Una alternativa sagaz al Mundial 2030

El autor esboza una tesis más realista que la de realizar la Copa del Mundo en Uruguay, y lo hace con un nivel de detalle y de propuestas concretas poco común para un ambiente demasiado teórico.




El Ekaterinburg Arena de Rusia, solo un botón de muestra de la tecnología, la infraestructura y la inversión que requeriría realizar un Mundial en Uruguay, país que, sin embargo, tiene derecho a reeditar inmejorablemente el Mundialito.


19 julio, 2020
El fútbol en tiempos de pandemia

Escribe: Juan Carlos Scelza

 

En el ida y vuelta de las negociaciones, todo aquel que ha pasado por un lado u otro del mostrador sabe que una estrategia tan válida como inteligente es el solicitar lo que difícilmente le puedan dar para conseguir el verdadero y más real objetivo al que aspire. A diez años exactos del centenario del estadio homónimo, y por ende del primer Mundial de la historia, la pomposa candidatura para organizar la Copa del Mundo de 2030 parece ampliamente justificada desde el sustento histórico, porque Uruguay ha sido no solo el primer anfitrión sino también el primero en ganarla.

 

 

No es la pandemia la que transforma la pretensión en utópica: son las multimillonarias cifras que requiere la organización. El Estadio Al Bayt, que inaugurará el Mundial 2022 el 21 de noviembre de ese año en Catar, tuvo un costo de 674 millones de dólares, y el Estadio de Lusail, donde se disputará la final el 18 de diciembre, unos 2100 millones. Por supuesto que la realidad económica del futuro anfitrión asiático no solo lo inhibe de cualquier sobresalto, sino que le permite cometer algunas exageraciones que suenan más cercanas a la ostentación. Pero quienes hemos realizado programas especiales en la FIFA y desde hace años recopilamos las exigencias de ésta solamente para autorizar los escenarios a utilizar, sabemos que en ninguno de los casos de los últimos cinco Mundiales existió escenario alguno (remodelado o construido) en el que se invirtiera menos de 200 millones de dólares.

 

 

El Luzhniki en el que Francia se coronó campeón en Moscú en 2018 costó 410 millones, la remodelación de Maracaná para el 2014, 450, y cuatro años antes, en Sudáfrica 2010, el Green Stadium de Ciudad del Cabo requirió de 600 millones, mientras que para Alemania 2006 modernizar el Estadio Olímpico de Berlín, en el que Zidane se despidió de los Mundiales con una insólita expulsión que colaboró con la consagración italiana por penales, unos 250. Y antes, en la Copa de 2002, Japón presentó una joya para el momento, como el Sapporo Dome, que costó 1000 millones de dólares.

 

 

Mucho antes de los contagios, de la cuarentena y de sus duros coletazos económicos, financieros y sociales, ya la región, independientemente de los gobernantes de turno, se sumergía en una crisis que contrastaba demasiado con los requisitos de una FIFA muy rigurosa a la hora de elegir, y solo bajo sus coordenadas, al dueño de casa de los Mundiales. A pesar de que se fueron sumando a la lógica, aunque demasiado ambiciosa aspiración, países como Paraguay primero y Chile después, a pesar de que la idea fue cobrando mayor impulso y respaldo, he mantenido reparos con el desenlace, sin siquiera detenerme demasiado en la fuerza de otras candidaturas bastante más poderosas.

 

 

Me encantan los desafíos, creo en el profesionalismo uruguayo en todas las áreas, sostengo que las barreras están hechas para sortearlas desde el convencimiento, pero soy de los que piensan que existe una diferencia muy grande entre una idea y un proyecto, y que para desarrollar esto último se debe pisar firme y acorde a la realidad. Por eso, y lejos de bajar los brazos, creo que solicitar el Mundial de 2030 puede ser una interesante estrategia para conseguir la realización de la segunda edición de la Copa de Oro de Campeones del Mundo, algo tan uruguayo como aquel Mundial, realizado por única vez en nuestra tierra en el aniversario 50 de la primera Copa del Mundo, y también lograda por la selección celeste ante adversarios de especial valía.

 

 

¿Acaso la decantación pura de los clásicos Campeonatos del Mundo no encuadra la definición en la presencia de las selecciones tradicionales? ¿No son las candidatas habituales a ganarlas, y no son los cruces entre ellas, los más esperados y más atractivos? ¿No cuentan estas selecciones con la mayor cantidad de figuras, y a su vez las más encumbradas del planeta? En la realidad actual, la única diferencia con aquel Mundialito de 1980 sería la presencia de dos campeones más que se sumaron, como España y Francia, lo que implicaría dos grupos de cuatro equipos, es decir un calendario que abarcaría un par de semanas.

