Alzamendi, estrella binacional: “Nunca me gustó el ruido”

El ex delantero habló sobre su carrera en la selección, en Independiente y en River Plate -donde es uno de los ídolos históricos-, sobre los amigos que mejoraron su vida y sobre su amor por Cardona.




El "Hormiga", un libro abierto que no cuenta la historia como testigo, sino como protagonista.


22 mayo, 2020
Las leyendas hablan

La palabra “leyenda” no debería utilizarse livianamente. Entonces usémosla como corresponde, para que figure al lado de un hombre que la merece: Antonio Alzamendi Casas, oriental.

Nacido el 7 de junio de 1956 en Durazno, Alzamendi jugó, entre otros, en el Club Nacional de Football, en los Tecos de Guadalajara y en el Logroñés de España, obtuvo como máximo goleador el Campeonato Uruguayo de 1985 con Peñarol, y conquistó el Torneo Nacional con Independiente en 1978.

En ese club se fue transformando en el jugador brillante que seguiría siendo durante una carrera que, tras cuatro años con el “Rey de Copas”, lo llevó al Club Atlético River Plate, donde es ídolo histórico.

Allí, el ex puntero derecho salió campeón de Argentina, de América y del Mundo en 1986, culminación que alcanzaría festejando a lo grande la única Intercontinental que el “Millonario” de Nery Pumpido, Nelson Gutiérrez, Oscar Ruggeri, Américo Gallego, Héctor Enrique y Norberto Alonso consiguió en la historia, el 14 de diciembre de 1986 en el Estadio Olímpico de Tokio, tras vencer 1 a 0 al Steaua de Bucarest. ¿El gol? Alzamendi, por supuesto.

“En los lugares donde he ido, he estado en zonas más tranquilas que céntricas. Nunca me gustó el ruido”, asegura hoy pese al éxito atronador que consiguió a lo largo de su vida deportiva quien también disputara dos Mundiales y dos ediciones de la Copa América con la selección uruguaya, quedándose con la versión de 1987 contra Chile en Argentina, y venciendo en la semifinal a la selección de Diego Armando Maradona por 1 a 0. ¿El gol? Alzamendi, por supuesto.

Sobre ese pasado de luz, pero también sobre la vida después del fútbol y sobre los valores que le permitieron brillar profesionalmente sin perder el humor y la sencillez de siempre, el “Hormiga” habló hace pocas horas con Tenfield.com.

 

-¿Qué le atrae de Cardona, cuyo estilo de vida contrasta con las luces de Montevideo, de Europa y de Buenos Aires, ciudad en la que usted es tan querido?

-Yo siempre fui de pueblo. Incluso en las ciudades grandes, como Buenos Aires, normalmente viví en las afueras, por ejemplo en la Provincia. He preferido zonas más tranquilas que céntricas, y nunca me gustó el ruido. Y acá, donde conocí a mi señora hace 16 años, estoy bárbaro. Nos encontramos siendo veteranos, estando divorciados los dos, y bueno, ta: ella tiene dos hijos, yo tengo los cuatro míos y mis nietos, y me agradó el lugar, encontré una cancha abandonada, la compré cuando fui a dirigir a Perú y la empecé a armar de a poco. Me gusta vivir aquí y disfrutar de la tranquilidad de Cardona. Lo que quizás extrañe un poco sea el ritmo que tenía cuando jugaba o dirigía, es decir estar trabajando con el fútbol de alguna manera. Pero no extraño Buenos Aires ni ninguna ciudad grande. Por ejemplo, escogí Quilmes, Avellaneda, Bernal y Acassuso, con sus casas con fondo, con pájaros, con perros y con una parrilla para hacer asado. Solo estuve en una zona céntrica un año, cuando viví a cuatro cuadras de la cancha de River, en Libertador y French.

 

-¿Qué es lo que más lo entusiasma en la vida?

-Disfrutar de mi señora y de mis hijos y mis nietos, a los que ahora lamentablemente veo poco. Y me gustan mucho el lugar que tengo y la naturaleza. No soy pretencioso. Siempre fui así, incluso cuando tenía plata.

 

-De ese carácter surgía la anécdota de Ruggeri, quien a pedido del presidente del Logroñés eligió un auto de lujo, mientras que usted cumplió con ese pedido optando por un auto mucho más austero…

-Es que no quise abusar. Oscar lo podía hacer porque fue el jugador que habían contratado originalmente, y el que me había llevado al Logroñés. Así que me quedé con un buen Opel, que era un auto cero kilómetro en Europa, y Oscar eligió un Audi y me preguntó por qué yo había elegido eso (risas). He tenido algún BMW y todo, pero a la larga fui entendiendo que la vida es otra cosa.

