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Jorge Luis Burruchaga, en exclusiva: “El hincha no tiene derecho a todo”

En diálogo con Tenfield, el extraordinario ex jugador y actual mánager de Independiente habló de su carrera, de su perfil bajo, de Maradona, Bilardo, Bochini y los uruguayos célebres que enfrentó.




El número "7", sinónimo de gloria para la eternidad, en el 3 a 2 definitivo contra Alemania.


17 abril, 2020
Columnistas Las leyendas hablan

Jorge Luis Burruchaga (Gualeguay, Entre Ríos, 1962) podría haberse jubilado después de anotar el gol con el que sueña ya no cualquier futbolista, sino cualquier ser humano.

Ocurrió el 29 de junio de 1986 en el Estadio Azteca de México, cuando el volante ofensivo desempató el partido -que iba 2 a 2, con goles de José Brown, Jorge Valdano, Karl-Heinz Rummenigge y Rudi Völler- al minuto 83 y, tras un pase impresionante de Diego Armando Maradona, emprendió una corrida feroz por derecha, que culminó con una definición cruzada y quirúrgica. Así transformó su calidad en leyenda y convirtió a la Argentina, despertada con entusiasmo a la primavera democrática, en un país fantástico al menos por un rato, si hasta los cínicos tienen derecho a ser felices.

Y eso lo sabía Jorge, que casi 35 años después levanta el teléfono y continúa siendo el mismo hombre común que, ahora y en exclusiva, está hablando con Tenfield para que usted lo disfrute. ¿De qué? De muchísimas cosas, razón por la cual esta entrevista tiene dos partes. La primera lleva el nombre de su talento, aquel que “Burru” desplegaba para manejar con agilidad, precisión, eficacia e inteligencia las cuerdas de cada función.

El mismo talento que regaló en el Nantes y el Valenciennes de Francia, en Arsenal de Sarandí y, sobre todo, en Independiente, institución donde hoy es mánager, donde supo desempeñarse como entrenador y donde, como futbolista, ganó el Campeonato de Primera División argentina, la Recopa, la Supercopa Sudamericana, la Copa Libertadores de América -con gol definitorio contra Gremio- y la Copa Intercontinental, como si para algunos salir campeón del mundo fuera una costumbre que solo cabe honrar.

Pero no nos distraigamos: el ídolo empezó a hablar.

 

-Usted ha vivido situaciones emocionalmente extremas. ¿Alguna vez había visto un fenómeno como el que está desencadenando el coronavirus en el mundo?

-No, no, no. Ni yo ni el planeta pudo haber vivido algo semejante a esto que nos está pasando. Pensá que el mundo se paró: hay pocos vuelos, muy pocos países no se encuentran en cuarentena, y encima el virus no te permite salir de tu casa ni tener contacto con gente, porque acá vas a comprar algo y no podés estar con más de dos personas al mismo tiempo. Mirá que he buscado información en todo este tiempo que de alguna manera tenemos al pedo (risas). Y si bien algunos dicen que se lo veían venir, creo que nadie lo esperaba. Yo seguro que nunca lo imaginé: nos sobrepasa a todos, y ahora han prologando la cuarentena en Argentina.

 

-¿Es soportable el aburrimiento que implica el encierro?

-Estoy con toda mi familia en casa y, por la carrera que hice, primero como jugador y después como entrenador, viví alejado de ellos mucho tiempo, con lo cual me perdí demasiadas cosas lindas, muchos cumpleaños y celebraciones. Así que yo los cargo y les digo que ésta es una especie de concentración familiar (risas). Pero estamos juntos, lo cual es muy importante. De repente, en la vida normal vos te sentabas en una mesa y había una gran ausencia de diálogo. Bueno: esto por ahí te permite volver a tener esos diálogos que no tenías antes, mantener charlas desde otro ángulo y darte cuenta de que hay que disfrutar la vida, y de que tener cosas no es lo esencial. La pandemia nos colocó a todos en el mismo nivel, porque quienes poseen muchas cosas no pueden disfrutarlas y deben hacer aquello que hacemos todos. Justo yo acababa de asumir como mánager en Independiente, pero, tal vez por la costumbre de haber vivido en concentraciones a lo largo de tantos años, el encierro no me vuelve loco.

