De la Peña, 40 años después: “Yo creo en los equipos”

El notable ex volante tricolor habló con Tenfield de su carrera, de la Libertadores, la Intercontinental y el Mundialito, de la dupla técnica Mugica-Gesto y de su sobrino, Joaquín Izuibejeres.




Eduardo, a los 64 años en su casa de La Floresta, donde disfruta de la misma tranquilidad con que creció en Lavalleja.


6 agosto, 2020
Las leyendas hablan

Como el celoso orfebre que siempre fue, Eduardo María de la Peña Ayerza cuida las palabras. Pero cuando decide hablar, dice cosas muy significativas.

Hombre de una inteligencia infrecuente, parco, elegante, firme pero tranquilo, y cultor de un perfil bajo que no coincide con el que habitualmente muestran quienes tuvieron una carrera como la suya, el ex volante tricolor vive inmerso desde hace décadas en el mundo de la actividad privada. Pero nada de lo que haga hoy, a los 64 años de edad, borrará de la memoria de los aficionados sus notables contribuciones a la era moderna del fútbol uruguayo.

Contribuciones que realizó con la celeste ganadora del Mundialito, donde fue titular del equipo junto a fenómenos como Rodolfo Rodríguez, Hugo de León, Walter Olivera, Venancio Ramos, Waldemar Victorino y Rubén Paz, y sobre todo con el Club Nacional de Football, con el que salió campeón de Uruguay, de América y del Mundo.

A cuarenta años de una de esas campañas inolvidables, y con el foco en su trayectoria, que también lo vio pasar por los Tecos de Guadalajara y por Huracán de Parque Patricios, es la séptima entrega de “Las leyendas hablan”, en la que Tenfield.com conversó con el caballero de la volea mágica sobre sus momentos de gloria, sobre el fútbol en tiempos de coronavirus, sobre la dupla técnica alba conformada por Juan Martín Mugica y Esteban Gesto, sobre su carácter y -cómo no- sobre su sobrino y ahijado, el ex basquetbolista Jaoquín Izuibejeres.

 

-¿De qué manera ha cambiado su actividad como empresario y su vida diaria la pandemia que hoy conmueve al mundo?

-Realmente no sabemos hasta dónde va a llegar, pero si bien hay algunas empresas que venden productos esenciales y se han beneficiado, las demás estamos en una situación muy complicada. Nosotros, por ejemplo, tenemos a un 40% de la gente en seguro de desempleo. Es tremendo, y lo peor es que todavía no se ve ni cerca el final del túnel. Yo me pregunto, por ejemplo, qué pasa que hay tan poquitos contagiados, o si es cierto que nos vamos a contagiar todos. Es una incertidumbre total.

 

-¿Desde cuándo usted es empresario?

-Mirá, apenas dejé de jugar al fútbol, en el 87 creo, comencé con una empresa textil en la que hacíamos cortinas y trapos de piso. Pero vivimos momentos complicadísimos, y empezamos con el cambio en 1995. Son añares (risas).

 

-¿Qué es lo que más le impresiona del fenómeno sanitario y sociológico al que aludía recién?

-Que aparentemente uno cree que se ha desarrollado y tiene su empresa, y de un día para el otro, porque hay una pandemia o porque alguien estornudó en otro lado, se complicó todo. Yo entiendo la incertidumbre que puede tener la gente con su trabajo. Esto es día a día, y más adelante veremos cómo se encamina.

 

-¿No se parece a nada que haya visto, por ejemplo a la crisis de 2002?

-No, no, no. La de 2002 fue una crisis económica y financiera de Argentina y Uruguay, pero lo que pasa ahora repercute prácticamente en todos, salvo quizás en algunos supermercados, farmacias o laboratorios.

 

-En este momento usted está cerca de la playa, en su casa de La Floresta. ¿Qué le da ese lugar donde ha decidido vivir, y qué le dan Montevideo, donde trabaja, y Minas, donde nació?

-A Minas prácticamente ya no voy, a pesar de que me queda cerca. A veces visito a mi hermano o a algún amigo. En cambio, a Montevideo, que es mi centro de trabajo, voy todos los días. Y esta ha sido la casa de la familia toda la vida. Yo me vine a vivir a La Floresta ya hace algunos años, y para mí es un paraíso. Claro, eso depende de cada persona, porque hay gente a la que le gusta estar en Montevideo, ir al cine y salir. Acá no vas a encontrar demasiadas cosas para hacer, salvo estar en tu casa o en el jardín.

 

-Usted es uno de los pocos vecinos de Jaime Roos durante el invierno…

-Y bueno: con Jaime nos cruzamos permanentemente, yo en bicicleta y él caminando. Ahora recién me lo acabo de cruzar. Aunque hay más gente viviendo acá. Pero nos encontramos poco porque, salvo en la playa durante el verano, no hay dónde verse (risas).

 

-¿Minas es un lindo recuerdo?