 

-En una época sin fútbol, un testimonio como el suyo puede convertir la palabra en una imagen indeleble. Por lo tanto, me gustaría que recordara a algunos compañeros extraordinarios con los que jugó a lo largo de su carrera. Concretamente, a Enzo Francescoli, Claudio Caniggia, Daniel Passarella, Rubén Paz, el “Beto” Alonso y Ricardo Bochini.

-Todos los que me nombraste hoy en día serían impagables, porque tenían un estilo excepcional. El Enzo era un jugador sensacional y con capacidad goleadora, un verdadero príncipe con la pelota, un flaco que aguantaba patadas, un futbolista completo y un tipazo. En realidad, todos eran completos, pero además eran grandes personas. Bochini, Alonso, Enzo y Rubén Paz hoy estarían entre los mejores del mundo. Respecto a Passarella, es uno de los mejores zagueros que vi en mi vida. Le pegaba notablemente a la pelota, era excelente, cabeceaba muy bien y encima era elegante. Tenía la clase de Elías Ricardo Figueroa, pero también te pegaba (risas). En Independiente, Trossero te metía desde atrás un pase de gol. Y el “Mariscal”, con quien dialogué cuando yo dirigía a Fénix y él a Uruguay, hacía lo mismo. Es difícil encontrar zagueros como él hoy, o como Ruggeri, Nelson Gutiérrez, Hugo Villaverde y Enzo Trossero. Después, no los nombraste pero me saco el sombrero por dos punteros uruguayos: Venancio Ramos, que desbordaba muy bien y definía notablemente en diagonal, y Ruben Sosa, que esquivaba a la carrera, remataba tiros libres y tenía un zurdazo espectacular. Y Caniggia era un avión, un jugador muy guapo y un infierno en velocidad con la pelota, con una gran capacidad para driblear a la carrera. Lo tuve como pibe prácticamente, él pasaba al lado mío, yo le hablaba, y la verdad es que lo adoraba. En algún momento la gente llegó a pensar que tenía celos de Caniggia. Pero nosotros no entramos en eso, al revés: un día él hizo un gol, lo levanté y se lo mostré a la hinchada de River, como diciendo: “Acá está, éste es un fenómeno y comparto con él la delantera sin ningún problema”.

 

-¿Quién provocó el conflicto?

-La prensa sacó un dicho de contexto, pero el problema estuvo en que Carlos Griguol me dijo: “Vos vas a jugar por la izquierda”. Y yo le contesté que no podía, que era un desastre por ese sector, y que me podía sacar porque no iba a rendir: “Si quiere, sáqueme y ponga al pibe, no tengo ningún problema”. Entonces, me explicó que iba a jugar con los dos, y que nos teníamos que cambiar de lugar dos por tres. Y nos entendimos y jugamos notablemente juntos. Y te digo más: me llevo muy bien con él y nos hablamos seguido por Whatsapp. Con Claudio, igual que con Ruggeri y Rubén Paz, la relación es formidable.

 

-Dígame una cosa: ¿cuál era la mejor habilidad de Alzamendi?

-Yo era un jugador muy sacrificado para el equipo y tenía una gran contundencia, que fui mejorando. Por ejemplo, en los centros, que no eran mi especialidad, fui perfeccionándome. Y en el área era difícil que errara.

 

-¡Y qué velocidad!

-La velocidad es una característica que me acompañó siempre, y creo que tenía una potencia bárbara en el pique, que hacía muy difícil que me pudieran frenar.

 

-Más allá del fútbol, ¿siempre le gustó correr?

-Sí, porque fui campeón a nivel departamental con el liceo. Posteriormente competí a nivel nacional, con el “Fino” Alonso como profe. Él me quería llevar a hacer atletismo con Gordillo, un velocista formidable. A veces ganaba él y a veces ganaba yo, y me ponían championes de clavos para correr, pero lo que quería era jugar al fútbol (risas). Aunque era bueno en 100 y en 400 metros.

 

-Qué bárbaro. ¿Con qué frecuencia la gente le recuerda el gol que anotó en la final de la Intercontinental y que convirtió a River en Campeón del Mundo en 1986?

-A cada rato. Si agarrás el Twitter mío, el “gracias” por ese gol está presente hasta el día de hoy. Yo acepto a todos, converso con la gente y cumplo con los saludos que me piden. Ayer mismo un tipo que es fanático mío me pidió un video para el nieto. Así que se lo mandé, y él me respondió con una foto de su nuera, con la camisetita de River y la panza del bebé que todavía no nació. Entonces, vos decís: “La mierda, ¡qué impresionante lo que significó todo esto!”. No hay que olvidarse del pasado, porque si no uno no conoce ni su presente ni su futuro, pero tampoco quedarse anclado.