 

-¿Se cansa en algún momento del cariño de la gente o de las preguntas insistentes de los periodistas?

-Las muestras de cariño de la gente son las mejores. Recibir esas demostraciones de afecto para mí, y en general para todos los muchachos que logramos ganar el Mundial de 1986, más a esta altura de la vida cuando ya pasaron tantos años, es precioso. Después, en cuanto a las preguntas de los periodistas, nunca fui un hombre que estuviera permanentemente en los medios, porque también elegí esa manera de ser. De repente hay otros que viven en los medios hablando todo el día de lo mismo (risas). Así que no recuerdo algo que me haya molestado. Una vez que decido hablar, no tengo problema en que me pregunten lo que sea.

 

-Usted nació en Entre Ríos. ¿Diría que se sigue sintiendo un entrerriano en Buenos Aires?

-Yo nací en Gualeguay, Entre Ríos, en una familia numerosísima: éramos doce hermanos. Y mis viejos decidieron venir a Buenos Aires un poco como les pasa a ustedes en Uruguay: muchos van a probar suerte a la capital, más en esa época, aunque también pasa ahora desgraciadamente, porque algunas cosas no han cambiado. Con lo cual se instalaron en Quilmes, así que pasé casi toda mi vida en Buenos Aires, si bien antes estuve en el conurbano y luego en la capital. Pero me crie acá y di mis primeros pasos yendo al colegio y jugando en los potreros, que por esos tiempos abundaban. Así que estoy acostumbrado.

 

-Desde el punto de vista de la relación con los hinchas, ¿qué diferencia hubo entre jugar en Argentina y jugar en Francia?

-La relación mía con el hincha argentino en general fue buena, pero, si generalizo, el hincha te aplaude como te putea al mismo tiempo, ¿no? (risas). Por supuesto, esto pasa más ahora, porque los jugadores solían perdurar más, cuando no era fácil ir a Europa y no era común emigrar con o sin pasaporte europeo, y menos a los 15 o 20 años. La verdad es que no he tenido grandes problemas, más allá de que en una época con Independiente como futbolista, y sobre todo en otra como entrenador, cuando tuve un buen semestre seguido de otro malo, recibí varios reproches, porque el hincha se olvida de muchas cosas. Yo discuto eso de que el hincha tiene derecho a todo.

 

-¿Podría explicarlo?

-Creo que el fanatismo no le da al hincha un derecho adjudicado a insultarte, pero sí a que no le guste cómo juegan vos o tu equipo. Ahora, respecto a mi estadía en Francia, sucedió todo lo contrario. Cuando vas afuera, te valoran y te respetan más, y también te critican menos. Pero bueno: tenemos que entender que de Sudamérica han salido tremendos jugadores. Pensá que, en Mundiales obtenidos, estamos casi parejos con Europa. Eso no es casualidad y, al haber tanto talento, a veces acá pensamos que hay que criticar más. En Europa valoran de otra forma la parte humana. Las cosas te pueden salir mal. Ahora, ¿de qué manera? ¿Te salieron mal a propósito? Bueno: los que hacemos esto intentamos que las cosas nos salgan bien. Te podés equivocar, pero no de gusto. Ahí es cuando el hincha recae en la frase esa: “¡Pongan huevo, que hay que ganar!”. Con todos los problemas que tenemos, ¿sabés los huevos que ponemos en este lado de la Tierra los jugadores de fútbol? (risas).

 

-Lo que cuando se repiten esos cánticos falta, en todo caso, es fútbol…

-A veces falta fútbol, paciencia o más tranquilidad, y entender que un jugador no va a pasar de un día para el otro de Danubio a Peñarol o a Nacional y empezar a romperla enseguida. Sé que al hincha a veces le importa poco, pero existen procesos que hay que respetar.