-Sí. Ahí tengo amigos a los que visito, no demasiado porque voy a trabajar a Montevideo, porque me encanta la tranquilidad que hay acá en mi casa, y porque ya estoy viejo y cerca de mi retiro (risas). Pero, fundamentalmente, es un lindo recuerdo futbolístico, porque a Minas me fueron a buscar desde Montevideo cuando jugaba en la selección de Lavalleja.                                                                                                      

 

-A 40 años de una Copa Libertadores en la que usted fue protagonista, ¿la recuerda con alegría, con nostalgia o con naturalidad?

-Con total naturalidad, reconociendo que sucedió hace mucho tiempo, que fue una cosa linda y que es muy difícil repetirla, no porque no haya jugadores, sino porque han cambiado las circunstancias. Es algo que está en el pasado y que la gente recuerda, lo cual, cuando me paran y me saludan, me hace bien. Pero hasta ahí nomás: vivir de recuerdos, no.

 

-¿Es justo decir que de los tres campeones del mundo de Nacional, el de 1980 por alguna razón es el menos reconocido?

-Capaz que sí y, si es por eso, encuentro una razón. El del 71 era un equipo impresionante, mejor que el nuestro. Y el nuestro era mejor que el del 88. Pero el del 88 está más cerca en el tiempo, y a los anteriores muchos periodistas no los vieron. Sin embargo, todos tuvieron trascendencia.

 

-¿Por qué Nacional salió Campeón del Mundo a pesar de haber perdido a Hugo de León?

-Yo creo en los equipos, ¿no? Si le sacás un jugador a un equipo, no es que le cambies todo, pero se va a resentir. Ahora, si le metés cinco cambios, ta. Hugo era muy jovencito cuando se fue, y también era un gran jugador y una pieza clave. En definitiva, la final de la Intercontinental fue un solo partido.  Y más allá de las individualidades, Nacional sabía lo que estaba haciendo adentro de la cancha.

 

-¿Qué valor distinguía a aquel equipo?

-Éramos totalmente efectivos. Nosotros sabíamos que, si convertíamos un gol, era muy difícil que nos empataran. Teníamos a un muy buen golero, una defensa sólida y muy buenos delanteros. Pero no jugábamos lujosamente.

 

-¿Qué hacía de Juan Martín Mugica y Esteban Gesto una dupla tan exitosa?

-Mugica había sido futbolista, sabía lo que era un vestuario y tenía una experiencia corta como técnico, pero una gran capacidad de trabajo; y era una excelente persona. Mientras que el profesor Gesto era un tipo muy estudioso y muy actualizado, lo cual en esa época, en la que las telecomunicaciones resultaban trabajosas y complicadas, no era para cualquiera. Él estaba al tanto de cómo se entrenaba físicamente en ese momento, y fue una revelación y una revolución en el Uruguay. Y con eso les complicamos la vida a todos, porque teníamos un estado físico increíble. Otra cosa que se decía de él -no sé si la escuchaste- era que te llevaba al límite y después vos te caías a pedazos, pero no es cierto.

 

-¿Cómo trabajaba?

-Con tareas específicas relacionadas con las posiciones de cada uno, porque él decía que uno debía entrenar de acuerdo a lo que hiciera en la cancha. Entonces, los volantes, los backs, los punteros y los “9” hacían trabajos distintos, siempre con pelota.

 

Así que no los hacía realizar esfuerzos innecesarios…

-¡No! Antes decían, por ejemplo, que todos tenían que correr diez kilómetros. ¿Para qué, si el golero no corre diez kilómetros ni en tres partidos? (risas). Nosotros salíamos de la cancha corriendo: físicamente los matábamos.

 

-Qué bárbaro. Jorge Valdano escribió en el libro “Fútbol: el juego infinito”: “En mis tiempos, correr mucho era un deshonor. El prestigio lo daba la precisión”. ¿Qué importancia tuvo ese factor en su carrera?

-Suma importancia. Una cosa es pegarle bien a la pelota desde el punto de vista técnico, y otra cosa es pegarle bien y, además, en el momento justo. Si bien a veces uno dice “qué bueno” en los dos casos, en situaciones similares un mismo pase puede ser común o convertirse en un pase de gol. ¿Qué sucede? Que un jugador lo mete treinta centímetros atrás de donde debe ir la pelota y otro donde debe, dejando en carrera al delantero.

 

-La precisión de un Juan Sebastián Verón o de Diego Forlán, por ejemplo.

-Claro, o de Burruchaga. Estamos hablando de pases que son goles. La diferencia está en la precisión, en la fuerza o en el momento que hayas elegido. No es fácil, porque estamos hablando de una combinación de factores que se define en una situación rápida.

 

-La semana pasada, en Tenfield.com hablamos precisamente con Burruchaga de su clase para definir en el mano a mano, de su calidad técnica para rematar penales y cambiar la trayectoria a último momento, y de sus dotes como pasador. Usted, ¿se definiría como un pasador, o como un hombre con muy buenos fundamentos? ¿Cuál diría que fue su mayor virtud futbolística?