 

-¿Cómo se explica que un uruguayo que es ídolo de dos grandes, pero mucho más de River, sea hincha de Independiente?

-Te digo la verdad: a mí en Independiente me adoran, jugué cuatro años y todo el tiempo me gritaban “¡Uruguayo hay uno solo, uruguayo sí, señor, uruguayo es Alzamendi, pone huevo y corazón!”. Lo que pasa es que los hinchas se enojaron cuando me fui, pero en realidad lo que sucedió fue un lío de contratos, porque había andado bárbaro y quería que me pagaran mejor. Y enseguida de la final que con Independiente le ganamos a River, decidí mi futuro. Incluso, después quise volver y no me dejaron. No voy a hablar de personas que fallecieron, pero fueron injustos conmigo en ese sentido. Lo único que intenté fue hacerme valer, porque había compañeros que cobraban mucho más que yo. Hubo discusiones y vi la oportunidad de ir a River, un club muy importante. Ahora, más allá de eso, soy hincha de Independiente desde los 11 años. Con mi cuñado, “Perico” Silva, que siempre me llevó para todos lados en el fútbol y fuera del fútbol, escuchaba en una radio Spica arriba del techo a Muñoz porque no se agarraba la onda, y recuerdo que conocimos a Bernao, a Pastoriza y a Pavoni, de quien yo era hincha fanático. Y después empezaron a sonar Bochini y Bertoni.  

 

-Pavoni, otro protagonista de “Las leyendas hablan”.

-Él era mi gran ejemplo uruguayo y, cuando jugaba en la cuarta de Wanderers de Durazno, ¡yo era Bertoni y mi amigo Jorge Peralta era Bochini! (risas). Y el destino me llevó a jugar al lado del “Bocha” y a suplantar a Bertoni. Después llegó Barberón. Te podés imaginar lo que fue la entrada mía a aquel vestuario, en el que estaba esa gente a la que había escuchado por radio: Trossero, Villaverde, Pagnanini, Galván y Outes, quien me regaló mis primeros zapatos Adidas nuevos, porque los míos de Sud América estaban hechos pedazos. Y Pastoriza me defendió como nadie. Para mí fue grandioso.

 

-Precisamente en esta sección, recientemente entrevistamos a Jorge Burruchaga, quien declaró: “En mi llegada a Independiente, el primer uruguayo que me recibió con los brazos abiertos, y que entonces tenía un presente enorme, fue Antonio Alzamendi. Recuerdo que se le había complicado decirme ‘Burruchaga, Burruchaga’, así que, como se trababa, me puso ‘Cuca’”. ¿Cómo fueron aquellos días con quien se convertiría en uno de los jugadores más emblemáticos en la historia de selección argentina?

-Es que un día le dije: “Te pongo ‘Cuca’ porque, ¿sabés lo que es decirte ‘Burruchaga’ en una picada? Dejate de joder, ¡me cansa!” (risas). El guacho se mataba de risa. Recuerdo que Jorge estaba en Arsenal de Sarandí, y cuando yo no jugaba iba a verlo con Pedro Magallanes y con un amigo mío radicado en Australia, Gabriel Wilk. Entonces, como tenía muy buena amistad con Julio Grondona, el presidente de Independiente en ese momento, y como su señora me adoraba y el hermano estaba en Arsenal, le dije: “Bo, Julio, hay un pibe que se llama Burruchaga y que es un fenómeno. Tráigalo y dígale a su hermano que se lo largue”. Y bueno: lo trajeron y era un jugador notable, con mucha personalidad, y un pibe más bueno que el pan. La verdad es que lo adoro. Yo jugué con Larrosa, con el “Negro” Enrique, con Burruchaga y con Matosas, todos número “8” fenomenales.

 

-Qué nivel. Hablando de selecciones, ¿cómo fue eliminar a la Argentina de Giusti, Maradona y Caniggia en su país y por la Copa América de 1987?