-¿Qué gran jugador uruguayo que usted haya enfrentado recuerda particularmente?

-Tuve dos o tres, pero en mi llegada a Independiente el primero que me recibió con los brazos abiertos, y que entonces tenía un presente enorme, fue Antonio Alzamendi. Recuerdo que se le había complicado decirme “Burruchaga, Burruchaga”, así que, como se trababa, me puso “Cuca” (risas). Luego, en el mundo del fútbol todos abreviaron el apellido y quedó “Burru”. También recuerdo que después llegó Enzo a River con un montón de incógnitas, y que la terminó rompiendo. A lo largo de mi carrera enfrenté a varios jugadores uruguayos, y vi desde el banco a otros, como Lugano. Ha habido un montón, pero para darte un ejemplo de tantos uruguayos que me sorprendieron, nombraría al “Chivo” Pavoni. Obviamente, él es más grande que yo, pero su historia la sabemos todos aquellos que pisamos Independiente, porque fue una bandera y uno de los gladiadores del equipo que logró ganar cuatro Copas Libertadores seguidas.

 

-Estando en Independiente, ¿qué tranquilidad le daba saber que tenía siempre a Bochini a su lado?

-Cuando tenés esos semejantes jugadores, vos sabés que en cualquier momento van a frotar la lámpara y a sacar una jugada o dar un pase de gol que no figuraba en los registros del partido que estaban haciendo, ¿entendés? Cuando fui a Independiente en 1982, donde jugué tres años y medio hasta irme a Europa después de la Eliminatoria de 1985, nos entendimos de maravilla con el “Bocha”. Por eso quedó tan marcado aquel mediocampo del club compuesto por Giusti, Marangoni, Burruchaga y Bochini. Y yo emigré, pero ellos siguieron jugando. Estas cosas hoy no se dan en el fútbol, porque uno no se acuerda de cuál era el mediocampo de Independiente hace cuatro años. Pero después de Maradona, el “Bocha” es lo mejor que vi en mi vida futbolística como jugador y como compañero. Me ha tocado jugar con grandes futbolistas enfrente o al lado, pero Bochini era extraordinario: tenía una computadora en la cabeza. Aparte, era un tipo con un físico incomparable con los de ahora, que los jugadores parecen fisicoculturistas. ¡Era hasta medio raro cuando corría, y encima tenía poco pelo! (risas). Pero fue un genio.

 

-Qué lindo eso de ver a un tipo que de repente parece un oficinista y que, sin embargo, juega así, ¿no? Pienso, por ejemplo, en Andrés Iniesta.

-Es que cuando uno habla de Bochini, de alguna manera la referencia obligatoria de la era moderna es Iniesta. Vos lo ves y no parece un jugador de fútbol, y más con esta desgracia de que se la caído el pelo: es como si tuviera 60 años (risas). Pero fue uno de los mediocampistas de la última década que está en el podio.

 

-¿Y por qué Maradona, más allá de su talento, fue tan buen capitán? ¿Qué lo hacía un líder positivo y qué estrategia tenía respecto a la conducción del grupo?

-El liderazgo de Diego era muy natural y, cuando hablamos con los muchachos, coincidimos sobre ese tema. A mí me tocó estar desde el primer hasta el último día de los siete años en los que Carlos Bilardo dirigió, y te puedo asegurar que él siempre les dijo a todos que el capitán iba a ser Maradona, y que Argentina era “Maradona y diez más”. ¡Así nos decía, imaginate la confianza que le tenía! Realmente, Diego fue un gran capitán, lo cual se contrapuso un poco con el tipo de vida que tuvo.

 

-¡Qué bárbaro!

-Es que, en definitiva, uno tiene derecho a hacer lo que quiera con su vida y, en todo caso, el que se lastima es uno mismo. Pero Diego es una persona que mueve montañas con cada cosa que dice. Siempre estuvo adelante nuestro ayudando a todos, dando energía y alentando a cada futbolista. De su vida le podrás reprochar cosas, pero como capitán fue ejemplar. Y, como recordaba el “Gringo” Ricardo Giusti, demostró esa cualidad desde chiquito.