 

 

¿Alguien puede considerar despreciable la organización de la Copa de Oro? No solo es más factible realizarla, sino mucho menos dificultoso, decididamente menos oneroso y con mucho menos requisitos establecidos por la FIFA. A su vez, sería una magnífica oportunidad para obligar a que la FIFA oficializara aquel histórico triunfo del 10 de enero de 1981, luego de vencer a Brasil en la final y a holandeses e italianos en la fase inicial.

 

 

Para este organismo, significaría una boca más de ingreso de un torneo en el que no habría ningún partido que no contuviera un ingrediente tradicional, histórico y de rivalidad añeja, y que tendría igual interés que un Mundial y posicionaría de igual forma a nuestro país a nivel internacional desde mucho antes, durante y posteriormente al evento. La seguridad de una firme presencia de turistas que acompañan habitualmente a esas poderosas selecciones, así como de una muy nutrida presencia de prensa internacional.

 

 

Como reconocimiento al Estadio Centenario, se podría jugar íntegramente allí, aunque podría sumarse algún otro escenario como el Campus de Maldonado, reiterando que si bien en ambos casos deberían realizarse obras importantes, los requisitos de FIFA en estos casos no serían los mismos, lo cual vuelve todo realizable. Si fuera necesario, ya sea por la factibilidad económica o para no romper la primara candidatura rioplatense, se podría anexar perfectamente a Argentina buscando que se rotaran los partidos, de tal forma que en ambos países jugaran por lo menos un partido cada una de las selecciones.

 

 

El país lograría posicionarse de igual manera, sería el centro de las miradas deportivas del mundo, y lejos de dejar el Mundial de 1930 en un segundo plano, debería aprovechar la organización de la Copa de Oro para realizar conjuntamente con la FIFA un calendario de actividades, al mismo tiempo que generar el fortalecimiento de aquella primera conquista. También sería una inteligente forma de abrir el paraguas para una posible y no tan inesperada derrota a la candidatura mundialista. Si no le otorgan el Mundial 2030 a Uruguay, y sin la alternativa que planteamos, la FIFA se verá obligada de cualquier manera a realizar un homenaje a la primera Copa y a su primer campeón. Pero será solo una parte de un torneo que realizará otro país, y seguramente no pasará de un discurso y de una serie de imágenes en la ceremonia inaugural, más alguna ceremonia protocolar durante el desarrollo del campeonato, aunque muy lejos de lo que supone una fiesta para el pueblo deportivo de nuestro país y el potencial deportivo y turístico de un acontecimiento al que agrego, bien planteado, puede generar que de allí en más sea una disputa que ingrese en el calendario oficial internacional (y n o creo que haya nación alguna de las campeonas mundiales que no quiera organizarlo y, ni que decir, de algunos mercados como el asiático y el estadounidense).

 

 

Para los que plantearon la idea del Mundial 2030, no por suponerlo utópico dejo de desear que puedan lograrlo. Y tengo la certeza que disfrutaremos cada paso hacia la concreción, pero ojalá la ambiciosa petición tuviera como plan final, o por lo menos alternativo, el alcanzar la menos costosa y perfectamente viable realización de un torneo de tanta relevancia y que realza un triunfo que ningún otro posee.

 

 

Mezclar la paloma de Victorino ante Holanda con el primer gol que conoce estadio internacional del “Manco” Castro frente a Perú, o un trancazo del Indio Olivera con el temperamento de Nasazzi, o el pique de Venancio Ramos ante los italianos con el gol de Cea para la goleada ante los rumanos, o un vuelo de Ballesteros cuando los argentinos buscaban el tercero en la final con una estirada de Rodolfo Rodríguez ante los embates de Sócrates, las carreras de Leandro Andrade con las trepadas de Diogo, o el tiro cruzado de “Cascarilla” Morales con los de Pablo Dorado, y las genialidades del mago Héctor Scarone con las apiladas de Rubén Paz, no estaría nada mal.

 

Y ciertamente no le quitaría protagonismo a aquella primera conquista mundialista. En cambio, aportaría una mayor factibilidad para concretar el justo homenaje respecto de un campeonato de élite mundial que pondría a nuestro país todo en primerísimo nivel de exhibición. Por eso, en estos 90 años del Mundial y a diez de 2030, sería muy oportuno pensar en la segunda versión de la Copa de Oro de Campeones del Mundo.