Mirá, creo que siempre tuve la gran virtud de jugar sin darme cuenta de si era derecho o zurdo. Si hablás con mis compañeros, te lo van a decir. Yo llevaba la pelota, metía un pase y pateaba con cualquiera de las dos piernas. Eso no es normal, porque si bien Forlán también pateaba con ambas, no era totalmente ambidiestro, como sí lo era Fabián O’Neill. Para mí, fue mi mejor condición. Después, iba bien de arriba, y en realidad no resaltaba demasiado en nada, aunque era bueno en todo (risas).

 

-¿Qué importancia tuvieron en el Nacional de 1980, futbolística y extrafutbolísticamente, Rodolfo Rodríguez, Víctor Espárrago y Julio César Morales?

-Y el “Cacho” Blanco.

 

-Bueno, ¡lo agregamos!

-(Risas). El “Flaco” llevaba mucho tiempo en el arco, mientras que Víctor, “Cascarilla” y “Cacho” venían con muchos años de fútbol y con una gran experiencia adquirida en el exterior. Y además eran gente buena, divertida y trabajadora. No enseñaban con la palabra, porque ninguno era hablador, pero sí con su forma de ser dentro y fuera de la cancha. La verdad es que eran unos fenómenos.

 

-Apelo nuevamente a su memoria. ¿Cómo fue la convivencia entre los ídolos de Nacional y los de Peñarol en el Mundialito?

-Excelente. Es más: tenemos un grupo en el que casi todos estamos permanentemente en contacto. Y la conexión entre nosotros sigue siendo muy buena. En ese tiempo nos veíamos cada vez que nos citaban a la selección. Entonces, no era que ibas una vez y después nunca más los veías. Cuando jugábamos los clásicos, todos hacían su trabajo adentro de la cancha, pero la rivalidad terminaba ahí. Yo siempre me llevé muy bien con los ídolos de Peñarol, y respeté a cada uno en su trabajo y en su equipo. Más allá de que todos queríamos ganar, el respeto ha sido mutuo.

 

-Si uno repasa el plantel, comprueba que aquella era una selección realmente equilibrada, porque había referentes tricolores como De León, Victorino, Morales, Rodríguez y usted, y aurinegros como el “Indio” Olivera, entre muchos otros…

-Sí, claro, claro. El “Indio”, Fernando Álvez, el “Chicharra” Ramos, Rubén Paz… Es más: cuando termine todo esto, vamos a hacer un asado acá en casa, porque nos vemos de a uno, pero juntos, nunca.

 

-Qué lindo. Dígame a qué jugador moderno se parece De la Peña.

-Es bravo, porque el fútbol ha cambiado tanto… Pero a mí el que me gustaba mucho era Carlos Sánchez, el ex jugador de River y de la selección. Es un tipo de jugador con el que puedo identificarme.

 

-¿Y por qué De la Peña se retiró siendo joven?

-La verdad es que jugué poco profesionalmente, cerca de diez años, y mi retiro se debió a que, justamente en la Copa de Oro, me lesioné la rodilla. Después estuve años jugando a base de musculación y de infiltraciones. Pero llegó un momento en que no daba más. Pese a que no había cumplido los 31 años, ya me había retirado. Pero bueno: tuve la mala suerte de sufrir una lesión que hoy en día seguramente sea tratada de mejor manera. En aquel tiempo, la parte médica estaba menos desarrollada y, por más que me operó el doctor Suero, la recuperación no fue buena y me quedaron secuelas, ya que la rodilla se me hinchaba todo el tiempo.

 

-Clarito. ¿Qué significa hoy la expresión “de volea” para usted, que la debe haber escuchado cientos de veces, sino miles?

-Es insólito, porque está presente todo el tiempo. En este momento en el que no hay fútbol, se ve que dan el gol permanentemente, y me mandan fotos o videos. Y yo me pregunto: “¿Por qué lo repite ahora?”. Parece mentira: ¡lo pasan más que el de Victorino contra el Inter! (risas). Pero además el relato fue muy bueno. La verdad es que quedó en la historia.

 

-Eduardo, ¿cómo diría que ha influenciado a su sobrino Joaquin Izuibejeres?

-Joaquín tiene la mezcla mía y del padre, el “Chino” Roberto Izuibejeres, mi socio y gran amigo, que jugó y fue presidente de Trouville. Creo que él sacó el carácter de los dos, porque sabía lo que estaba haciendo adentro de la cancha y, cuando había que tirar, la tiraba (risas). Joaquín no solo es mi sobrino, sino también mi ahijado. Él era muy chico y no me vio jugar, pero creo que entendía el básquetbol como yo entendía el fútbol: era un jugador de equipo, no un individualista.

 

-Para terminar, ¿usted podría afirmar que se conoce a sí mismo?

-Pah… Creo que sí.

 

-¿Y qué lo conforma y qué le gustaría cambiar?

-Considero que soy un tipo solidario y amigo de mis amigos. Pero a veces soy demasiado intempestivo y calentón, y después me cuesta volver a estar tranquilo. Esa parte no me gusta demasiado, aunque es difícil cambiarla a esta altura.

 

De la Peña, alejado del trabajo por la situación sanitaria, según la lente de Fernando González.