 

-Los empujaba sin parar…

-Sí, así lo demostró permanentemente. Lo que ocurre también es que ha cambiado el tipo de liderazgo, algo que no solo se nota en el fútbol sino también en la política.

 

-Entonces, ¿tiene sentido discutir si corresponde que Messi, cuyo carácter es tan distinto al de Maradona, sea capitán?

-Ningún sentido. Primero, Messi tiene que ser capitán porque es el mejor jugador. Hasta que él se retire, la selección argentina debe ser “Messi y diez más”. Cada vez más lo reafirmo. Pero bueno: Leo tiene un carácter distinto, mucho más introvertido. Es un líder que no necesita de gritos ni de imposiciones, y que se maneja -esto te lo puedo decir por los dos años y medio en los que fui mánager del seleccionado- hasta con las miradas. Vos te das cuenta de esa condición. De todos modos, seguimos insistiendo con las comparaciones, que son imposibles de descifrar, sobre todo porque, como te dije antes, la naturaleza de los líderes ha cambiado. Y no lo digo porque esté hablando con vos, pero ese otro tipo de líder quizás solo sobreviva en la selección uruguaya.

 

-¿Sí?

-Claro. Es una cultura que tiene un porqué. Uruguay cuenta con un entrenador que, a lo largo de catorce años, ha marcado un camino del cual no se salió nadie. Mismo con su problemática física, considerando lo difícil y lo kamikaze que es el fútbol, tiene mucho mérito que Tabárez siga sentado en un banco. Y es bueno que ustedes continúen valorando su capacidad y el enorme respeto que los jugadores le tienen. Es un caso muy poco común.

 

-Hablando de directores técnicos, ¿cómo lo marcaron el “Pato” Pastoriza y Carlos Salvador Bilardo?

-He tenido muy buenos entrenadores a lo largo de toda mi carrera. Por ejemplo, en dos períodos distintos, en Independiente y en la selección juvenil, me dirigió Menotti. También tuve seis años en Nantes a Jean-Claude Suaudeau, un técnico francés que me marcó mucho, con otra visión, con un desarrollo del juego distinto al que predominaba en Sudamérica. Y, hablando de uruguayos, tuve a Gregorio Pérez, que en poco tiempo me demostró una hombría de bien que quedó marcada en el club. Y además a Miguel Brindisi. Las características de cada uno son diferentes pero, hablando de los dos por los que me preguntaste, el “Pato” fue un entrenador hecho en la calle, de una viveza y una picardía tremendas. En ese momento, a algunos de los que estábamos en Independiente nos tocaba Bilardo en la selección, ¡y de alguna manera era como pasar a hacer el servicio militar! (risas). El tipo trabajaba todo el día en campo, en la táctica y en las preocupaciones respecto a lo que estaba convencido de que era la manera en la que debía jugar nuestra selección. En cambio, en Independiente hacíamos fútbol, picados, poca táctica, y andábamos fenómeno. Todos los técnicos me marcaron, y la verdad es que terminás sacando cosas buenas y dejando de lado las que te parecen malas, porque siempre hay algo que no nos va a gustar, ¿no? Pero sí: la diferencia entre cómo procedían en lo futbolístico y en los entrenamientos el “Pato” y Carlos era grande.

 

¿Cómo vivió Jorge Burruchaga emocionalmente el Mundial que conquistó y el de 1990, en el que salió vicecampeón? ¿Cómo se compara la emoción de un Mundial con la de ganar una Copa Intercontinental con el club del que uno es hincha?

¿Por qué la convivencia de la selección en 1986 fue complicada? ¿Qué importancia tuvo Jorge Valdano en el grupo? ¿Qué le aportó Cannigia al plantel de 1990? ¿Y cuán naturales y cuán practicados son los atributos técnicos del “Burru”?

El próximo viernes 24, en Tenfield.com, la segunda parte de esta entrevista exclusiva al ídolo argentino.

 

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