-Creo que fue uno de los triunfos más importantes en la historia de Uruguay. Yo había crecido oyendo hablar del Maracanazo y del cuarto lugar en el Mundial de México. Y después también había sido importante la Copa América de 1983, con el gol del “Pato” Aguilera en la final, una selección a la que Independiente no me dejó ir, como ya había sucedido en el Mundialito. Pero creo que la victoria de Uruguay contra Argentina fue espectacular, porque le pegamos un cachetazo grande al Campeón del Mundo de visitantes, y porque nadie daba un peso por nosotros. Éramos tres o cuatro que habíamos venido de afuera, y después había muchos chicos, como Domínguez, Trasante, Pintos Saldanha, Matosas, Bengoechea, el “Chuequito” Perdomo, Ruben Sosa: ¡eran pibes, bo! Y fue un partido emocionante porque nos daban como perdedores y, cuando estábamos entrando a la cancha, recuerdo que con el “Tano” Gutiérrez dijimos: “Con estos pibes no podemos perder, porque meten como locos” (risas). Nosotros habíamos perdido con Argentina en el Mundial de México, y yo estaba un poco caliente porque consideraba que aquel partido debí haberlo jugado: siendo que me encontraba en buen estado y que por entonces jugaba en Argentina, no me pusieron, y Rubén Paz jugó pocos minutos. Pero no me puedo olvidar del grito de gol en la Copa América. Esa jugada rápida en la que Enzo, caído en el suelo después de un pase de Ruben Sosa, me la tira y yo le gano la diagonal al “Vasco” Olarticoechea, me achica Islas y defino con mucha seguridad al segundo palo… No se me ocurrió otra cosa que salir corriendo a festejar atrás del arco, en el rinconcito donde estaban los uruguayos.

 

-¿Qué sintió cuando vio que en el mismo estadio Uruguay salía Campeón de América, pero en 2011?

-Me acuerdo de que me invitó una marca a ver la final, y me llevaron enfrente, enseguida de donde estaba la hinchada de Uruguay, pero a la derecha. El partido lo vi parado porque no tenía dónde sentarme y, cuando hizo el gol Forlán, empecé a llorar. Fue emocionante ver a la selección ganarle a Paraguay. La semana anterior ellos habían eliminado a Argentina, y Suárez y todos los gurises, sin conocerme, me habían dedicado el triunfo y me habían saludado, porque justo había fallecido mi mamá. El gol clave de Cavani en el último Mundial, el segundo de Suárez contra Inglaterra y el de Forlán en la Copa América me emocionaron muchísimo. Y me apegué mucho a la selección.

 

-¿Qué diferencia hay entre el Tabárez que lo dirigió a usted en 1990 y el Tabárez actual?

-Mayor madurez, experiencia y firmeza. Pero mirá que en 1990 Tabárez era firme y estaba con Gesto, que no sabés lo que era: ¡un alemán! (risas). En serio, Gesto: un fenómeno. Y además estaba Gregorio Pérez, un tipazo. Nuestro grupo era lindo, y conservo el cariño por Tabárez, aunque en su momento me haya sacado en algún partido (risas). A veces le exigen que sea campeón del mundo. Pero, ¿sabés cuánto nos falta? Ojalá. En Sudáfrica estuvimos cerca.

 

-¿Qué es Peñarol para usted?

-Te vas a reír, porque hasta los 13 años, igual que mi padre, yo era hincha de Nacional. Hasta que vi a Spencer, Abbadie y Joya, y dije: “Discúlpenme, pero soy hincha de Peñarol” (risas). Para mí significó mucho, porque después de que vine de México me consideraron un  fracasado, y ahí apareció Paco Casal, una persona a la que amo, y un amigo al que le voy a agradecer toda la vida, que me aconsejó mucho. Estando mal de la rodilla y queriéndome recuperar en Uruguay, me dijo: “Entrená, que te voy a conseguir equipo”. Así que entrené dos meses en Durazno, hasta que él me hizo entrar a un Peñarol que fue un boom y que salió Campeón Uruguayo, conmigo como goleador en media rueda, con un grupo de compañeros bárbaro y con el viejo Máspoli, que me dio una confianza de novela.

 

-¿Cómo siguió la historia?

-Paco vino y me dijo: “Te coloqué en River”. Y yo no lo podía creer. Le pregunté si me estaba hablando en serio. Y cuando llegué me hicieron la revisación médica y, aunque el presidente Santilli me había pedido, el doctor vio que estaba operado de los ligamentos y Paco dijo: “Bueno, vamos a hacer una cosa: si Antonio se rompe esa pierna, yo devuelvo toda la plata”.

 

-Impresionante. Antonio, ¿cómo le gustaría ser recordado?

-Como una persona que hizo todo lo que supo hacer honestamente, y que se va limpia de la vida, sin haber traicionado a nadie. Ese es el legado que les dejo a mis hijos.

 

-¿Y qué es el fútbol al lado de Dios?

-Dios no se puede comparar con nada ni con nadie. Yo creo firmemente en Dios, que tiene un nombre -Jehová-, y no hay ser más grande que Él. El fútbol es algo que Dios me permitió disfrutar, y agradezco haber nacido con ese don. Si volviera a nacer, volvería a jugar al fútbol.

 

-Pero ¿Dios es consuelo o es camino?

-Camino.