz.

 

-¿Qué significado tienen el Cerro y La Teja?

-Son parte de mi vida. ¿Viste que en otros tiempos iban a tener familia y estaba la partera ahí? Bueno: yo nací en mi casa del Cerro, no estuve en un sanatorio. Y el Cerro ha sido todo para mí. Una vez que empecé a progresar y que jugué en Nacional y en la selección, me mudé a Pocitos y a Punta Carretas. Hasta que un día pensé: “Eso no es lo mío. El Cerro es mi casa”. A Uruguay lo llevo en el alma, pero éste es mi lugar, donde vivo ahora. Soy un muchacho de barrio.

 

-¿Cómo es eso?

-Que las luces no me ciegan: a mí dame mi barrio, donde viven muchos amigos y donde demoro tres horas en hacer un mandado, porque me quedo hablando con la gente. Hace más de veinte años que ando en ómnibus. No tengo auto, a pesar de que tuve tres cuando jugaba y después de jugar al fútbol. Pero me he dado cuenta de que con el tiempo empiezan los dolores: del brazo, de la rodilla, del tobillo, de un músculo, un tendón o un hueso. Y dije: “No, no, no. Esto no va a pasar conmigo”. Así que salgo a entrenar, estoy como para jugar y no me puedo quejar, porque nunca entré a un sanatorio. Son cosas que muchas veces el ser humano, que quiere ir a más o ser alguien, no entiende. Porque uno no es alguien por decir: “Quiero ser o tal cual persona”. Uno es alguien por lo que hace.

 

-Entonces, ¿quién es Victorino?

-Un tipo sencillo, humilde, que viene de una familia bastante pobre, si bien mi padre trabajó constantemente y nunca me faltó abrigo, comida ni casa. Y un muchacho de barrio que entiende la realidad y que, con un grupo de amigos, ayuda a mucha gente. Cuando una persona necesita algo y pasa por casa, siempre se lleva alguna cosa para comer, y yo digo lo mismo: “Ojo, no vayas a hacer ninguna macana”. Eso es muy importante. Pero jamás me creí más que nadie.

 

-Y como en la canción “Solo le pido a Dios”, ¿qué pide usted?

-Primero, que nos saque de la pandemia que estamos viviendo. Después, muchas veces se dice que Dios no es justo, pero no es cierto. ¿Sabías que yo fui monaguillo?

 

-¡No! ¿En serio?

-Sí. Dios es justo porque hace lo que tiene que hacer, a su debido tiempo y con todo el mundo. Dios aprieta, pero no ahorca. Confiar en Dios para mí es algo natural, y yo realmente trato de ayudar y de desearles felicidad a las personas.